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El papá de mi amigo

No había tiempo qué perder. Yo ya había tomado el tiempo varias veces y sabía perfectamente que llegaba su papá entre 12 y 12:10 de la madrugada, cada sábado, ¿Porque si no?, su mamá lo mataba. Apenas eran las 11:30. Como mi amigo no podía terminar con su tarea, lo ayudé y terminó. Me dio las gracias y apagó su computadora. Diciendo que estaba muy cansando se acostó a ver la tele. Yo mantuve la mía encendida por cualquier cosa. Cuando se acercó la hora, le dije que tenía muchas ganas de ir a cagar, cosa a la que lo tenía acostumbrado, y me fui al baño de afuera en short y camiseta, sin sandalias para no hacer ruido. Claro que no fui al baño.

La habitación de la mamá estaba muy lejos de la entrada, al igual que la nuestra.
Estuve en la sala comiéndome las uñas de los nervios, pero con el lubricante en el bolsillo de mi short. No llegaba y no llegaba. Hasta que finalmente vi el reloj a la hora que oí un motor estacionarse abajo del edificio. 12:06 a.m.

Caminé hasta la puerta y se la abrí para que no pasara por la ridiculez de tocar el timbre porque no hallaba las llaves. “¡Hola niño!… ¿me están esperando?… ¿o qué?”.
Con el dedo en la boca le hice la seña de que guardara silencio. Sonrió y dijo que sí con su dedo en la boca también. Parecía muy borracho.
Ese señor era el papá de mi amigo, fue jugador de basketball y abandonó la carrera por casarse. Medía como 1.96 mts, y ya varias veces lo había visto en la regadera cuando nos bañábamos los tres.

Su verga le colgaba como péndulo de campana todas las veces que lo vi desnudo y quería probarla.
Lo tomé de la mano para hacerlo entrar. A mis 14 años, pareció como si estuviera un becerro invitando a entrar a un toro al pesebre. Entró sonriendo. Ya iba a decir algo más, pero desde abajo… muuuy abajo, le jalé un brazo para atraer su atención sobre mí y con el dedo índice le dije que no. Ok.

Se fue a sentar en la sala a quitarse los zapatos, cosa que estaba dentro de mis planes. En lo que hizo eso, yo corrí a la cocina a servirle un whisky en las rocas… ¡abundante!, casi nada de agua. Al salir de la cocina, jalé la cajetilla de cigarros que había escondido YO ahí, junto con un encendedor. Antes de darle la copa, le pregunté que si no quería un cigarro, y dijo que sí. No le di ni copa ni cigarro. En cambio le dije:
– ¿Qué le parece si vamos a que se fume el cigarro en el patio de atrás?… digo, para que no se entere su esposa.
– ¡Órale!… me parece perrrffffeeecto.
Don Señor en verdad venía ebrio.

Llegamos al patio de atrás, abrí el cuarto de servicio que estaba hasta el fondo. Ahí había un camastro para la supuesta sirvienta que tendrían, pero como Doña Odiosa no quería mujeres cerca de él, nunca hubo tal sirvienta. Entramos y encendí una vela que me tomé mi tiempo de llevar e instalar ahí.
Ese gigantesco hombre me vio encendiendo la vela y sonrió. Se sentó en la cama con las patas muy abiertas.
El papá de mi amigo era de una ascendencia medio rara: tenía una combinación genética entre negro y caucásico. Algo pasó entre sus 4 abuelos que esto resultó: parecía negro, pero era blanco. Parecía blanco, ¡pero era vergudo! No sabía yo a mis 14 años qué bronca con esa revoltura, pero el caso fue que yo quería jugar con su verga.
Se sentó y le di la copa. Le dio un trago inmenso. Entre dientes, para no hacer ruido, le pregunté que si podía quitarle los zapatos, y como yo sabía que su respuesta sería “NO” (porque ya no los traía puestos), sólo esperé a oírla para decirle: “Bueno, entonces nada más le voy a aflojar el pantalón para que pueda respirar a gusto.”. Y ante eso sí cedió y se dejó caer para atrás, más preocupado por no derramar nada de su copa que por lo que le iba yo a hacer. Se recargó sobre los codos sonriendo y viendo su copa LLENA (¡feliz el hombre!).
Le desabotoné el pantalón de mezclilla y se lo abrí totalmente.

– ¡Hey!: ¡no trae calzones!
– ¿Qué?… ¡AAH NO!… No traigo porque es de mala suerte… je je je…
– ¿O sea que trae la verga colgando?
– ¡A huevo que la traigo colgando!… nomás que está escondida en el pantalón… bájalo tantito y vas a ver que ahí está… ¡o bueno!… ¡ahí estaba la última vez que la guardé!… jah jah jah
– ¡Ssshhhhhhhhh!
– ¡Ah sí!… sí cierto… sshhhhh… ¡por cierto!: quiero ir a orinar… ¿se puede en este pinche cuartito?
Le dije que sí. Le señale la taza del baño y me dio el vaso pidiéndome que lo cuidara como a mi vida. Se levantó, casi se golpea la cabeza en el techo y logró alinearse frente a la taza para orinar. Mientras oí el gran fuljo de sus orines, me quité la camiseta y quedé en short. Terminó de orinar y siguieron dejándose oír las últimas… y las últimas… y las últimas… ¡y las últimas gotas de su orín!
Salió del reducido cuarto de baño y regresó sin saber dónde estaba, o al menos eso pareció. Le indiqué dónde estaba la cama y se volvió a sentar a los pies de la misma y le puse la copa en la mano.
– ¿Le puedo bajar el pantalón para que esté más a gusto?
– ¿Me puedes bajar el pantalón para que esté más a gusto?… ¡ÓRALE! Me encantaría estar más a gusto.
Se dejó caer sobre los codos, con el cuidado de no derramar su copa.
Cooperó a la hora de levantar la cadera para bajarle el pantalón y mientras hice esto, me llegó el olor de su entrepierna. Me quedó en claro que no se había bañado desde muy temprano.
Me volteó a ver a los ojos sonriendo, correspondí a la sonrisa y así nos quedamos un rato, hasta que le dije:
– ¡Oiga!… su verga le está creciendo… ¿se la puedo acariciar?
– ¡Puuuuuuus yaaaaa qué!… ¿a estas alturas del partido?… ¡puedes hacerme lo que quieras, muchacho!…

¡Y lo hice!… se la empecé a acariciar. Y a la hora de empezar a hacerlo quiso dejarse caer hacia atrás, así que yo atrapé el vaso de su bebida y terminó de caer. Me levanté para ponerlo sobre una mesita que estaba junto a la cama y antes de regresar a mi lugar, me bajé el short y me puse MÁS lubricante en el ano.
Me agaché sobre él y empecé a metérmela en la boca. Gimió y dijo palabras raras, pero seguí porque no me detuvo. Jalé uno de sus largos brazos hasta que la mano quedó en mi nalga lampiña y desnuda. Volvió a levantar la cabeza y me preguntó:
– ¿Qué quieres hacer niño?
– Meterme por el culo todo esto… ¿puedo?
Sonrió y antes de bajar la cabeza me dice: “¡A ver si puedes!”.
Eso para mí fue un: ¡SÍ!
Me embarré el culo con muchísimo lubricante, me metí un par de dedos míos mientras le seguí acariciando el monstruo que tenía con lubricante también y caminé sobre mis rodillas y encima de él hasta llegar al punto. Me la acomodé en la entrada y empecé a sentarme encima. Al principio se atoró y él siguió con la cabeza baja y la sonrisa dibujada en la boca. Yo esperé el tiempo suficiente y seguí bajando mi culo hasta que entró su cabeza, o sea, su glande.
¡Jaló aire atrapado entre los dientes!, y me pregunta:
– ¡¿Qué haces?!
– Como le dije: meterme su verga en mi culo.
– ¡Pero no vas a poder!
– Sí voy a poder. Todo está en que usted se quede quieto un rato…
– ¡Pero…

Ya no contestó porque seguí bajando sobre su verga y me entró más y más. Jaló aire por la nariz, quiso detenerme pero no lo dejé, seguí bajando y bajando hasta que quedamos culo con pubis. ¡Yo me estaba volviendo loco del placer!
Empecé a subir y a bajar para hacer que la cosa siguiera su ritmo. ¡Ya la tenía toda adentro! Y después de un ratito, volvió a levantar la cabeza y me dice:
– Bueno… bueno… si ya tengo la verga adentro de ti… ¿te puedo coger como yo quiera?
– Sí
No dijo más. Lo borracho se le desapareció y se incorporó. Me agarró de las nalgas y se levantó… ¡y ahí voy yo con él hacia arriba! Me dice: “Abrázame con las piernas que te voy a agarrar contra la pared.”. Y sí, con los pantalones atrapándole las piernas, como pudo caminó hasta la pared y recargó mi espalda contra ella. Puso las manos recargadas contra la pared y me dijo que me sostuviera de ellas y empezó a empujar hacia arriba. Al principio poco a poco, pero después de un rato le dio muy duro y yo subía y bajaba vuelto loco de placer.
– ¿Hasta dónde la tienes?
– ¡Hasta la garganta señor!
– ¿Y te gusta? (jadeando)
– ¡Un chingo, señor!
– ¡Oye!… ¿te puedo coger de perrito?… es lo que más me gusta…
– ¡Sí señor!… ¡por favor!
Y sin sacar la verga y sin poder caminar, llegamos hasta la cama y me soltó. Se me salió y yo me puse pronto de perrito y pensé que en seguida se volvería a meter, pero no. Se tomó su tiempo para quitarse el pantalón. Me volvió a tomar por las nalgas, apoyó una rodilla sobre la cama y apuntó de nuevo. Volvió a entrar y hasta el fondo. A mí se me pudo haber salido un grito, pero me lo aguanté.
A partir de ahí siguió golpeando su pubis contra mi culo, pero después entró tanto en calor, que me tomó por la cintura y me levantó por completo. Ni mis piernas ni mis brazos tenían dónde apoyarse, quedé en el aire. Me acercó a la ventana y me dijo que me agarrara de los tubos y así lo hice.
Su verga estuvo entrando y saliendo por un buen rato, yo ya quería decirle que se detuviera pero me ganó porque se vino adentro de mí. Pero no me soltó. No me dejó caer. Por el contrario. Me cuidó y con su verga adentro, me cargó hasta el camastro y “nos” dejó caer a ambos en él.
Una vez tumbados ahí, quise masturbarme porque daba por hecho que estaba tan borracho, que yo no tendría la más mínima retribución. Otro error. Jadeando encima de mi espalda, me dice: “Acuéstate boca arriba sobre mi panza para podértela jalar.”. Y así lo hice. Con mucha ternura me la jaló sin sacar la verga de donde la tenía. ¡Puta madre!, me quise volver loco al sentir su mano masturbándome.
Total que terminé en su mano, se comió mis mocos y me abrazó.
Me volteó cara a cara a la luz de poca vela que teníamos y me dice:
– Quiero hacer esto mismo con mi hijo… ¿me ayudas?
– No sé si pueda.
– Sí. Sí puedes.
– Ok… lo voy a intentar.

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