En su coche

En su coche

¿Alguna vez te has sentido asfixiado por una persona?

Bien pues eso me pasa a mí, a veces quisiera no volver a verlo, pero es como un círculo vicioso, tal vez sea costumbre, afecto o simple placer.

A él lo conocí cuando yo tenía 19 añitos, él es uno de esos señores súper machos (fuera de la cama), pero ya dentro son muy diferentes, créeme.

Jorge es un tipo gordito, no más alto que yo, piel blanca, escaso cabello y con una enorme obsesión hacia mí.

Cuando comencé a salir con él sólo era por perversión, diversión y antojo… hasta que se enamoró de mí.

Ya sé, mi corazón actualmente se encuentra cerrado pero mis piernas no piensan lo mismo, para ellas siempre es primavera, pero para mi corazón es como si siempre fuera invierno.

Pero basta de cursilerías. ¿Quieres sexo, cierto? Ok.

De los tantos días que he pasado en su coche, en su casa y en hoteles todos han sido aburri-divertidos.

Cierto día Jorge pasó por mí al servicio social, me esperó en su coche y comenzamos a platicar, sobre el día, el tráfico, etc.

Tomó mi mano y la besó como de costumbre. Enseguida preguntó si quería algo, yo contesté que sí, quería algo de comer y un helado. Él asintió y nos dirigimos al primer McDonald´s que encontramos en el centro de la linda Ciudad de México.

Comimos un poco y salimos para regresar al coche, sin embargo no había terminado de comer mi helado y lo llevé conmigo.

Entrando al coche, él me besó apasionadamente, su barba me causaba comezón en mis labios y su mano recorría mi bragueta liberando mi falo excitado.

Me masturbó con un ritmo frenético, claro, no iba a correrme ahí mismo, el estacionamiento no estaba despejado, así que manejó en dirección a una calle solitaria y estacionó su coche.

Bajó mis pantalones y comenzó a lamer mis nalgas, las estrujaba contra su cara y absorbía el aroma de mi piel, de mis poros. Lamía mi trasero con mucho ímpetu, daba nalgadas ligeras y volvía a lamer, creo que era uno de sus pasatiempos favoritos.

Me pasó al asiento trasero y comenzó a lamer mi pene, hondo, hasta la garganta y yo podía sentir su barba sobre mi pelvis.

Por otro lado yo seguía comiendo mi helado, él me había dicho que yo sólo disfrutara mientras yo terminaba.

Así que cual niño abandonado no dejaba mi helado, aunque a veces gemía y me quejaba de placer.

— ¿Me das helado? —preguntó.

— Claro, abre la boca —respondí. Y comencé a verter el helado en su boca, enseguida él bajó y lo pasó a mi pene, dejó un pedazo de chocolate sobre mi glande y el helado en mis testículos.

Lo sentí un poco frío pero el placer que sentía me gustaba, y poco a poco jugaba con su lengua y volvía a tragar el helado, hasta dejar mi miembro limpio.

— ¿Me das un poco más de helado? —comentó.

— Aún queda bastante, y lo que haces me gusta —repuse.

Y enseguida me volteó boca abajo, con el trasero al aire y con su boca comenzó a meter bolitas de chocolate en mi ano, su lengua le ayudaba a meterlas y sus labios eran fríos gracias al hielo.

Él lamía como un gatito todo mi culo.

Después con sus dedos comenzó a abrir mi ano y sacó los chocolates para comerlos.

Aún no terminaba cuando me pidió de nuevo helado, pero esta vez lo embarró en todas mis nalgas, mientras las lamía y recorría cada centímetro con mordidas que me torturaban delicioso.

Pasó largo tiempo haciendo eso, yo por otro lado sólo me dedicaba a sentir, gozar y comer.

Hasta que de nuevo me pidió helado y siguió chupando mi pene, pero esta vez ya estaba por venirme en su cara, así que tomó el vaso de mi “McFlurry” y me pidió que echara mi semen en lo poco que quedaba de helado.

Yo muy obediente hice lo que me pidió, con varios gemidos y con mis pies estirándose debido al placer que fluía por mis venas.

Lo hice, me corrí en el helado que ahora era suyo y él con gusto lo recibió, no sin antes tomar una cuchara y comenzar a comer el resto del helado.

— Sabe dulce, por eso me encanta tu semen —dijo.

— ¿Te gusta comértelo? —contesté.

— Sólo de un chico bonito como tú, me gusta cómo saben tus mecos —repuso.

— Cuando quieras te daré más, ahora es mi turno—dije.

Y entonces me postré de rodillas y comencé a chupar su pene, aunque era muy pequeño, el sabor que dejaba en mis labios me gustaba. A veces me gustan los penes pequeños porque son fáciles de comer y con uno así era perfecto para comerlo con todo y testículos.

Chupé, chupé, chupé y su miembro no soportó demasiado mi lengua. Así que se corrió en mis labios, yo sin en cambio no me tragué su semen.

Él en cambio me pidió un beso y pasé de mi boca a la suya el semen que aún estaba caliente, lo sorbí lentamente con mi lengua entre sus labios.

A veces querido corazón, las personas que viven reprimidas viven buscando aventuras por fuera, por eso siempre es bueno aprender a vivir contigo mismo.

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