Hola a todos. Vuelvo a escribiros para contaros otra de mis experiencias, que espero sea de vuestro gusto. Habitualmente pasaba las tardes con la casa para mí en aquella época, ya que mis padres solían trabajar hasta la noche. Y como tengo la suerte de vivir en Murcia donde el tiempo acompaña, en cuanto puedo, aprovecho para ir por la casa ligero de ropa. A menudo acababa excitándome y masturbándome viendo una porno, lenta y suavemente, en casi cualquier habitación de la casa, mientras me metía algún juguetito por mi culo. Era uno de mis máximos placeres.

Una tarde calurosa, debía de ser mayo, salí de la ducha y decidí secarme al aire, por lo que permanecí sin vestirme un buen rato. Tenía bastante calor así que comí desnudo en la cocina mientras leía un libro y luego estuve un rato fregando los platos. El libro era bastante bueno así que continué leyendo un rato más allí mismo. En un momento en que me levanté a por algo de beber, me di cuenta de que la cortina estaba entreabierta y de que un hombre en la ventana del ático me estaba mirando a través del patio de luces.

Rápidamente aparté la mirada y disimulé como si no lo hubiese visto. Seguí leyendo, pero notaba como mi polla iba creciendo al notar por el rabillo del ojo que seguía mirando. Mi excitación iba creciendo y lentamente comencé a abrir poco a poco las piernas, para ofrecerle una buena vista, pero siempre sin darme por aludido ante su mirada.

Reclinado en la silla, fingía leer, pero ya ni me enteraba de lo que ponía el libro. Estaba completamente desnudo, con la polla ya dura y muy cachondo, pero el tipo no hacía nada más que mirar. Lo que pasa es que a mí con eso ya me puede volver loco. Empecé a moverme con cualquier excusa por la cocina: sacaba agua, cogía un bote de refresco, una servilleta… todo valía para lucirme ante ese mirón. Hubo dos momentos que me excitaron muchísimo, el primero cuando cogí un vaso de un armario, de su estante más alto, para lo que me tuve que estirar y poner de puntillas, levantando todo lo que pude el culo y quedándome así unos instantes, para que lo disfrutara.

El segundo momento fue cuando, con la excusa de coger hielo, me agaché, sin doblar las piernas que mantuve abiertas. Mi culo quedó totalmente expuesto y mantuve esa postura, en pelotas, durante casi un minuto, moviéndolo hacia los lados. Me excitaba tanto pensar en cómo me estaba viendo ese tipo, que gemía de gusto y mi polla daba latidos.

Al acabar me senté con el hielo en la mano y sin dejar de comprobar que aún seguía ahí en su ventana, me froté el hielo por la nuca, erizándome todo el vello del cuerpo. Estaba jadeando, no podía más, y notaba como perdía el poco autocontrol que tengo en estas cosas, y encima el cabrón no daba signos de nada, sólo miraba intensa y fijamente, sin perder detalle, pero sin apartarse. Yo lo controlaba por el rabillo del ojo y disimulaba mientras fingía que leía y me refrescaba.

Tenía que sumar, además, el riesgo de que cualquier otro vecino se asomara al patio de luces y me viera, lo que me mantenía alerta pero incrementaba mi excitación. Así que decidí pasar a la ofensiva.

Levanté la vista, mirándolo a los ojos y bajé mi mano a mí polla. Suavemente comencé a pajearme, acariciándome lentamente, mientras pasaba los restos de hielo por mis pezones ya endurecidos. Si apartar la mirada, comencé una suave paja que me hacía suspirar.

Cuando el hielo se derritió y aprovechando las gotas de agua que me caían por el pecho, abrí aún más las piernas y humedeciendo un dedo de mi otra mano, comencé a masajearme la entrada del culo, introduciendo el dedo hasta la primera falange mientras seguía con mi paja.

Al cabrón le gustaba lo que enseñaba. No se movía, pero mantenía su mirada en mí y veía como se mordía los labios. Yo, que lo conocía del ascensor y del portal, sabía que era un tipo de unos 40 o algo menos, alto y bien plantado, que me había visto crecer en el edificio, pero nunca había tenido mucha relación con él. Pero en ese momento, necesitaba yo urgentemente una buena polla, estaba cachondo como un burro y él no pasaba a la acción.

Yo no tenía nada más en mente que follármelo, pero no se animaba, yo seguía mirándole mientras me masturbaba para él pero necesitaba algo más y tenía que aprovechar la oportunidad. Decidí forzar un poco las cosas. Paré de golpe la paja, y mirándole directamente le dije a través del patio de luces

– Para algo más, tendrás que venir aquí.

Y lentamente me levanté, con mi polla dura como una roca, tan excitado que me costaba respirar, y salí de la cocina.

Me quedé unos instantes apoyado en la pared, intentando controlar mi respiración. Ese tío conocía a mis padres desde que yo era un niño. Quizás solo estaba siendo curioso y yo me lo había imaginado todo. Quizás se lo dijese a mis padres cuando los viera. Y entonces sí que hubiese tenido un problema. Pero no puede ser, pensaba. Aún siendo joven, sé reconocer cuando excito a un tío. Tengo cierta práctica en estas cosas y él me deseaba.

Angustiado y aún excitado me fui a mi cuarto y me tumbé en la cama. Lo hecho, hecho está, así que lo mejor que podía hacer era esperar que no pasara nada, y ya que estaba, acabar mi paja, porque aún la tenía dura. Empezaba a ello cuando, para mi sorpresa, sonó el timbre.

Me levanté como un resorte y me puse una bata encima, mientras pensaba si sería él. No esperaba a nadie más, la verdad. ¿Vendría a echarme la bronca? ¿O quizás…? Lleno de dudas, y bastante cachondo fui a abrir. Me di cuenta de que se me notaba la erección con la bata, pero en fin, de perdidos al río. Por la mirilla vi que era él, y abrí. Él estaba allí plantado, vestido con camisa y vaqueros.

Hola -me saluda. Yo le contesto igual y me pregunta: ¿Puedo pasar?

Sin responder, me aparto y le dejo entrar. Él me pregunta si estoy solo, a lo que respondo que sí, que hasta la noche no llegan mis padres. Apenas me sale la voz del cuerpo, él lo achacó a la timidez, pero en realidad era por lo cachondísimo que estaba por la situación. Le indiqué que pasara y se sentó en un sillón del comedor. Yo me quedé de pie, desnudo debajo de una fina bata que no podía disimular la tremenda erección que tenía. Así estuvimos durante varios momentos, que se me hicieron eternos, hasta que poco a poco empecé a jadear ante su escrutinio y él hambre que yo mismo sentía.

¿No eres muy joven para esas cosas?

No tanto para que no te guste mirarlo -le dije yo. Y me lancé al ruedo. Me abrí la bata y mi polla asomó como un muelle.

Así me acerqué a él que no dejó de mirarme y sin más palabras me arrodillé a sus pies. Empecé a acariciarle los muslos mientras veía su mirada ávida. Sin decir nada, abrió un poco más las piernas yo fui subiendo mis caricias hasta lo que llevaba buscando hace mucho rato. Le acaricié la polla por encima de los vaqueros, fuerte, palpándola, mientras acercaba mi cara. Se notaba una buena polla, dura y de buen tamaño. Mantuve su mirada mientras empezaba a brotar algún gemido por mi masaje, hasta que no pude más y comencé a besarla por encima de la ropa a la vez que abría su pantalón.

En unos instantes su polla saltó contra mi cara, larga y recta, circuncidad y roja. Inmediatamente me la metí de golpe en la boca. Hacía mucho rato que necesitaba una buena polla en mí y la devoré con ansia, hasta que me chocaba contra la garganta. Solo la sacaba para tomar algo de aire y juguetear con la saliva que iba cayendo, goteando por la comisura de mi boca, pero rápidamente me volvía a empalar la boca con ella mientras sentía sus manos acariciarme la cabeza y el cuello.

Las lágrimas empezaron a caerme de lo profundo que me la metía, y yo cada vez disfrutaba más, especialmente cuando comencé a notar que acompasaba mi mamada con movimientos de cadera que aún me la metían más adentro. Me encantaba esa sensación. Cuando la sacaba para tomar un poquito de aire, me la restregaba por la cara, que me debía brillar de la mezcla de sudor, lágrimas y saliva que llevaba encima.

El gruñía y me decía entre dientes «Sí, chupa, chupa…» lo que me indicaba que lo hacía bien. Poco a poco me fue sujetando con mayor firmeza la cabeza y la mamada fue convirtiéndose en una follada de boca, como a mí me gusta. Con una de sus manos me acariciaba el cuello y el pecho, mientras me mantenía la polla en la garganta con la otra.

Qué bien chupas, cabrón… -le oí murmurar.

Yo lo miraba los ojos, desafiante, sosteniéndole la mirada mientras me metía su polla aún más adentro a la vez que le tironeaba del pantalón para bajárselo del todo. Las rodillas me empezaban a doler de la dureza del suelo, pero cuando chupo una buena polla, no soy muy consciente de todo lo demás, así que seguía y seguía, arrodillado ante mi dios.

En una de las veces que sacaba su miembro de mi boca, para tomar aire y restregármelo bien por la cara, él se la cogió y me dio un par de pollazos con ella; yo abría la boca y le pedía más, lo que debió ponerlo a mil, y me dijo:

Quiero follarme ese culo que me has estado enseñado antes. Seguro que ya te lo han catado, ¿verdad?

Sí -acerté a decir de lo cachondo que estaba.

¿Te gusta que te lo follen?

Si, mucho -respondí mientras me levantaba.

Enséñamelo, joder.

Me giré y levanté la bata para que lo pidiera contemplar. Me puse de puntillas y lo oí gruñir. Sentí entonces sus manos en las caderas que me atraían hacía él y a continuación comenzó a sobármelo y masajeármelo. Yo lancé algún quedo suspiro y comencé a masturbarme con sus caricias. Sus manos recorrían mis glúteos y bajaban por mis piernas, acariciando el interior de los muslos, y de nuevo a los cachetes.

En el reflejo del cristal de un cuadro podía ver su cara de excitación, y como se relamía, lo que me ponía más cachondo aún, hasta que empujándome la espalda para que me inclinará, noté su lengua acariciar y lamer mi culo. Eso me hizo empezar a gemir como una puta perra en celo, y a pedirle más, llevando mi mano libre a su cabeza para que su lengua entrase hasta el fondo.

Yo empecé a pedirle directamente que me follara, pero él siguió sin compasión, haciéndome un beso negro, comiéndose con gula mi culo y provocando que mis gemidos empezarán a llegar al resto de vecinos.

Mi bata había caído sobre sus hombros, así que yo no podía ni verle la cara, solo sentía su lengua entrar en mi culo y recorrerlo, consiguiendo que yo jadeara como un burro, y que le pidiera casi a gritos:

¡Fóllame, por favor! Dame tu polla, métemela bien, duro y hasta el fondo. Empálame, ¡oh, joder, que lengua tienes, cabrón!

Gírate -me ordenó, parando el beso negro.

Obedientemente lo hice, aunque dejar su lengua me hizo sentir huérfano unos instantes. Él continuaba sentado, con los pantalones en el suelo y su camisa abierta. Yo me acerqué, sin dejar de mirarle a los ojos, me subí encima de sus piernas. Tomé su polla, que seguía dura y aún húmeda y tras chupar yo mis dedos para mojarla más, me la dirigí a mi culo, que aún latía de placer.

Suavemente me la metí entera. Noté como entraba, con unos conatos leves de molestias, pero la excitación y la práctica fueron suficientes, y en breve sentí como me llenaba, me invadía y mis entrañas estaban plenas. Comencé a moverme de forma lenta abajo y arriba, disfrutando de las sensaciones y de su extasiada mirada, conmigo, lampiño y desnudo a excepción de mi bata que seguía puesta. Apoyé las manos en sus hombros, y él echó mano a mi culo, mientras comenzaba a acompasar mi movimiento con su caderas.

Sus labios se cerraron sobre mi cuello y comenzó a intercalar suaves mordiscos con guarradas que me decía al oído entre jadeos, lo que estaba volviendo loco de morbo y placer:

Así, siéntela toda… joder, qué culo tan tragón… te mueves como una auténtica puta… Esto es lo que buscabas cuando te enseñabas ante la ventana, ¿eh? Te gusta que te miren, que todos sepas lo puta que eres y el culo tragón que tienes, ¿a que sí? Eres la hostia, cómo follas… Te tenía que haber follado hace años…

Yo solo respondía con jadeos y disfrutaba de la intensa follada que estaba dando; la tenía metida hasta el fondo y la sacaba casi completamente, sus manos apretando mi culo, con mi polla entre su cuerpo y el mío frotándose; con sus besos y comentarios, ya notaba como la excitación me llevaba al éxtasis, y sin necesidad de usar las manos, solo con la fricción del movimiento, comencé a correrme sobre su pecho, en una orgía de sensaciones que hicieron de ese uno de mis más intensos orgasmos.

Qué caliente estabas, mira cómo te corres -me dijo, pero yo no paré el ritmo.

Siguió follándome varios minutos yo continué con mi sube y baja, hasta que noté como sus jadeos iban en aumento y el ritmo se hacía más rápido. Mirándolo a los ojos lo animé, acelerando yo también la follada:

¡Vamos, córrete! ¡Dame tu leche, lléname el culo! Así, ¡dame fuerte, coño!

Con bufidos muy salvajes y apretándome el culo con sus manos, su polla empezó a dar espasmos dentro mi culo y me inundó de varios lechazos que me produjeron un placer indescriptible, haciéndome estremecer mientras su mirada, fija en mí, se nublaba lentamente.

Cuando pararon sus espasmos y lechazos, me derrumbé sobre él, y en esa postura, con su polla aún dentro de mí y notando como me goteaba su semen por el interior de mi pierna, permanecimos un buen rato, recuperando la respiración y sintiendo como me acariciaba la espalda y el cuello. Yo no quise moverme, estaba en la puta gloria, y él se fue relajando, con el sopor y el calor del momento.

Ignoro cuanto estuvimos así, quizás un cuarto de hora, pero con sus caricias, noté como me excitaba de nuevo, y mi polla respondió endureciéndose progresivamente. Él lo notaba en su estómago, y yo comencé a moverme suavemente, besándole mientras, poco a poco, su polla empezaba a responder. Llevé mi mano a su miembro, y empecé a pajearlo, sintiendo como se endurecía completamente, aún pegajosa de su corrida.

La juventud, qué ganas que tenéis siempre -me dijo socarronamente.

Es que yo soy muy puta cuando me excito -le dije yo.

Sus ojos se abrieron como si aún se sorprendiera de mi atrevimiento, lo que hizo que me excitara más, así que sonriéndole y manteniéndole la mirada, me levanté de su regazo y me arrodillé de nuevo ante él, y comencé a lamerle la polla, pegajosa y húmeda, llena de su semen y del olor de mi culo.

La incredulidad dio paso a la excitación en su mirada, de la que yo no perdía detalle, y yo estaba a mil por los aromas y sabores que sentía. Comencé a acompasar la mamada, cada vez más intensa, con un masaje a sus huevos, y me masturbaba yo a la vez. Se la comía con ansia, devorándosela, y me pajeba con igual violencia. Quería exprimirle, que se corriera de nuevo en mi boca, sentir su polla latir, y fue una mamada salvaje, a la que él respondía con gruñidos y gemidos, sin levantarse del sillón.

Mi boca me dolía, pero cada vez la metía y sacaba más rápido y profundo, deseando sentir su semen. Arreciaron sus gemidos y yo mi mamada, y pronto sentí el primer lechazo en mi garganta, que me atragantó con el impacto, pero seguí, sin sacármela de la boca y sin dejar que se escapara una gota, me la tragué toda, mientras él gemía y gemía.

Con el sabor de su leche en mi lengua, y relamiéndome aún, sentí que me llegaba el orgasmo, por lo que levanté, y de pie, desnudo con la bata, me comencé a correr sobre su polla, gimiendo y viendo su cara de satisfacción y de gusto. De los escalofríos que me dio, casi me desplomo. Su pecho quedó lleno de mi nueva corrida, superponiéndose a la anterior.

Me tumbé cuan largo era en el suelo, a sus pies, con él recuperándose y yo infinitamente satisfecho de recibir su leche por doble. Me notaba empapado, pegajoso y lleno de su semen, que me resbalaba por el cuello y las piernas, del mío, de sudor y de saliva, y con los ojos cerrados disfrutaba de las sensaciones.

Cuando al fin los abrí, él seguía desnudo, sentado con las piernas abiertas y su polla goteando. Tenía la mirada clavado en mí, pero me era inescrutable lo que estaba pensando. Estuvimos así un par de minutos, y yo comencé a estar algo excitado. Abrí de nuevo las piernas y empecé a restregarme los restos de semen por el pecho y la polla, que empezaba a subir de nuevo, y me planteé llevarlo a ducharnos juntos para que me follara de nuevo, quizás incluso una lluvia dorada a la que me había acostumbrado recientemente.

¿Te ha gustado lo que me has hecho? -le pregunté incitante.

Ignoro qué se le pasó en ese instante por la cabeza, pero sin mediar palabra, se puso la ropa, sin limpiarse todo el pringue que llevaba encima, aunque ya casi seco, y tras dirigirse a la puerta, salió de mi casa.

Nunca he tenido muy claro lo que pensaba, aunque ahora me lo puedo imaginar, pero me quedé escamado, pensando si había hecho algo mal. Pero en fin, estaba satisfecho y no le di más vueltas, así que me levanté y continué con mi día después de pegarme una buena ducha y reconozco que darme alguna que otra paja rememorando la tarde.

Durante un tiempo él me evitó, incluso aunque yo intentar coincidir con él en algún momento. Algo cabreado, decidí darle una lección, así que multipliqué mis apariciones en peloteas en la cocina y por cualquier ventana que él pudiera ver. Más de una vez lo vi mirándome, incluso me masturbé entre gemidos, corriéndome a borbotones. Pero él no me dijo nada. Solo una vez, en medio de una larga y lenta paja que me estaba haciendo frente a su ventana, hizo amago de levantarse y decirme algo, pero entonces, yo me giré y grité:

¡Ya voy, mamá!

Se quedó paralizado y yo salí de la habitación dejándolo en la estacada. Me reí mucho y terminé mi paja algo más íntimamente. Aquello lo debió descomponer, y demostrarle que estaba quedándome con él, lo que debió vencer su timidez, porque al día siguiente me esperó para montar en el ascensor, y allí solos, me empotró de cara a la pared y me aplastó para que sintiera su polla enhiesta y sus manos por todo mi cuerpo. Sus jadeos me llevaban a la gloria y el riesgo de que alguien llamara al ascensor me encendía y me hacía perder todo autodominio. Él solo me gruñó:

Sube a la terraza y espérame allí. Ahora.

Se despegó de mí y salió del ascensor. Yo me quedé boqueando, sin aliento y profundamente cachondo. No es que tuviera dudas, sabía lo que iba a hacer claramente, pero la excitación me embriagaba.

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