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ASÍ COMENZÓ TODO

Conocí a Rodrigo, protagonista de esta historia y mi “pareja sentimental” durante muchos años, gracias a Cirilo, que por entonces rondaba los trece años.

Éramos buenos amigos y algunas veces nos bañamos juntos en una casa del pueblo donde él se ocupaba de hacer la limpieza por encargo de la dueña.

Durante estas duchas, en medio de acercamientos y jugueteos con nuestros miembros, comenzó mi contacto físico y afectivo con otros hombres.

Un día, mientras caminaba con Cirilo por alguno de los callejones del pueblo, nos alcanzó Rodrigo, de su misma edad más o menos, que era su amigo.

El mundo entero desapareció en ese momento en torno nuestro, incluido Cirilo. No hubo presentaciones, ni saludo, ni nada, pero nada volvió a ser igual desde entonces.

Fue en casa de su hermana mayor, casada y ausente por algunos días, que él confirmó lo que seguramente ya sospechaba: que yo era homosexual y que él, no me era indiferente.

Esa tarde inició nuestra relación. Paseábamos juntos, nos visitábamos regularmente y en innumerables ocasiones terminábamos en la cama o en los lugares más inverosímiles practicando el sexo oral. Aparentemente, él no quería pasar de allí.

Sin embargo, en muchas cosas funcionábamos como una pareja. Él fue a estudiar el bachillerato a la ciudad ;en ese tiempo, sólo nos veíamos algunas veces, y al regresar reanudamos nuestra relación.

Fue cuando comenzó a pedir que le permitiera penetrarme. Yo me negaba pues temía que me lastimara, miraba su pene y se contraía mi ano.

Claro que lo deseaba, mi cuerpo entero parecía exigirlo a gritos cada vez que estábamos desnudos en la cama; lo soñaba así desde hacía tiempo, pero pudo más el temor que el deseo.

Sus asedios continuaron por algún tiempo y también mis negativas… hasta que cambió su estrategia.

¿Qué vas a hacer mañana?, me preguntó una tarde, mientras volvía a vestirse, luego de que le hubiera hecho una gran mamada.

Tengo que ir a la capital para arreglar algunos asuntos de Hacienda. ¿Por qué?

Y comenzó a echar a andar su plan:

Porque necesito que me compres un medicamento.

Le dije que no había problema y en una pequeña hoja me anotó el nombre, dándome algo de dinero. Yo cumplí diligentemente el encargo: se trataba de una crema o algo parecido.

El dependiente me dijo que esa marca de “lubricante” era la más utilizada por los médicos.

Me extrañó el comentario pero no le di mayor importancia.

Luego, como era mi costumbre, fui a una sala pública para ver una película. Casi oscurecía cuando regresé al pueblo. Me bañé apresuradamente y me di prisa en buscar a Rodrigo para llevarle su encargo.

Debido a que su familia ignoraba el tipo de relación que teníamos, me encaramé sigilosamente en la barda de su casa, subí a la planta alta y como tenía copia de la llave, entré a su habitación.

Todo estaba a oscuras, pues no había llegado aún del trabajo.

Decidí esperarlo así que me recosté en su cama. Aunque había una ventana que daba a la calle, las gruesas cortinas apenas dejaban pasar una rendija de luz. Luego de un rato, que a mí se me hizo eterno, escuché pasos apresurados abajo, seguro era él.

Mi pulso se aceleró y un ligero temblor inició en mi espalda. La llave giró en la cerradura y él apareció en el quicio de la puerta, sin notar mi presencia. Encendió la luz, giró la vista y brincó al descubrirme.

¡Infame! Me asustaste… ; Contuve la carcajada, diciéndole:

Yo también te quiero. Sí, traje la medicina… y de nada, fue un placer

Sonrió, tomó la caja que le extendía abriéndola y desdeñando el resto del dinero.

Ahora sí, se acabaron los pretextos ,me dijo y no alcancé a entender a qué se refería.

La dejó sobre el buró, tomó su bata y una toalla.

Aquí me esperas, cuidado y te vayas ; y salió.

“Algo trama” pensé y supuse que iba a salir algo tarde de allí. No pude evitar pasar mi lengua por los labios, saboreando de antemano el banquete que me iba a dar.

No tardó mucho. Al verlo entrar supe que debajo de la bata no había más nada. Y su mirada me anticipó un poco lo que estaba a punto de suceder… aunque no del todo.

Todavía se dio tiempo para frotar su pelo y ofrecerme una pastilla mentolada. Yo, sentado en la cama, solamente lo contemplaba.

Finalmente se recostó, abrió su bata y me dijo con una sonrisa encantadora:

¿No quieres…?

Los zapatos se pegaron al suelo y me arrojaron a la cama. Mis manos y mi nariz llegaron a él antes que mi cerebro. Conocía muy bien el aroma que despedía, no sólo el del jabón, sino el suyo propio.

Me ofreció sus tetillas, erizadas ya y tiró de mi cabeza; me hundí en él, moviendo mi lengua como me había enseñado, como le gustaba, con suavidad extrema.

Con una mano tiré de los pelillos de su pecho, chupé también lentamente, saboreando.

Fui de un pezón a otro, aventuré un mordisco. En medio de la excitación que experimentaba alargué la otra mano y tomé su nuca, sabiendo lo que iba a provocar moviendo mis dedos sobre ella. Respingó.

¡Mmmmm! Así, despacio, despacio… más, más…. ¡Mmmm¡

Aunque yo también lo estaba disfrutando, una llamada, de mucho más abajo del ombligo, me urgía a dejar su nuca y sus tetillas. Tomé el camino de sus pelillos, llenándolo de besos. Me detuve todavía para acariciar su cintura y sus brazos, de nuevo lentamente, rozándolos apenas.

Su piel reaccionó erizándose, apretó mis hombros y un gemido se alzó desde su garganta. Se dio cuenta de que aún me hallaba vestido y tiró de mi sudadera para quitármela.

Y entonces vi su miembro, como un mástil, elevándose al cielo. No lo pensé dos veces, me aferré a él sintiendo como palpitaba.

¡Bruto¡; me dijo Trátalo con más cariño;.

Lo solté, rectifiqué mi estrategia y comencé a deslizar un dedo, rodeando lentamente el prepucio ya inflamado. Fui hacia abajo, hasta la base del pene y un poco más allá, hasta el orificio, que hallé tibio.

Me entretuve un poco, jugando con él. Luego fui arriba, desandando el camino, hasta la punta de su pene, lo puse en mi boca y comencé a frotarlo de manera que entrara y saliera suavemente.

Succionando algunas veces, apretando, lengüeteando, conseguí que sus caderas se elevaran un poco de la cama. Su excitación aumentaba, al ritmo de la mía.

Una sed interna me impulso a seguir metiendo y sacando su verga de mi boca. Con las manos masajeaba sus testículos, pues sabía que le gustaba eso.

Pero ni la excitación ni mi contacto hicieron que variara sus planes, los que había ocultado y ahora iba a descubrir.

Levantó de pronto mi cabeza y me dijo:

¿Quieres que te lo meta? Yo me movía entre nubes, ansioso, con ganas de beber su leche, pero alcancé a oponerme una vez más:

No, eso debe doler mucho. La verdad es que nadie había osado penetrarme, varias veces había defendido exitosamente mi orificio.

Pues esta vez no te me vas a escapar, ya te dije.

Giró hacia la mesita de noche y extrayendo la “medicina”, me explicó:

; Es un lubricante. Con esto va a resbalar. Además, yo no te haría daño

Dudé un poco. La verdad es que estaba enfebrecido y deseoso. Finalmente afirmé con la cabeza. Abandonó la bata en la cama, poniéndose de pie, puso un poco de lubricante en sus dedos.

Date vuelta .

Obedecí, me quite el pantalón y los calzoncillos inclinándome sobre la cama, ofreciendo mi trasero. Abriéndose paso, allá dentro fue primero un dedo.

Lentamente, aun lado y otro, fuera y dentro. “¿Qué me sucede?” Algo raro ocurría en mí; aunque dolía un poco, no sé qué resortes internos se estaban activados.

Lo cierto es que disfrutaba. Luego fueron dos dedos, protesté quejándome y contrayendo mi ano.

Tranquilo ; me susurró ; Relájate ,Así estuvo por un rato. Besaba mi cuello. Los dos dedos salieron. “Ahora vienen tres” pensé entre el ansia y el miedo.

Pero lo que acercó fue su pene, completamente erecto, embarrado de lubricante. Reculé.

¡Shhh! Calma .

Tomó en sus manos mi verga y comenzó lentamente a masturbarme, al tiempo que iba entrando en mí. Se movía a los lados, con suavidad pero sin detener su embate. Me dolía, sí y mucho, pero nada comparado a lo que pasaría, tiempo después, con Diego.

Aquí y ahora me sentía dividido. Por un lado estaba el dolor agudo provocado por su mástil, por otro el placer que su mano provocaba en mi verga. Un empujón final y yo ahogué un grito. Me sujetó de la cintura.

Aguanta, que esto va a pasar pronto .

Poco después, cuando me acostumbré al invasor, sentí rico y yo mismo inicié un movimiento de caderas. Él lo percibió de inmediato, entrando y saliendo.

Llevábamos un mismo compás y una sola excitación nos inundó. Soltó mi pene y yo apenas me di cuenta, concentrado en las sensaciones.

Veía galaxias, y me hundía en ellas, un rumor extraño llenaba mis oídos, confundido con sus jadeos, con las frases que murmuraba.

Así, así, ¡qué bien!

Apresuró sus embates, sus testículos golpeaban mi trasero. Sólo se detenía para abrir espacio, casi desesperado. Se desplomó sobre mí sin soltarme.

Un chorro cálido, enorme, fue avanzando en mis entrañas. Sus dientes mordieron mi espalda. Por cada disparo, él entraba más profundo, bombeando hasta que ya no hubo más.

Me abrazó con una ternura que pocas veces dejaba entrever. Ardor, placer, desconcierto eran una sola cosa dentro de mí. Me sentí amado y poseído, mientras él perdía su erección. Tan aturdido estaba que ni siquiera atiné a limpiar lo que escurría de su miembro y de mi ano cuando se levantó. Sonrió, alzó levemente los hombros y buscando los pañuelos desechables me arrojó la caja limpiándose con uno de ellos. Mientras me aseaba, lo miré fijamente:

Vaya, ¡te saliste con la tuya!

¿Y eso te incomoda?

Sabes bien que no ;.

Recuperé mi ropa, él se cubrió con la bata. Tomándome de la cintura me acompañó a la puerta, un beso en la mejilla y, apretando un poco mi trasero me susurró al oído:

Sueñas conmigo

Trabajosamente, libré la barda de su casa y corrí a la mía. Llegado a mi habitación me quité la ropa y entré bajo las sábanas. Estaba agotado y quería dormir. Volvieron a mi mente sus últimas palabras: “sueñas conmigo”. Y una mezcla de dolor y placer me sacudió. Afortunadamente concilié pronto el sueño.

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