EL SOBRINO DE MI VECINA (La segunda parte del inicio)
Continuando con aquel día que conocí al sobrino de mi vecina: Ernesto, después de nuestro primer encuentro en el que recibí la felación más rica que recuerdo en mi vida;
al despertar me comunicó que había comprado algo para comer, que estaba extasiado viendo cuan relajado estaba mientras dormía y que para evitar despertarme se había vestido de manera sigilosa y había utilizado mi peine y algunos artículos de limpieza para “estar presentable”
al recoger lo ordenado; a lo que le reitero que todo en ese departamento está a tu servicio y disposición, el sonrojado pregunta: ¿Te incluye a ti? Me acerque y susurrándole al oído, especialmente yo.
Después de comer, tuve que salir a pasear a ringo, todo la mañana y parte de la tarde había pasado solo y debía considerar su rutina, deje a Ernesto en el departamento de su tía revisando papeles para deshacerse de aquello que fuera innecesario,
cuando regresamos el perro y yo, lo encontré muy desanimado junto a una bolsa casi llena de objetos y trozos de papel para tirar, con los ojos llorosos, creí que se debía a tanta historia revisada en un viejo mueble donde su tía guardaba infinidad de documentos y fotos por lo que le di espacio para que se desahogara, estuve en mi departamento preparando mis ropas y documentos para la semana de trabajo que me esperaba.
Cerca de las 8 de la noche, Ernesto llego a mi lado, le pregunte si deseaba hablar de su estado anímico, de lo encontrado o algo que le ayudara a recuperar su equilibrio pues lo notaba muy afectado; solo respondió que no era algo que pudiera acomodarse con hablar,
su tía era la primer persona que lo había rechazado por declararle abiertamente ser gay; incluso le envió a internados militares para que aprendiera a ser “Hombre”, fue entonces que entendí la lejanía y soledad de cada uno. Le abrace y le pedí que dejará de recordar tanto dolor, que se perdonara y que viviera como lo deseaba. Me dijo que debía retirarse, que era necesario tomar distancia y que me buscaría durante la semana. Y se fue sin más.
Pasaron cinco días sin tener noticias de él, cada mañana le envié un mensaje de buenos días que no respondió; me estaba convenciendo que todo había siso la calentura del momento y que su martirizada alma sería el impedimento para continuar cualquier relación.
Al llegar el viernes del trabajo, subo las escaleras, entro a mi departamento me quito mi ropa de trabajo y me visto para sacar a ringo a su paseo de las noches, entro al espacio de mi vecina y aun cuando tuve la leve esperanza de verlo, todo se encontraba igual.
El perro y yo bajamos las escaleras, llegamos al parque y lo deje trotar libremente; sin dejar de observarlo me siento en una de las bancas y a los pocos minutos siento que una mano se apoya en mi hombro derecho, me emociona, el corazón se acelera y volteo mi cara esperando verle.
Ahí estaba de pie, sonriente, tranquilo, pulcro y tan acomodado todo en él, nada fuera de lugar, ni un pelo estaba de más, lo primero que hizo fue pedir disculpas por alejarse toda la semana y no responder mis mensajes, me preguntó cuánto tiempo más estaríamos en el parque,
a lo que respondía que casi acabábamos de llegar, que solo estaba esperando que ringo se acercara lo más cansado posible; le ofrecí las llaves de mi departamento para que se adelantara y me esperara; me comentó que traía las llaves del de su tía, y le sugerí que mejor no entrara en esa pieza, creo entendió mi comentario y tomo mis llaves.
Pasaron unos quince o veinte minutos ringo se cansó de saltar y correr, vino a mi como señalando que debíamos regresar, lo coloque el lazo y tomamos el camino a casa, lo instale en su espacio, revise su agua y alimento, me despedí por ese día y presuroso cerré para ir a mi pieza. Entre y la luz no estaba encendida, solo unas cuantas tenues fuentes marcaban las siluetas, cerré la puerta y camine intentando ubicar donde se encontraba Ernesto, pero no detectaba su silueta.
De pronto por la espalda siento que me abraza, me besa el cuello, y susurra “te estaba esperando”, al instante mis manos intentan sujetarlo y me percato que está completamente desnudo, me emociona de sobremanera que se encuentre tan dispuesto y genero un plan para ser yo quien le de todo el placer que quedó pendiente el fin anterior; intento avanzar hacia la cama pero tropezamos con el sofá grande, en el que me di vuelta para caer de espalda y tener a Ernesto de frente.
Una vez acomodados en el sofá, me dedique a desnudarme y recorrer cada parte de su cuerpo con mis manos, dibujar sus zonas erógenas, esas donde su piel se erizaba y se permitía gemir para descargar esa ansiedad gustosa que se genera ante una caricia que llega a tu intimidad,
no lo deje pronunciar palabra mis manos se movían por todo su torso, su espalda, sus nalgas y piernas y que decir de sus labios y boca. Mis labios recorrían cada espacio, cada pliegue, mi lengua lamia y removía se adentraba hasta donde se podía, lamio su ombligo y hurgo hasta dejarlo húmedo, llego a su pene, delgado con olor a limpio, fresco, lo metí entre mis labios y lo descapuche, lentamente lo succione, lo moje, lo lamí, él se retorcía, gemía, pero me permitía avanzar, me dio todo el control, me dejo hacerle cuanto desee.
Fui a la cocina rápidamente y tome dos cosas de mi despensa, antes de que preguntara o viera mis intenciones, lo rodé, deje su espalda arriba, por lo que su pene estaba aprisionado entre su cuerpo y el sofá,
me coloque a sus pies lamiendo sus plantas, dedos y subir lentamente hasta su culo, con la primera de las herramientas conseguidas, un frasco con miel, le coloque en la raja de sus nalgas, que levante como haciendo una escuadra con su cintura para tener a mi disposición ese culo, que impregnado de esa viscosa sustancia le generaba curiosidad, empecé los lamer, succionar, revolotear mi lengua con la miel y mi saliva en su entrada, que le provocaba gemidos intensos,
preguntas como qué me haces, pero sin responder para no perder tiempo seguía lamiendo, metiendo mi lengua hasta donde su esfínter permitiera, su olor a limpio ahora era dulce casi empalagoso, y gemía, y con gemidos que anunciaban que se abría con más fuerza esa puerta,
y de solo la punta ahora entraba casi toda mi lengua y podía sentir todo el perímetro de ese ano, sin que mis manos dejaran de atender esa verga que se encontraba mirando hacia abajo, hacía la mía que se encontraba erecta en su máxima capacidad, pero que debía esperar, aún faltaba el segundo el paso.
El siguiente movimiento fue tomar mi segunda herramienta, un plátano pequeño (Plátano dominico) poco más grande que mis dedos pero si más ancho que cualquiera de ellos, lo lleno de miel sin dejar que mi boca atienda a su culo y verga intercaladamente, Ernesto se había abandonado a mis deseos, solo gemía y afirmaba, se retorcía como podía, y sintió como el plátano entraba en su dilatado ano y preguntaba qué es, qué me haces… pero no se rehusaba, es más, lo gozaba.
Con mi mano derecha movía el platanito en el ano, embistiendo gentilmente ese hoyo que tenía mayores planes más adelante, con mi mano izquierda tocaba el abdomen y la zona genital a mi antojo, apretaba, acariciaba, provocaba con cada movimiento más gemidos, y mi boca como podía contenía la verga de Ernesto succionándola, acariciándola con mi lengua, hasta que no pudo contenerse y me escupió toda su leche, ese mismo néctar que durante una semana anhele, del que su sabor me invadió, me saturo, me lleno cada espacio de boca, entre mis dientes, mi paladar; hasta entonces cese toda acción con el plátano y mis manos, y lo deje reposar unos instantes.
Ernesto solo balbuceaba, solo gemía y tenía su cuerpo estertores del placer generado, pero el plan aun no terminaba, lo cargue como pude y lo lleve a la cama; ahí nos besamos en la boca, y compartimos sus sabor, su esencia, su culo resoplaba aun con la miel, y yo aún estaba excitado, erecto, por lo que lo senté sobre mi vientre y lo penetre, por vez primera mi pene de apenas 17 centímetros entraba en ese deseado culo, ese espacio que me habían prometido hace cinco días pero que se me había negado, el mismo que no reclame, pero del que me estaba apropiando.
Ernesto abandonado a lo que hiciera solo recibía, solo sentía, solo gozaba, no era capaz de sostenerse sentado y me estaba ahogando cada posibilidad de mover mi pelvis, por lo que de un movimiento lo deje cara al colchón y de pie al costado de la cama, lo acomodo y lo penetre salvajemente, eufórico, desenfrenado, el solo gemía y expresaba monosílabos (Sí, ahhh, grrr, mmm, noo) y yo en un mete y saca como bestia, hasta llegar al clímax, hasta vaciarme en su recto, hasta inundar con mi eyaculación sus entrañas, él solo decía me lo hubieras dado en la boca, lo deseaba, al separarnos me di cuenta de algo que me dio inmensa felicidad, Ernesto se había corrido por segunda vez. Descansamos unos momentos así derribados sobre la cama.
Cuando recobramos conciencia, me besa y me dice: “Ahora sé cómo siente un caramelo cuando cae al suelo después de ser lamido por un niño”, reímos y se encamino al baño me quede quitando todo resto de nuestras secreciones sobre la cama, acomodando con nuevas ropas, y entonces lo alcance, ya no había restos de miel, pero mi boca empezó a besarlo y lamerlo de nuevo, él aun sensible intentaba zafarse, hasta que en un movimiento tomo mi pene con su boca y empezó una mamada increíble que me hizo terminar por segunda vez en su boca, terminamos de asearnos, le alcanza una bata y lo lleve a la cama,
fue entonces cuando dijo “tengo hambre, pero ya no quiero plátanos, miel o yogurt” reímos y hablamos por teléfono para ordenar algo que nos pudiera ayudar a conseguir fuerzas para el siguiente round que habríamos de iniciar.
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