Dani tiene unos ojos azules preciosos, de un color casi transparente. Me gusta que me mire cuando tiene mi rabo en la boca, y ver lo chulos que son. Sobre todo cuando ya lleva mamando algún tiempo, y los tiene llorosos de haberle forzado la garganta, y está acalorado y rebozado de saliva y de líquido que suelta mi polla. Está muy guapo aunque tenga la mejilla deformada por mi rabo.
A mí me encanta que me coman el rabo, pero mi mujer nunca me lo ha comido bien. Pensándolo bien, hasta hace un año no supe lo que era una mamada de verdad. Aquel sábado en que salí corriendo del gimnasio por ejemplo, mi mujer me la mamó por la noche, pero nada que ver. Recuerdo que llegué a casa acojonado, asustado. Bueno, no me creía lo que había pasado. Le daba vueltas repitiendo lo sucedido, pero era como si mi cabeza lo tratará más como una película vista o un libro leído que una experiencia real. Se negaba a procesarlo como algo que me hubiese ocurrido a mí. La tarde de compras en el Carrefour fue un poema. Cuando llegamos a casa caí en la cuenta de que estaba muy, muy cachondo. Insistí en echar un polvo ya. Ella quería esperar a después de la cena…
Me la follé con ganas. En el momento de correrme, me vino a la cabeza la imagen de Carlos sonriente, guiñándome el ojo. Mi mujer me preguntó a que tía había visto en el Carrefour para ponerme así, para darle las gracias.
Dani me da las gracias cuando me corro después de la mamada. Y otra vez cuando le dejo correrse a él. No porque le saliese a él naturalmente, sino porque le he enseñado a hacerlo. Enseñarle estas cosas al Dani después de haberle enseñado Literatura en clase me da un placer morboso, lo reconozco. En clase le trato como a un alumno más, de hecho le ignoro un poco más que a la mayoría. Y no me cuesta nada. Sí me da la risa a veces cuando le veo con su novia y sus colegas en los pasillos, como si fuera un chaval corriente, acordándome de las cosas que hace conmigo.
Pero todo eso estaba muy lejos aquel domingo después de aquel sábado. Lo que yo pensaba era en las implicaciones de denunciar lo que había visto. Eso era lo normal, hacer saber a la dirección del colegio lo que había presenciado, para que se tomaran las medidas oportunas. Creía recordar que Luis era ya mayor de edad, pero aún así ese tipo de conducta significaba el despido de Carlos, y a partir de ahí, un buen follón. Porque en realidad, era mi palabra contra la de él, a expensas de lo que el chaval pudiese decir. Y mi cómodo puesto y mi acogedora situación, empañada por un asunto desagradable que desde luego no me beneficiaría en nada. Pero, moralmente, mi obligación era indiscutible…
Siempre me he tenido por buena persona, no un santo, pero sí una buena persona. Pero la perspectiva de la denuncia se me antojaba pesada, complicada, molesta. Un lío que yo no había buscado y del que no sacaría ningún beneficio y sí muchos inconvenientes. Así que, por primera vez, tomé una decisión en oposición directa con mi conciencia: no iba a decir públicamente nada del tema. Hablaría en privado con Carlos (le debía la posibilidad de explicarse, me decía para justificarme) y procuraría acabar con la situación discretamente.
El lunes no coincidí con Carlos en la sala de profesores hasta mediodía. Yo estaba nervioso, y él más callado y menos sonriente de lo normal. Me miró intensamente al entrar y me pareció expectante. Tuvimos una reunión de profesores, y notaba que cada cierto tiempo me miraba. Al terminar, hizo uno de sus comentarios graciosos y me miró sonriente. Parecía más tranquilo.
Yo no tenía ganas de sacar el tema. Todo era como siempre, un día normal en mi vida normal. Quizá mañana, si coincidíamos en un descanso…
A las cinco, mientras recogía unos papeles en la sala de profesores entró, y al verme se acercó: “Oye, casi quédate entonces con la llave del gimnasio que te había dado, así puedes entrar y salir cuando quieras…” Me sonrió de oreja a oreja y me guiñó un ojo. Me sacudió un trallazo en la polla. Antes de poder contestar, ya se había ido, charlando alegremente con otro compañero.
Al día siguiente en clase, me fijé en Luis. Era un chico de estatura media, castaño con el pelo corto. Objetivamente, era bastante guapo. Complexión atlética, creía recordar que jugaba al baloncesto a pesar de no ser muy alto. No parecía en absoluto preocupado o triste. Mientras hacían un ejercicio, le miré discretamente, mientras recordaba su cara en el gimnasio, los ojos cerrados y la boca entreabierta. Recordé su voz pidiéndole a Carlos que le follara. Noté que comenzaba a empalmarme.
Me pasé toda la semana evitando a Carlos y espiando a Luis. Intentando descubrir algo que me permitiese ver en él una pista de lo que realmente sucedía en el gimnasio.
El sábado después de comer, mi mujer se echó la siesta. Si Carlos estaba en el gimnasio, debía ir a hablar con él e impedir que esto siguiera, me decía. Era consciente de que me moría de curiosidad por ver que estaba pasando.
Abrí con cuidado la puerta del gimnasio. Me acerqué despacio, con el corazón latiendo a mil por hora. Ahí estaban los ruidos otra vez.
Carlos estaba de pie, mirando hacia fuera de la oficina. De rodillas ante él estaba Luis. Los dos desnudos excepto por la gorra del profesor. Me vio en seguida y puso la mano sobre la cabeza de Luis. Me sonrió.
“Ahora que ya la has mamado un rato te voy a follar la boca, que yo también tengo derecho a pasármelo bien Luisito… venga, abre bien…”
Le sujetó la cabeza e inclino el pubis adelante, una, dos, tres veces, cada vez con más intensidad. A la tercera, el chaval tosió y se atragantó, echándose hacia atrás para sacar la polla de la boca. Carlos le cogió la cabeza por el pelo y le soltó un ostión en la mejilla. Sujetándole, acercó su cara la suya.
“Cuantas veces te he dicho que no saques la polla de la boca,…venga, anda…vamos a intentarlo otra vez a ver si te sale mejor,… pídemelo…”
“Por favor, Carlos, fóllame la boca…”
Carlos le acarició la mejilla con la mano. “… lo del coñito, que sabes que me gusta…”
“por favor, fóllame la boca, úsala como un coñito para tu rabo…”
Carlos se rió suavemente, le metió el rabo de nuevo en la boca y empezó a bombear. “…manda huevos lo zorra que eres Luisito, …lo aprendes todo muy rápido y muy bien…¿ te acuerdas la principio cuando te resistías?…pero ves como yo tenía razón…eres una maricona…además de las guarras de verdad…me lo vas a agradecer toda la vida…y todos los tíos que te usen también me lo agradecerán..”
Me miró con una sonrisa torcida, de hijoputa. Luis se atragantaba pero Carlos le tenía la cabeza bien sujeta. Otra vez estaba en ese gimnasio completamente empalmado. Pero esta vez no me fui.