Hace ya bastantes años, cuando la homosexualidad tenía que ocultarse, Álex tuvo su primera experiencia erótica, en medio de una historia de amor que le convenció de que sus sentimientos no podían ser aquel pecado horrible que la gente no se atrevía siquiera a nombrar, sino algo verdaderamente hermoso.

Álex había ido de vacaciones con su familia a un pueblo en la costa del Mediterráneo. Era la época en la que España se había consolidado como destino turístico, poco después de la muerte del dictador, y el pequeño pueblo de su infancia empezaba a convertirse en una pequeña ciudad abarrotada de turistas, muchos de ellos jóvenes inquietos que deseaban pasar una temporada excitante, lejos de su insípida existencia en los países del norte.

Tan sólo llevaba una semana en el pueblo cuando Álex conoció a Christian, un chico cuatro años mayor que él que estaba solo en una casita que había alquilado un poco alejada del centro del pueblo, lo suficiente para poder ir con comodidad a una cala un poco alejada de la playa más frecuentada, la misma a la que solía ir Álex con sus amigos.

Eran la pandilla de todos los años, las mismas caras de siempre con las mismas inquietudes adolescentes de siempre. A Álex le caían bien sus amigos, pero se sentía incómodo, porque el año anterior había empezado a sentirse atraído por alguno de ellos. Estaba Javi, el simpático por el que se derretían todas las chicas, y también Arturo, más callado, pero muy masculino. Y Vicente, que no era tan guapo, pero que tampoco le dejaba indiferente. Y Gonzalo, y Luis, y…

Álex los deseaba a todos. Se masturbaba todas las noches antes de dormir, y todas las mañanas al despertar, recordando sus cuerpos semidesnudos en diminutos trajes de baño que apenas podían ocultar el volumen de sus paquetes. Encima sólo hacía falta que apareciera alguna chica en bikini para que el desfile de erecciones comenzase, en cuyo caso se iban todos al agua para disimular. Álex también se excitaba, pero no por el mismo motivo.

Se sentía extraño por todo ello. Era maravilloso estar con todos ellos, observarles de reojo para acumular imágenes con las que pajearse una y otra vez, pero sabía que sólo podía llegar hasta ahí. Tenía muy claro que todos le volverían la espalda al menor indicio de mariconadas, y él ya no podía aguantar más. Sentía la necesidad de abrazar a otro hombre, dejarse llevar por el deseo y sentirse libre de gozar de su sexualidad sin remordimientos.

Esa punzada de deseo la sintió nada más ver a Christian. Habían llegado a la playa como todos los días, y se habían puesto a jugar al fútbol en la arena ―daba igual si era incómodo, se trataba únicamente de dar salida a toda esa energía que acumulaban entre todos―. Christian estaba junto al mar, tomando el sol con un traje de baño negro que apenas lograba ocultar su sexo. A Álex le costaba apartar los ojos de aquel cuerpo joven, fibrado y con algo de vello en el pecho y en las piernas. Trataba de concentrarse en el juego, y de repente observó que Javi se ponía a hablar con él. No le quedó claro de qué hablaban, pero el caso es que Christian se apuntó al juego.

Al ser un poco más mayor que ellos, y además extranjero, los chicos se sintieron totalmente fascinados, pero lo cierto es que Christian se comportaba como uno más del grupo. En ningún momento pretendió hacerse con el liderazgo, tan sólo trataba de calmar su insaciable curiosidad sobre el idioma y los asuntos de España hablando con ellos. El juego dejó paso a una conversación en grupo después de que Christian repartiese cigarrillos entre los que ya fumaban y los que querían probar. Álex fue uno de estos últimos, y el ataque de tos que sufrió al aspirar su primera calada recibió la recompensa de una deliciosa sonrisa por parte de Christian. Aquella noche, Álex se masturbó pensando en él, y experimentó el mejor orgasmo que había sentido hasta entonces.

Al día siguiente, el grupo volvió a encontrarse con Christian, y de nuevo se tumbaron en la arena para conversar. Los chicos le preguntaban cosas de su país y respondían a sus preguntas, hablaban de chicas, de música y de cine. Álex se sentía arrebatado cada vez que Christian le miraba, y el deseo de acariciar su cuerpo, sentir su abrazo y el contacto con su sexo se hacía minuto a minuto más intenso. Hasta que Vicente dio la voz de alarma:

―¡Mirad a Álex! ¡La tiene tiesa!

Las carcajadas fueron unánimes, y Álex dirigió su mirada hacia su traje de baño rojo y azul. En efecto, mostraba una erección gigantesca, que trató de tapar con una mano mientras fingía que no le daba importancia al asunto. Las bromas de los demás no se hicieron esperar, cebándose en la ocasión, hasta que Christian hizo que volvieran las miradas hacia él:

―Tampoco es tan extraño, ¿no? ―dijo en su particular español―. A mí también me pasa.

Álex miró el traje de baño negro de Christian y comprobó que, efectivamente, su erección saltaba a la vista. Sintió cómo le subía la sangre a las mejillas, y salió del grupo para meterse en el agua rápidamente. No obstante, no había manera de arreglar su problema, al menos en público, por lo que decidió volver a su casa.

―No te enfades, hombre ―le dijo Javi―. Sólo son bromas.

―No estoy enfadado ―respondió él―. Pero creo que será mejor que me vaya… a ver si así se me baja.

Estaba ya a punto de salir de la playa cuando le alcanzó Christian. También creía que estaba enfadado.

―¿Te gustaría venir esta tarde a mi casa? ―le preguntó―. Solos tú y yo.

La proposición cogió de sorpresa a Álex, que durante algunos segundos no supo qué contestar. Lo suficiente para que su polla volviera a montar una tienda de campaña en su traje de baño. Pero más sorprendente todavía fue que el traje de baño de Christian experimentara el mismo efecto.

―¿Vendrás? ―insistió Christian―. Quiero hablar contigo.

Álex respondió que iría. Sin embargo, estaba muerto de miedo. No se atrevía a imaginar qué era aquello de lo que quería hablar Christian, y estaba convencido de que para él no era sino uno más del grupo. Que quisiera estar a solas con él, charlando sin nadie más, eso colmaba todas sus expectativas. Ni siquiera se había atrevido a imaginar que existiera la posibilidad de verle en otra situación que la de un encuentro con sus amigos en la playa.

Aquella tarde, Álex se presentó en la casita que ocupaba Christian. Éste le recibió llevando únicamente unos vaqueros, y le invitó a entrar. Pasaron a un patio que había detrás de la casa, una especie de jardín con un pequeño velador, y Christian se quitó los vaqueros explicando que quería aprovechar las horas de sol. Llevaba el mismo traje de baño negro de la mañana, y su polla se marcaba claramente.

Le ofreció una cerveza, y se sentó en una hamaca para seguir tomando el sol. Álex se sentó junto a él y se quedó mirándole sin decir palabra.

―Ya sabes que mi español no es muy bueno ―comenzó Christian―, así que iré directo al punto. Creo que sé por qué se te puso dura esta mañana.

Álex se derrumbó al instante, y comenzó a llorar al pensar que su oscuro secreto había sido descubierto. Christian se quedó perplejo, y se incorporó para tomar a Álex de la mano.

―¿Por qué lloras? ¿Te da vergüenza?

Álex trató débilmente de levantarse y salir corriendo, pero no pudo.

―¡No seas tonto! ―dijo Christian―. No tienes que sentir vergüenza. ¡No pasa nada!

Su voz fue como un bálsamo para Álex, pero no logró que dejase de llorar.

―He visto cómo me mirabas ―prosiguió Christian―. Y tú también me gustas.

Se inclinó entonces hacia Álex y le besó en los labios.

Un mundo de sensaciones se abrió paso en la mente de Álex, que no supo qué hacer en ese momento. Pero al menos sus lágrimas dejaron de fluir. Christian le sonrió y le besó otra vez, y Álex se abandonó por fin a la maravillosa sensación que le producía aquel beso. Abrazó a Christian y juntó los labios con los suyos. Notó entonces la lengua del otro intentando entrar en su boca. Le costó un poco darse cuenta de qué era lo que quería Christian, pero al fin aceptó la intrusión, y se fundió con él en un beso apasionado.

Cuando las bocas se separaron, la sonrisa de Christian iluminó el corazón de Álex. Dirigió su mirada hacia su traje de baño, donde una enorme erección pugnaba por romper la tela.

―¿Quieres tocarme?

Cogió la mano de Álex y la dirigió suavemente hacia su paquete. La caricia provocó un suave gemido de Christian, que se apresuró a hacer lo mismo con Álex. Se besaron otra vez mientras se acariciaban los sexos por encima de la ropa. Por fin, Christian tomó a Álex en brazos y lo llevó al interior de la casa.

En el dormitorio, Christian se sentó en la cama mientras Álex se desnudaba. Iba a quitarse los calzoncillos blancos de algodón cuando Christian le atrajo impaciente hacia él. Los dos se tumbaron abrazados y estuvieron varios minutos besándose. La mano de Christian acariciaba insistentemente el paquete de Álex, que se dejó llevar sin dudarlo, instintivamente, hasta el orgasmo.

―¡Aaaaaaaaaaaaahhhh!

La caliente mancha de semen se extendía por el slip, que Christian se apresuró a quitarle a Álex para ponérselo inmediatamente en la cara y lamer viciosamente todo aquel esperma, que tragó con avidez.

―Mmmmm, qué rico. ¿Quieres?

Álex ya había probado su propio semen, y le había gustado. Hundió su cara en sus propios calzoncillos sintiendo el olor penetrante y el sabor entre dulce y agrio de la lefa. Se besaron de nuevo, y Christian cogió la mano de Álex para llevarla a su polla. Mientras le acariciaba el paquete por encima del traje de baño, Christian se retorcía de placer entre gemidos y suspiros cada vez más sonoros, hasta que por fin estalló en un orgasmo brutal:

―¡Áleeeeeeeex! ¡Te quierooooooooooo! ¡Me corro, Álex! ¡Me corro! ¡Me corrooooooooooooo!

Se despojó rápidamente del traje de baño y se lo ofreció a Álex, que no tardó en llevárselo a la boca. Lamió el enorme goterón de semen que contenía y se lo tragó paladeándolo. Se besaron, y Christian tuvo oportunidad de saborear su esperma tomándolo de los labios de Álex.

Estaban desnudos, y no tardaron en sentir la urgencia de sus rabos exigiendo más y más placer. Christian guió a Álex para que le penetrara, y pronto se unieron en un coito salvaje con Christian tumbado en la cama y abierto de piernas mientras Álex, de rodillas y enfrente de él, le penetraba una y otra vez. Christian hundía su rostro en la almohada para sofocar sus gritos de placer, y Álex se mantenía callado, concentrado en las maravillosas sensaciones que experimentaba follando a su amante. Pasó el tiempo sin que se dieran cuenta, hasta que la polla de Álex se hizo más gruesa y empezó a soltar chorros de lefa en el interior de Christian. Sintió entonces la necesidad de hacer lo mismo que había hecho el otro, y expresar su placer con las palabras que llegaron primero a su mente:

―¡Christian! ¡Christian! ¡Te amo! ¡Christiaaaaaaaaaaaaaaaan!

Entre que se había corrido poco antes, y que su inexperiencia le obligaba a concentrarse en dar y recibir placer al mismo tiempo, la embestida duró lo suficiente como para que Christian se declarara exhausto. Hubo después un intento de penetración de Álex que no llegó a buen término, ya que no pudo soportar el dolor.

Estuvieron un buen rato abrazados, hasta que Álex tuvo que marcharse a cenar a su casa, para que su familia no se preocupara. Al día siguiente, ninguno de los dos bajó a la playa, y Christian logró penetrar a Álex hasta dejarle el culo chorreando semen. Hicieron el amor por la mañana, por la tarde e incluso por la noche, ya que los padres de Álex le permitieron quedarse a dormir en casa de su amigo, sin sospechar jamás lo que allí ocurría.

Una noche, durante las fiestas del pueblo, se fueron a la playa e hicieron el amor bajo las estrellas, junto a una fogata. Hicieron un sesenta y nueve intenso que llevaron hasta el final, corriéndose los dos a la vez en la boca del otro. Luego se besaron y mezclaron su esperma para saborear la mezcla poco a poco. Sus labios recubiertos de semen se unieron una y otra vez para sellar su amor. Pocos minutos después, Christian penetró a Álex una vez más. Su pene invadió suavemente los rincones más sensibles del culo de Álex, poseyéndolo lentamente, mientras éste suspiraba y jadeaba de puro placer. Había aprendido a masturbarse mientras Christian le follaba, y los dos volvieron a estallar a la vez en el mayor orgasmo que jamás habían experimentado. Nadie les oyó gritar, aquel goce infinito fue para ellos solos.

Se amaron durante poco más de un mes. La separación posterior fue breve, pues Christian se trasladó a la ciudad donde vivía Álex y organizó su vida allí para poder estar con el hombre que amaba, y follar con él todos, o casi todos, los días.

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