Era la primera vez que me obligaban a comerme una polla. Tras sacármela de la boca yo bajé la cabeza, más por vergüenza que por rechazo o falta de deseo. Me sequé las lágrimas que empezaban a correr por mis mejillas, tras la sorpresa del acto en sí y por el daño que me había hecho en la garganta. En el fondo quería que lo volviera a intentar. “Mi angel” me obligó a levantar la cara y me frotó todo su paquete por ella. Su polla erecta no debía medir menos de 20 cm, o al menos a mi me lo parecieron, recta como una columna jónica, con un capullo sonrosado y voluminoso que dificilmente cabía en mi boca. Me pasó la polla por toda la cara, el cuello, los ojos…Cuando levanté éstos, vi su cara de vicio, de lujuria, de placer, de deseo, de ansia pero tambien vi la cara de alguien que no admite que le contradigan, que no le gusta nada que el lleven la contraria, de alguien que no está acostumbrado a que le digan que no, de quien sabe que siempre consigue lo que se proponga, y el dueño de esa cara ya había decidido lo que que quería hacer conmigo. En ese momento solo quería obligarme a comerle sus huevos; al principio saqué la lengua y empecé a lamérselos, creí que eso sólo sería suficiente para él. Pero no, me obligó a metérmelos los dos en la boca, primero uno luego el otro y despacito no fuera a hacerle daño; apenas podía respirar con ellos dentro. Estaba tan cachondo que empecé a cascármela con fruicción, cuando el muy cabrón, y pronto empiezo a llamarle así, porque todavía no sabía nada de todo lo que me esperaba junto a él, enseguida me obligó a retirar mi mano de mi rabo y a pajearle a él mientras sus huevos me ahogaban en mi boca. Hubo un momento en los que me los tuve que sacar a la vez que empezaba a toser porque si no me habría ahogado. No le gustó nada y volvió a agarrarme la cabeza como un poseso y metiéndome la polla me volvió a follar la boca hasta la garganta que, poco a poco, yo notaba que se dilataba y admitía aquella tranca no sin esfuerzo por mi parte. Esta vez no lloré an absoluto. Al contrario mi boca tragaba más y más cada vez mientras mis manos jugaban con sus bolas. En ese momento lo único que deseaba era pajearme pero me fue imposible, cada vez que mis manos iniciaban el movimiento, “mi angel” , cada vez más burro me impedía que me corriera. El muy cabrón nunca me dejo correr antes que él, ni siquiera por morbo si es que yo le daba alguno. Cuando se cansaba de usarme y follarme, o consideraba que aquello se había terminado me dejaba en el mísmo lugar donde habíamos estado follando, fuera la cama, el suelo, o el sofá y pasaba totalmente de mi. Me hizo muchos desprecios en aquel tiempo pero quizá éste de pasar de mi después de follarme era el que más me afectaba. Era entonces cuando yo empezaba un pajeo frenético, no solo para descargarme y liberarme de su influencia, cosa que apenas conseguía y que como mucho duraba unos minutos tras cada paja, sino para que él me viera y acaso poder excitarlo, o para que viera los que había hecho conmigo, pasar de ser un chaval, jovencito, guapo, e inexperto a un ser vicioso e indecente.