Mi nombre es Joaquín. Estudio Medicina y estoy en 5to año de la carrera. Soy morocho, alto, definido, ojos verdes, cabello rizado. Mi pija mide 17cm, buen grosor. Me he querido coger a Valentín desde que tengo memoria. Fornido, con pelos en todos lados de los 13 años, alto y con una voz muy masculina era lo que todas las chicas querían. No era particularmente lindo, pero sus facciones no eran feas y su actitud lo hacía muy sexy.
Fuimos compañeros en la escuela, nos sentábamos juntos en clase. Siempre fue un mujeriego nato, siendo jugador de rugby y baterista de una banda. Solíamos juntarnos a charlar y me contaba sobre la primera vez que una chica le hizo sexo oral, la primera vez que tuvo sexo, etc. Yo lo escuchaba atentamente, imaginándolo desnudo, imaginando su pija erecta, hermosa, penetrando el cuerpo de esas muchachas. Siempre terminaba masturbándome en el baño después de esas conversaciones. Recuerdo los pantalones joggings del colegio y su considerable bulto en ellos, paseándose completamente inadvertido del paquete que llevaba entre sus musculosas piernas.
Nunca pasó nada, siempre lo amé en silencio, y eventualmente nuestras vidas fueron divergiendo. Me fui de nuestra ciudad natal a estudiar mi carrera y vivo solo desde entonces, teniendo ocasionales encuentros sexuales con muchachos. Sin embargo, la amistad se mantuvo y esporádicamente conversábamos manteniéndonos al tanto. Él se enteró hace unos años que yo soy gay y se mostró muy amigable, no tuvo ningún problema.
Hace una semana, decidió venir a visitarme para salir a bailar dónde yo vivo, porque los clubs son mejores, y de paso verme a mi. Me mostré muy entusiasmado y fui a recibirlo a la terminal de ómnibus muy contento. Después de todo este tiempo, se había vuelto aún más masculino. Su rostro había adelgazado y su voz se había engrosado aún más.
-Buenas, amigo. Qué gusto vernos. No has cambiado nada! -me saludó mientras me abrazaba fuertemente.
Le devolví el abrazo y, mientras sentía los músculos de su espalda, le respondí:
-La verdad que tu tampoco has cambiado tanto. Estoy muy contento de que hayas venido.
Nos subimos al auto y fuimos a mi departamento. A la tarde no hicimos nada importante. Conversamos mucho de cosas irrelevantes y me puso al día de sus últimos amoríos. Organicé una salida para esa misma noche con varios amigos y al anochecer comenzamos a prepararnos para la fiesta.
Mostrándose igual de cómodo y desenvuelto con su cuerpo como siempre, se desvistió naturalmente y caminó en boxers hasta el baño. Me preguntó si podía usar algún toallón, y mientras le daba las indicaciones de dónde sacarlo no podía evitar dirigir mi mirada hacia su entrepierna. Casi podía ver el contorno de su pene dibujado sobre la lycra del bóxer blando, apoyado en dos pesados testículos que le daban un llamativo volumen al conjunto.
Comencé a sentir cómo mi propio miembro empezaba a endurecerse, y me asusté de que fuera a notarlo, pero por fortuna se alejó en busco del toallón y se metió a la ducha.
Cuando estuvimos listos, dejamos el departamento y salimos a bailar con mis amigos. La noche fue divertida, tomamos mucho alcohol y Valentín se emborrachó fuertemente. Incluso se besó brevemente con una chica rubia que encontramos en el club. Cuando volvimos, se encontraba en un estado de embriaguez importante. Le ofrecí dormir en la cama de invitados, que era pequeña, o conmigo en la cama grande que era más cómoda. Optó por mi cama, cosa que me resultó llamativa pero atribuí al alcohol.
Se sacó la ropa y quedó nuevamente en boxers, exponiendo su bulto que me enloquecía. Entró al baño, orinó largamente y se metió a la cama. Hice lo mismo seguidamente. Antes de apagar la luz le deseé buenas noches.
-Buenas noches -murmuró torpemente.
No pasaron más de 5 minutos hasta que empezó a roncar débilmente. Quería hacer algo y no sabía cómo actuar. Nunca iba a tener otra oportunidad. Podía sentir su calor irradiar de su cuerpo, mientras respiraba apacible. Mi corazón latía fuertemente, mi mente escudriñaba miles de pensamientos. ¿Qué pasaba si se ofendía, si se enojaba?Finalmente, tomé la decisión y estiré lentamente mi mano hacia su miembro. Una vez entre mis dedos, comenzó a moverlo delicadamente. Hice una pausa para detectar algún cambio en su respiración, por si se despertaba, y continué. Al cabo de unos segundos, pude sentirlo aumentar de tamaño, poco a poco. Era sin duda grande, sobretodo gruesa. Di un paso más y metí mi mano por debajo de su bóxer. Tocar la piel de su pene, ahora completamente erecto, me excitó enormemente. Deseaba chuparlo entero, tenerlo adentro, sentirlo dilatarme.
Estaba tan abrumado por el momento que no me había percatado del silencio en su respiración. Había dejado de roncar. Me llené de miedo y quise retirar mi mano de su bóxer, pero me detuvo firmemente.
-Me di cuenta de que querías esta poronga cuando te quedaste mirándomela esta tarde. Vamos putito -dijo graciosamente – chupámela.
Todo me parecía surreal, no podía creer que estuviera pasando. Bajé las sábanas que lo cubrían, descendí hasta estar a la altura de miembro y lo descubrí retirando sus boxers. Quedó su gruesa pija delante mío, de unos 19cm, emanando ese delicioso olor a hombre. La tomé y comencé a chuparla con todas mis ganas, tratando de hacerla caber en mi boca, salivando por doquier. Valentín comenzó a emitir unos gemidos graves, como gruñidos. Escucharlo me volvía loco, me hacía querer llevarlo más profundo en mi garganta.
-Eso putito, qué bien la chupas hijo de puta.
Sentía el salado gusto de su liquido preseminal en mi boca. Mientras lo masturbaba le daba besos y le chupaba sus bolas, enormes y tibias entre mis labios. Sus piernas grandes y musculosas me servían de apoyo.
Al cabo de un rato tomó su miembro en su mano y comenzó a golpearme con él en la cara. Llevó una mano a su boca, escupió saliva en ella y la desparramó en mi ano. Me masajeó unos instantes y comenzó a introducir un dedo lentamente. Yo ya estaba dilatado por la anticipación de sentir esa vergota dentro mío.
Me dio vuelta y me presionó boca abajo contra la cama, haciendo fuerza en mi cuello.
-Querés que te la meta putito? -me preguntó agitado, mientras empujaba lentamente con su cabeza en mi hoyo.
-Por favor. Cogeme entero.-gemí yo.
Empezó a introducir su verga y me produjo un fuerte gemido de placer.
-No podes tener este ojete Joaquín. -me dijo mientras me daba una nalgada y seguía presionando hacia adentro.
Ya estaba casi toda dentro y mi culo no daba más de plenitud. Empezó a envestirme rítmicamente y a cada arremetida se me contraía el abdomen involuntariamente, en oleadas de placer. A veces las puntadas de ese quemante dolor eran tan agudas que debía morder el colchón para no gritar. Empezó a incrementar la velocidad y fuerza de sus movimientos y a emitir un sonido como un bufido, la respiración fuerte y acentuada.
Se detuvo bruscamente, retiró su verga de mi, dejándome una sensación de vacío e insatisfacción, y se acostó él boca arriba en la cama. En un rápido movimiento me montó arriba suyo sin esfuerzo. Tomé su pedazo y lo guié hacia mis interiores. Ver esos pectorales, cubiertos de oscuro vello, y su rostro desfigurado por el placer, hacían que gotas de liquido preseminal escaparan por mi pene. La posición permitía que llegara muy profundamente y que me estimulara la próstata con gran intesidad. Empecé a sentir una oleada de placer incontenible y unos momentos después acabé encima de él con grandes chorros de semen. Pude sentir las fuertes contracciones de mi ano sobre su miembro y, mientras gemía fuertemente, empujó profundamente su verga dentro de mi. Sentí una tibieza liberada dentro de mi y una súbita lubricación.
Caí arriba de él y nos quedamos abrazados un rato, retomando nuestro aliento.
-Que bien me cogiste, por Dios. -le susurré en el oído.
-Cuando quieras te cojo de vuelta. -me respondió con picardía.
Nos levantamos y bañamos juntos. Nunca voy al olvidar esa noche en la que dormimos abrazados, desnudos, su pesado brazo alrededor mío, su hermosa verga apoyada contra mi culito.

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