“Pero si te cabe entera, ves…,así,…así…, te entra de puta madre…, se nota que a tu culo le gusta tragársela…muy bien Dani, muy bien..”
El chaval tenía la cara descompuesta, los ojos apretados, y los dientes también, y emitía una especie de resoplido, o un gemido. Se notaba que le estaba doliendo.
“Ya está toda dentro, lo estás haciendo muy bien…”
Le acaricié un poco la espalda, y el Dani abrió los ojos y me miró, entre dolorido y esperanzado de que la cosa se volviese más llevadera.  Esa mirada me puso frenético. La saqué entera y se la metí de golpe, y conseguí arrancarle un gemido más de dolor, aunque igual también algo de placer. Es increíble lo loco que me vuelven sus caras, sus miradas. Me excitan al principio cuando les duele, y me excitan al final cuando les gusta, y yo les humillo haciéndoles ver que les gusta. Esa mezcla de placer y vergüenza que les hace evitar mirarme. No soportan que les guste lo que les obligo a hacer. Bueno, al principio. Algunos acaban por asumirlo y entonces se vuelven putas convencidas y casi sin remordimientos. Las putas tienen su interés, claro… pero no es lo mismo.
Dani tiene diecisiete y una novia de su misma clase con unas tetas brutales. Si hace un año me hubieran dicho que me estaría tirando a un alumno, hubiese apostado con los ojos cerrados porque sería con su novia, o con la morenita de aspecto latino, bueno, o con cualquiera que fuese una tía. Eso, descontando que jamás me hubiera liado con una alumna. Nunca me hubiera atrevido, y la verdad que tampoco lo había deseado. Sí, alguna te fijas que está buena pero… ¿qué más da?, son trabajo, están archivadas en otra parte de la cabeza, no son una opción.
Así que ¿un alumno?, ¿un tío? Jamás me había acostado con un hombre. Pero es que ni siquiera me habían atraído, nunca. De verdad. Parece increíble teniendo en cuenta lo que estoy disfrutando del culo del Dani, tan duro, mientras él se retuerce debajo de mí, y los gemidos se van haciendo cada vez más suaves. A ver, antes de que deje de dolerle:
 “Venga Dani, pídeme que te folle, venga tío, ¿quieres que siga?, venga Dani, dímelo…”
Quiero que me lo pidan cuando aun les duele.
 “…sí, fóllame,… por favor, fóllame”.
Joder, que trallado está ya el Dani. Las ostias que le tuve que dar la primera vez para que lo dijese, y ahora ya lo pide por favor. Para que luego digan que soy mal profesor.
Profesor de Lengua y Literatura. Y con la suerte de encontrar trabajo en un colegio concertado de mi ciudad. Yo me fui a estudiar fuera, y luego hice alguna formación posterior. Encontré curro en un colegio, y dos años después surgió la oportunidad de venir a mi propia ciudad, donde viven mis padres y mi familia, y al colegio donde yo estudié. A mi mujer le encantó la idea, porque ella era administrativo en una empresa cualquiera, y su familia también vive aquí.
Empecé a finales de agosto para el nuevo curso, y ahí conocí al cabrón que me cambió la vida. De entre todos los compañeros que conocí el primer día, Carlos fue con el que tuve mejor contacto, más que nada porque tenemos edad parecida (él cuarenta y uno) y porque era un tipo simpático. Profesor de Educación Física, moreno, en forma y siempre sonriente. Llevaba ya años currando en el colegio y se llevaba bien con todos, que eran en general mayores que él, y no llevaban ropa deportiva para trabajar. Iba un poco a su aire, así que yo creo que se alegró de que hubiera otro tío más o menos de su edad para hablar en las pausas del café y cosas así. A mí me iban a tocar clases desde quince a dieciocho años, y los días pasaron bastante rápido preparando todo. El ambiente era bueno y me gustaba.
Tres semanas avanzadas las clases, Carlos me pidió un día que si podía cerrarle el gimnasio esa tarde, porque tenía no se qué recado que hacer. Me dejó una llave, y así lo hice. Al día siguiente se me olvidó devolvérsela, y se quedó junto a mis cosas en mi despacho.
Un mes después, a finales de octubre, tuve que ir al despacho un sábado por la tarde. Vi casualmente la llave del gimnasio así que decidí dejársela en la oficina, que estaba dentro del propio gimnasio. La puerta no tenía manilla por fuera.
El colegio estaba desierto. Abrí el gimnasio con la llave, y entré. Estaba ligeramente iluminado por las pocas ventanas altas que tenía. Me dirigí hacia la oficina, que tenía la puerta abierta. Mientras me acercaba, empecé a oírlo. Gemidos, resoplidos. Me paré y me acerqué despacio, y mi cabeza se dio cuenta de que eran ruidos de sexo. No lo pensé. Avancé sin hacer ruido, y me asomé a la oficina.
Había un tío de pie, dándome la espalda, desnudo excepto por una gorra en la cabeza. Estaba follándose a alguien que estaba apoyado boca abajo contra la mesa del despacho. Y estaba hablando:
“ …así que cuando le hagas un dedo,…umm… quiero que pienses en cómo te los meto yo,..umm… quiero que le hagas chupártelo como tu me los chupas a mi…vale?…umm….vamos a ver si consigues que la tía se corra solo con los dedos….umm…a ver si conseguimos que no descubra que en realidad eres una guarrilla, eh Luisito? Jeje.. umm…”
Entonces lo vi, se reflejaba en el cristal del armario tras la mesa. El que estaba follando era Carlos. Y a quien se estaba follando era a Luis, uno de mis alumnos.
Luis tenía los ojos cerrados y bajó la cabeza. Carlos levantó la vista hacia el armario, y me vio reflejado. Se quedó quieto de repente. Tenía cara de sorpresa y de miedo. Yo estaba también petrificado, me quedé mirándole sin moverme. Todo fue muy rápido. Nos mirábamos uno al otro. Y entonces, él, sonrió.
 Puso la mano sobre la cabeza de Luis, empujándola hacia abajo. Movió el cuerpo hacia atrás, y embistió al chaval de una forma brutal, haciendo que gritase. Todo esto, sin dejar de mirarme sonriendo. Le empezó a follar con fuerza, y no apartaba su vista de mi, y no dejaba de sonreir…Yo estaba quieto, bloqueado.
“ venga Luisito…a ver… dime otra vez como te gusta que te lo haga…, venga…para que yo te oiga…”
“ agh…me gusta…ahg… me gusta que me folles como a una puta… aagh… una puta barata…aahg…porque aunque parezca un tio…aagh…en realidad soy una…aagh…zorrita viciosa…”
 Lo recitó como quien dice una lección aprendida, solo interrumpida por los gemidos que emitía cada vez que le enculaban.
“… muy bien Luisito, muy bien,…no te preocupes,… ya sabes que yo siempre te trato como te mereces…jeje”
Se rió con ganas y me guiñó un ojo. Sentí una oleada de calor en la cara, y solo quise escapar. Me di la vuelta y salí como pude del gimnasio, pero sin hacer ruido. No quería estar ahí. Ni haber estado nunca, ni haber visto nada.
Al salir del gimnasio caminé rápido para salir del colegio, sin encontrarme a nadie. Una vez fuera, a la luz, me di cuenta: estaba completamente empalmado.

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