¡Ah! Me encanta ese sentimiento, dolor después de ejercitarse. Te deja un buen sabor de boca. Es como realizar una buena acción durante el día. Aunque, claro, hay cosas más deliciosas por probar y eso, irónicamente lo descubrí aquí, en el gimnasio.

Hace un par de semanas decidí tener un cuerpo marcado, uno que me gustara mostrar en fotos en la playa. No es que sea gordo, de hecho soy una persona menuda, pero no tengo nada que presumir, así que decidí suscribirme a un gimnasio que está a 10minutos de casa. Me mostraron las máquinas, las bandas, las pesas… en fin, un sin número de aparatos para tonificar cuerpo. Comencé mis rutinas al día siguiente muy motivado.

Llegué a casa después de la Preparatoria, me puse una playera ligera y unos shorts diminutos. Empecé haciendo un poco de cardio y me sorprendió que el gimnasio estuviera solo. Teníamos el gimnasio solo para nosotros una anciana y yo.

Los días se hicieron semanas y yo empezaba a sentir mi cuerpo forjarse cada vez más fuerte. Me encantaba el poder que sentía; como los músculos se contraían y botaban mis venas al flexionarlos.

Un día llegue demasiado cansado de la escuela a mi casa, tomé una siesta y desperté a las 8, así que me cambié rápido y corrí al gimnasio, quería ser disciplinado en esto y no comenzar a faltar. Cuando llegué había más gente que la acostumbraba, en su mayoría hombres de oficina alrededor de 30 y 40 años de los cuales me aparté por su apestoso sudor. Terminé mi rutina de cardio y me dirigí a la sala de mancuernillas. Estaba tan concentrado en mis series y repeticiones que cuando sentí una mano en mi espalda me sobresalté.

-Perdona, perdona, no quise espantarte.

-No pasa nada.-dije al girarme. Casi dejé caer 6 kilos de metal al verlo. Era un chico un poco más bajo que yo con piel del color del tabaco. Ojos verdes como explosiones espaciales me miraban y en su centro un agujero negro me hipnotizó. Su cabello lacio caía con rebeldía en sobre su frente. Se lo acomodó con una sacudida y me mostró su blanca sonrisa.

-Quería saber si podemos compartir las mancuernillas.-no dejaba de sonreír.

-Por supuesto.-dije extendiéndolas.

-Oh, no, pero termina tu serie. Puedo esperar.

-No te preocupes, perdí la cuenta.

-Oh,-bajo la cabeza, decepcionado- siento haberte distraído. Debí… debí esperar.

-No hay problema, de verdad. ¿Cómo te llamas?

Heller, era su nombre. Heller, el sol. Nombre alemán, como su padre. Su madre era mexicana y juntos vivían en el barrio más elegante de mi ciudad. O por lo menos eso me contó mientras estuvimos en el gimnasio aquel día. Pero no importaba, pudo haberme dicho que la Tierra es cuadrada y que el cielo es verde y yo lo hubiera creído. Su belleza era casi dominante que no quería contradecirla. Tenía 18, como yo.

El día comenzaba a terminar, así que Heller y yo nos despedimos como 2 nuevos amigos.

Al día siguiente llegué a la misma hora que el día anterior para encontrarme con Heller, y ahí estaba, sentado en la máquina de remo. Su espalda marcaba cada músculo y su sudor acentuaba su cuerpo con algo erótico. Esperé a que terminara y lo saludé. Yo pensaba darle la mano, pero el me abrazó; su sudor no me desagradó en absoluto.

-¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Ya listo para empezar?-su sonrisa era contagiosa.

-¡Claro! Déjame acompañarte,-me acomodé en la máquina a su lado- ¿Qué tal tu día?

Hablamos por el resto del tiempo. Yo estaba idiotizado con sus palabras que casi no hablamos de mí. Me contó que al día siguiente tenía una fiesta y que era probable que no fuera al gimnasio. Le dije que lo entendía y que no pasaba nada. Hablamos de videojuegos y series de televisión y quedamos en vernos un día para pasar unatarde de películas de terror. El día volvió a terminar.

Viernes es el mejor día para ir al gimnasio porque está casi vacío a cualquier hora. Llegué a las 8:13 esperando estar solo y ¡Sorpresa!, ahí estaba Heller, corriendo muy rápido en una banda. Algo tenía su semblante que me preocupó.

-Heller, ¿pasa algo?-

-No… puedo shegar a casa así.-dijo sin mirarme. No había sonrisa esta vez- Mi papá dijo que no tomara, pero había musha… musha cerveza y todos tomaban.

Sus ojos empezaron a llenarse de lágrimas y mi corazón se partió.

-Tranquilo, ven, ven. Baja de esa máquina, es peligroso.-Le extendí una mano para ayudarlo a bajar y él la tomó.

-Mis amigos dijeron que lo borasho se quita haciendo ejercicio.

-Sí, pero debes relajarte un poco. Puedes caerte y salir lastimado. Y llegar a casa lastimado y borracho no está… cool.

Heller esbozó una linda sonrisa y se sentó en un banco.

-¿Quién sigue diciendo cool?

-Perdona,-me senté a su lado y reí- no supe que otra palabra usar.

Nos miramos durante un rato sin decir nada cuando sentí su mano sobre la mía.

-Me… me gushtas.

Bajé la mirada para ver su mano y cuando la levanté de nuevo sus labios asaltaron mi boca. Correspondí a su beso tomándolo del cuello pero se apartó de inmediato.

-¡Perdón! ¡Perdón!-las lágrimas ganaron la batalla y cayeron por sus mejillas- No debí… soy un estúpido. No quise… ser raro contigo. Me lo prometí.

-Heller,-le dije tomando su mano de nuevo- no importa. Yo también soy… raro.

-¿De verdad? ¿No lo dices para consolarme?

Lo tomé de la nuca y lo acerqué de nuevo para besarlo. Duramos así varios minutos.

-¿Sigues creyendo que quiero consolarte?

Continuamos besándonos durante un rato. Al inicio su lengua entraba tímidamente en mi boca, tiempo después la tenía completamente adentro. Sus manos rozaban mi pecho y acariciaban mis pezones, correspondí metiendo mis manos bajo su espalda, apretando sus nalgas. Nos levantamos sin dejar de besarnos, sus manos bajaron y bajaron hasta mi miembro, lo que me hizo gemir. Comenzaba a masturbarme cuando, sin aguantar más me vine. A él no le importó y seguimos besándonos, su mano con semen aun en mi miembro. Yo estaba tan prendido que me baje los diminutos shorts y me puse como un perrito sobre el banco.

Fuck me.-siempre que me caliento hablo en inglés, no sé porqué.

Heller no esperó. Se bajó los pants hasta las rodillas y con mi propio semen me lubricó. Comenzó a penetrarme, primero con ternura, luego con pasión, ahora eran sus músculos los que se contraían dentro de mí. Nos vi en el espejo del gimnasio y eso me prendió más, yo era rubio, el color tabaco, contrastábamos a la perfección. Vi como me embestía, como un tigre, como un toro en celo y yo, yo era su sumisa presa. Dijo algo en alemán antes de apretar los dientes y penetrarme más adentro. Yo estaba en la gloria, sentí como su pene tocaba mi punto G y luego lo sumergía en semen. Al terminar Heller yo me vine por segunda vez, sin tocarme siquiera. Quedamos un rato así antes de escuchar pasos afuera de la sala. Nos vestimos deprisa y fingimos platicar. Los pasos se alejaron y nos reímos. Prometimos vernos para charlar en algún café y nos despedimos con un sobrio beso en los labios. El día volvió a terminar.

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