Con uno de mis amigos de la adolescencia - citasgay.org

Con uno de mis amigos de la adolescencia 

Una tarde a eso de las 18 horas, iba caminando por una calle del Centro, cuando de repente oigo:

– “Hola, Carlitos. ¿Cómo estás tanto tiempo?”

Me doy vuelta y veo a un amigo de nuestra adolescencia que hacía años que no veía. En aquellos tiempos tenía un cuerpo muy atlético, muy bien formado, más bajo que yo, con algo de acné en la cara, muy simpático y unos hermosos ojos marrones. Ahora, su complexión era alto, como yo, mantenía su hermoso cuerpo atlético, apenas canoso, también como yo lo tengo, y con aquellos ojos que cuando hablábamos me taladraban en todo mi ser. Era la época en que mi primo ya me había seducido físicamente (inolvidables momentos) y emocionalmente pues me había enamorado perdidamente de él y mi sexualidad estaba entre homo y hetero. Mi lucha interna era muy grande cuando me encontraba con varios de mis amigos porque en esos tiempos ser homosexual era muy mal visto y muy perjudicial, laboral y socialmente

Como iba diciendo, cuando este amigo me hablaba, en aquellos años sentía su mirada como si él supiera que empezaba a gustarme algunos muchachos. Y no puedo dejar de reconocer que él estaba entre los primeros. Me hacía acordar mucho a mi primo, pero por supuesto, este último estaba en el primer lugar, como para darle todo mi cuerpo. En resumen lo veía y me derretía por lo que muchas veces trataba de escabullirme de él. Nunca supe si él se había dado cuenta o no de mi lucha interna, sexualmente hablando.

– “¡¡Hola!! ¡¡Qué tal, Eduardo!! ¡¡Tantos años!! ¡¡¡¡Qué alegría verte!!!!”

– “¿En serio te alegrás de verme? ¡¡Yo también me alegro de verte!! ¿Qué es de tu vida?”

– “Bien. Bárbaro. Haciendo unos mandados. Finalmente no me recibí, pues empecé a trabajar en xxx y luego en yyy. Me casé, todavía lo estoy, y tengo dos hijas. ¿Y… vos?”

– “También me casé, tengo dos varones más que adolescentes, pero ahora estoy divorciado. Se te ve muy bien. Nunca perdiste la pinta.”

Cuando me dijo que estaba divorciado, algo en mi interior se alegró, aunque realmente no sé por qué, y lo que me hizo temblar fue que él creía que yo todavía tenía pinta…

– “¡Ay! Gracias. Vos tampoco te has quedado atrás. La edad te ha hecho mucho más atractivo que antes. ¿Qué estás haciendo por acá?”, le contesté.

– “Un trámite pero ya lo terminé y ya volvía para mi hogar ya que vivo a dos cuadras de acá. ¿Y vos?” – al decirme, que estaba a dos cuadras de su departamento, sentí aquella misma mirada pícara clavada en mis ojos, lo que hizo que me quedara por unas milésimas de segundo sin aire. Y sin palabras. Realmente estaba muy atractivo.

– “Vine a ver ropa pero no me gustó lo que vi, así que estaba por volver a casa.”, le respondí.

Mirándome fijamente a los ojos me preguntó:

– “Carlitos, qué tal si venís a mi departamento, tomamos un café y charlamos un poco.”

– “Bueno estaría buenísimo. Le aviso a mi señora y listo.” – le contesté y mentiría si no se me vino el recuerdo que tenía de él y mis sentimientos encontrados que sentía por aquellos hermosos años. Pero de lo que sí estaba seguro, ahora, es que Eduardo me estaba gustando mucho y mis hormonas se estaban enloqueciendo.

Caminamos esas dos cuadras a su departamento que me parecieron 100 cuadras… porque realmente mi corazón latía a mil… conversando de aquellos tiempos, los compañeros, los profesores, etc.

Finalmente llegamos al edificio abrió la puerta me hizo pasar, llegamos al ascensor pulsó el botón de éste y mientras lo esperábamos lo miré de reojo y lo noté un poco nervioso como ansioso de que llegara de una vez el ascensor. En eso me mira y en vez de mirarlo directamente desvié la mía. ¿Se habría dado cuenta que lo estaba observando?

Al llegar el ascensor me hizo subir primero y luego apretó el botón 8.

– “¿Octavo piso?? Debe haber una vista hermosa” – le comenté, pues no sabía de qué hablar.- “aunque con el vértigo que sufro desde chico no creo que me anime a acercarme a alguna ventana.”

Se rio y me dijo:

– “No te preocupes… yo te cuido. Además están bien protegidas las ventanas.”

Luego de este intercambio de palabras nos quedamos sin hablar hasta llegar al piso 8. Nos dirigimos al 801. Abrió la puerta y nuevamente me hizo pasar primero. El departamento estaba muy lindo decorado. Por lo menos para mi gusto.

– “¡Qué lindo departamento!”

– “Gracias. A las órdenes. Antes de tomar el café, te lo muestro. No es grande, pero para mí es bárbaro ya que al vivir solo es lo mejor. Como ves este es el living comedor.”

Éste era relativamente amplio. Lo primero con que se topaba uno era con una mesa con sus cuatro sillas, y más allá un sillón de dos cuerpos mirando hacia un ventanal, con una mesita a cada lado de éste sobre las cuales habían unas lámparas las cuales se les podía graduar la intensidad de la luz. Y a los costados, contra las paredes, un par de sillones personales. El ventanal tenía una hermosa vista del Puerto con sus barcos anclados, y al fondo el Cerro.

Las paredes tenían un par de cuadros de pintura con el tono azul en ambos. Y el azul, justo es mi color favorito.

– ¡Qué hermosa vista! – dije y me fui acercando al ventanal, pero no muy cerca de éste por el maldito (¿maldito?) vértigo.

– “Vení, no tengas miedo que te agarro”, – me dice, me toma de mi brazo derecho con su mano derecha, y como quedaba incómodo agarrarme de dicha manera, pasó por detrás mío para tomar mi brazo izquierdo con su mano derecha. En el instante que pasa por detrás de mí, me pareció que pasaba (báh, no me pareció, pasó) bien cerca de mí, que hasta incluso me pareció sentir (báh, no me pareció sentir, SENTÍ) su bulto rozando mis nalgas. Hice como que no me había dado cuenta de nada, le miré a los ojos y le dije:

– “Gracias… por agarrarme.”

– “Por nada, Carlitos. No voy a dejar que te caigas. Vení que te sigo mostrando” – me dijo con una sonrisa nerviosa y extendiendo el brazo izquierdo: – “Ésta es la cocina. Chica pero cómoda. Todo al alcance. Por acá hay un pequeño dormitorio que lo uso para sentarme a la computadora y realizar algunos trabajos y hobbies que me gustan. Después te muestro qué es lo que hago en ella. Si querés.”

– “A mí también me encanta la computadora. Edito videos, con fotos, videos y preparo música para bailes o reuniones. Me encanta. El Facebook no mucho.”

De la cocina, me mostró el “baño social”, y luego me llevó a la última habitación que era su dormitorio. Apenas lo vi, me encantó. A mi derecha, a los pies de la cama y colgado de la pared tenía un Smart TV de 50’’, entrando a la izquierda tenía un amplio placard, frente mío tenía otro hermoso ventanal, que también daba hacia el Puerto. Y por último dejé la cama. Era un somier de una plaza y media, y lo que más me gustó fue el acolchado, que era de un color azul, ni muy fuerte ni muy suave. El tono ideal, de “mi” azul.

– “¡Qué hermoso color el acolchado! ¡Me encanta! ¡Qué gusto divino que tenés para la decoración y los colores!”

– “¿Te gusta? ¿En serio?”

– “Sí. ¡Me re gustó!”

– “Y ahora lo mejor” – me dijo – “el baño en suite”.

Y “detrás” de donde terminaba el placard, estaba la entrada al baño en suite.

– “Uauu. Tenerlo en suite es genial, porque después de….” –y dejé un espacio de tiempo sin decir nada pero con una mirada pícara – “no agarrás nada de frío” Ja jaja.

– “Sí. Tal cual.”

– “Bueno, vamos a preparar los cafecitos”, dijo y fuimos hacia la cocina.

Preparó el café y nos sentamos en el sillón de dos cuerpos, yo sentado a su izquierda, mirando hacia la hermosa vista del Puerto y sus aguas y las luces de las calles, que ya empezaban a encenderse.

– “¡Qué linda vista y qué paz se siente acá arriba!”, le comenté.

– “La verdad que sí.” – me dice mientras bebía su primer sorbo de café – “¿Pero sabés una cosa, Carlitos? Cuando te ví en la calle, casi sigo de largo sin saludarte, pero… no sé cómo decírtelo sin que lo tomes a mal…”

– “Simplemente decilo, capaz que no me cae mal”, le respondí.

– “Ufff… buéh… abés que… ¿por casualidad vos te acordás cómo te miraba cuando nos reuníamos con el grupo de amigos?”

– “¡Sí, por supuesto! Imposible olvidar. No sólo tu mirada!”

– “¡Ah sí! ¿Y qué más no olvidaste de mí?”, me preguntó.

– “Bueno. Primero que nada tus ojos. Siempre me… cómo decirte… siempre me gustaron. Y tu cuerpo atlético.”

– “¿No me digas? A mí siempre me gustaron los tuyos también, al igual que tu cuerpo”, me respondió. – “¡Qué increíble! Pues tiene algo que ver con lo que siempre te quise decir. Pero… es que… capaz que te cae mal…”

– “Decilo, bobo, ¿qué me puede caer mal?”, le respondí, no sólo cada vez más intrigado, sino más ansioso por creer saber qué era lo que me quería decir.

– “Bueno. Tá bien… yo… te miraba… creo que de una manera muy especial… porque… yo… bueno… siempre me gustaste… siempre me gustaron los hombres, pero esos tiempos no eran como ahora, que no nos discriminan tanto, aunque todavía hay algunos que sí lo hacen. Espero que vos no me discrimines. ….Tá. Lo dije”, y largó un suspiro, sin quitar sus ojos de los míos. En ellos vi, que realmente, él estaba preocupado por lo que yo pensara o fuera a hacer.

Luego de unos segundos para asimilar su confesión, pues nunca lo había pensado, me alegré que él fuera como yo. Éramos unos hombres que nos gustaban otros hombres, y le dije:

– “¡Ay Eduardo!, no te sientas mal por haberme confesado tus sentimientos y tu sexualidad.”, – y mientras le iba hablando, apoyé mi mano izquierda sobre su muslo izquierdo, –

“y ya que fuiste sincero conmigo, yo también voy a ser sincero contigo. Resulta que cuando me mirabas de esa manera, me ponías muy pero muy nervioso, porque en esos tiempos, mi Primo, (desde el comienzo de mi adolescencia, es decir, más o menos a los 12 años), me estaba seduciendo muy pero muy de a poco, hasta que llegado un momento, me entregué totalmente a él.

Y como vos decís, eran tiempos difíciles para los homosexuales, por lo que cuando vos me clavabas tu ojos en mí, me derretías, me ponías muy nervioso, pensando que sospechabas mi inclinación sexual, y por eso “huía” de tus hermosos ojos, para que nadie se diera cuenta”, – y mientras le iba contando todo esto, él dejó el pocillo de café sobre la mesita, aproveché para acercarme más a él, y le fui acariciando su fuerte muslo izquierdo suavemente desde la rodilla hasta la ingle, y de a poco fui avanzando hacia la parte interna del muslo para luego ir subiendo hasta cerca de sus genitales.

Al escuchar lo que le estaba contando, me dijo,

– “Aaayyy Carlitos… no te hacés una idea de lo feliz que me hacés. Siempre, siempre soñé contigo, prácticamente todas las noches”, – y puso su mano derecha sobre mi cadera izquierda, para quedar más cerca de mí, y de a poco fue acercando su cara a la mía hasta quedar a unos centímetros, los suficientes para que nuestras lenguas primero se tocaran y luego entraran en nuestras bocas, para danzar como enloquecidas dentro de ellas.

– “¡¡¡Carl… mmm… litos… qué feliz… que me siento!!!”, mientras acariciaba por sobre mis ropas, muslos, pene, testículos, parte de mi ano, pecho, cara, pelo, en fin, prácticamente todo mi cuerpo.

– “Edu… Vos también qué feliz me hacés… ¡Quién iba a pensar que nos íbamos a encontrar después de tantos años, soñando el uno con el otro!”, y lo besaba, le chupaba su lengua, pasaba mi lengua por su oreja izquierda, mis manos iban sobre sus ropas, desde las rodillas, muslos, su hermoso y ya notorio bulto, parte de su ano, su cara, su pelo.

Parecíamos dos perr@s en celo. Estábamos ciegos, sordos, pero nuestros sentidos táctiles estaban centuplicados. Mis dedos “veían” su cara, sus piernas, su duro bulto, parte de su ano. Fue tanto y tanto el éxtasis que estábamos sintiendo, que yo estuve a punto de eyacular y lo mismo le estaba ocurriendo a é.

Dejamos de besarnos, nos miramos, nos dijimos “te quiero”, “yo también” varias veces, nos abrazamos y nos quedamos mirando, jadeando aún, cómo estaba anocheciendo. Prendió una de las lámparas y la dejó como si fuera la luz de una vela. Entonces, yo me arrodillé delante de él, le entré a desprender los botones de la camisa, me levanté mi torso y él se agachó un poco en el sillón y nos besamos apasionadamente.

Le quité la camisa, le besé las tetillas, se las mordí y volví a besar. Él deliraba de placer, lo que hacía que el mío aumentara más. Empecé a desabrocharle el cinturón del pantalón. Lo miré a los ojos le besé nuevamente las tetillas, les pasé mi lengua, mientras mis dedos seguían con el botón del pantalón y comencé a bajarle el cierre de la bragueta. En ese instante, levanté la mirada hacia él y al ver esa cara de placer, con sus ojos cerrados, y moviendo su cintura hacia los costados, subiendo y bajando, rebusqué por entre el bóxer y su piel hasta encontrar su hermoso, caliente y latiente pene, el cual me lo metí rápida y enteramente en mi boca. ¡¡Cuánto extrañaba ese gusto delicioso de un pene!!! Lo lamí y relamí saboreando cada centímetro de su pedazo.

– “Ayy Carlitos… qué divino que sos!! ¡¡Cómo la chupás, por favor!! Los años que nos perdimos de poder hacer todo esto”, mientras levantaba y bajaba su cintura para pajear su pene con mi boca.

Dejé de chuparle el pene y empiezo a bajarle el pantalón. Él ayuda levantando su cintura y tiro del pantalón hacia sus pies. Le quito los zapatos y luego el pantalón quedando sólo con el bóxer un poco bajo y sobresaliendo su hermoso enorme pedazo. Le fui bajando lentamente el bóxer, y al mismo tiempo me incliné otra vez y me puse su pedazo de placer en mi boca. Y mientras yo lo paseaba dentro de mi boca, le quité el bóxer quedando totalmente desnudo. En eso me dice:

– “¡¡¡Ayy Carlitos cuidado estoy por acabar!!!”

– “Mm mm m” le contesté afirmativamente moviendo más mi cabeza y agarrándole el tronco del pene, y de inmediato sentí los tibios chorros de su delicioso elixir, el cual me tragué con placer. Cuatro potentes y deliciosos chorros. Una vez que tragué todo lo que había acabado dentro de mi boca, empecé a lamerle todo su pene. No le dejé ni una gota de leche sobre el mismo.

– “Carlitos… Me enloquecías entonces, pero te puedo asegurar que ahora muchísimo más. Lo que más felicidad me da, es que no me equivoqué con respecto a vos… Así que tu primo fue el que te “inició”. Habría que felicitarlo porque te enseñó muy bien.”

– “Sí. Fue mi mentor. Lo adoraba y lo sigo adorando. Como a un dios, ¿viste? Pero por vos me doy cuenta ahora, con todo lo que pasó recién, y vamos a seguir, por supuesto, que por vos siento algo mucho más fuerte. Más terrenal.”

Mientras hablábamos nos recostamos en el sillón abrazados, besándonos amorosamente. Realmente me sentía como con mi primer amor: mi dios: mi Primo. Y seguimos besándonos amorosamente hasta que Eduardo empezó a besarme con más pasión y sus manos a recorrer mi cuerpo.

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