José, Ariel y Julio eran primos hermanos entre sí. Todos de una pequeña ciudad del campo, chicos toscos y rudos, acostumbrados desde chicos al trabajo de campo. José tiene 20, mide como 1.70 y es de contextura atlética, igual que los otros dos. Ariel, de 18, es el mas bajo de los tres. Mide si acaso 1.68 y tiene una contextura menuda, casi la de un chiquillo y Julio 21 años, quien es el más alto y musculoso.

Cada vez que los contrataba por temporada me deleitaba viéndolos trabajar al sol. Cuerpos tostados por el sol tropical ardiente, músculos marcados, caritas de niños con culos espectaculares. Me sentaba a verlos soñando con tener algún día esos cuerpazos duros como el acero. Comencé a buscar oportunidades de acercármeles. Y el sábado por fin ocurrió.

Nos fuimos temprano a trabajar al campo, reparar cercas, caminos y cargar troncos para una cabaña. El sol estaba ardiente, brillante. Comenzaron a sudar y se quitaron las camisas. Todos tienen unos pectorales marcadísimos, brazos fuertes y vientres planos. José tiene el cabello castaño y Julio y Ariel negro azabache, con cejas y labios gruesos, Los tres son totalmente lampiños y se rasuran las axilas.

Esta vez José se había dejado crecer unos vellitos apenas visible en los sobacos, unos vellos brillantes y cobrizos que yo veía con admiración cada vez que levantaba los brazos.

Después de trabajar casi 10 horas seguidas merecían unas cervezas y unos porritos. Nos sentamos en un rancho a tomar y fumar. Los ojos se les fueron poniendo rojos, las risas y los chistes fueron subiendo de tono y comenzamos a tontear. José se fue a acostar a uno de los cuartos mientras los otros seguían tomando cervezas como si fueran a morir esa misma noche.

Cuando vi que se estaban acabando le pedí a Julio que me acompañara por otra caja a la abarrotería antes que cerrara. En el camino comencé a preguntarle hacía cuanto que no cogía con una mujer y se echó a reír. Cuando regresábamos comencé a sobarle la verga suavemente y se quedó calladito, suspirando cada vez que le apretaba pinga. Se bajó el short y sentí un olor a pinga sudada que era intoxicante. Una pinga de regular tamaño, gruesa y llena de vellos largos y gruesos. Me pegué a chupársela un poco nervioso por estar en la calle pero con muchísimas ganas.

Chupé y chupé, lamiendo como si fuera un helado. Su pinga tenía el tamaño perfecto para mamar porque a pesar de ser gruesa no era tan larga y cada vez que me la tragaba me llegaba hasta la garganta y Julito suspiraba. Llegó a venirse cuando comencé a pajearlo y a meterme la pinga rápidamente en la garganta. El trallazo de leche caliente fue poco, como si se hubiese pajeado hacía poco. Lo fui chupando y lamiendo hasta que dejé su pinga limpiecita, sin una sola gota de leche.

Ni siquiera tuve que limpiarme de lo bien que había hecho el trabajo. Llegamos a la casa y todo estaba en silencio. Julio se quedó fuera y cuando entré me di cuenta que Ariel estaba tirado al lado de su primo, con el short pegado al cuerpo, sin camisa y bocabajo, lo que le marcaba las nalgas como si fuera una pintura. Dos globos grandes de carnes musculosas, sin pelitos ni nada. A su lado estaba José, con una mano metida dentro del short. Lo rocé suavemente y pudo darme cuenta que tenía la pinga dura. La verdad es que yo estaba un poco asustado por su reacción pero cuando comencé a sobarlo solo se hizo el dormido y dejó que lo pajeara suavemente.

José se había rasurado pero tenía unos pelillos ensortijados y duros. Poco a poco lo fui desnudando y me quede viendo ese cuerpote maravilloso. Marcado en el pecho, la verga era larga y gorda, los huevos estaban pegados a ella y su piel se veía tan tersa, sin cicatrices o marcas. Una belleza de cuerpo, tirado y disponible.

Me pegué a mamarle el huevo suavemente, muy suavemente. Mi lengua subía y bajaba del pipizote suavemente, como si nunca quisiera que se viniera. Sus huevos tenían ese olorcito a sudor de chico, un olor que me vuelve loco.

Se puso de pie y se fue conmigo atrás de la casa, me bajé los pantalones y de un escupitajo me lubriqué el culo. Entre eso y sentir el huevo adentro solo pasaron 3 segundos. Me metió la pinga de un solo trancazo, sin esperar a que me acomodara. José me agarró de la cintura y comenzó a bombearme con ganas. Yo me sostenía contra la pared mientras este hijueputa se trataba de quitar las canas con mi culo.

A diferencia de ellos yo soy blanco, casi pálido, Tengo unas nalgas amplias, grandes y piernas gruesas. Sentí como esas manos callosas me agarraban los dos glúteos y me los separaban para garantizar que el pico me entrara completo. Cada vez que trataba que quitarme él me clavaba con más ganas, de la fuerza casi no me podía pajear hasta que sentí como el caliente de su leche se depositaba dentro de mi culo. Cuando sentí que se estaba viniendo me comencé a menear y me agarró del cabello y empujó la cabeza hacia atrás.

En ese momento me di cuenta que Ariel estaba de pie, viéndonos y pajeándose. Yo me pase la mano por el culo y sentí como me había quedado, encharcado de leche y floreado de la culeada que me acababan de dar. Me fui al baño y me aseé metiéndome un dedo con crema lubricante para aliviar el escozor.

Me fui a mi cuarto y llamé a Ariel. No quería venir así que salí y me fijé que los tres estaban de nuevo liando porritos y fumando como bestias, como si nada hubiera pasado. Apagué la luz y agarré a Ariel, le puse lubricante en sus dedos y dejé que en la oscuridad me metiera los dedos. Comenzó con uno, luego dos, luego tres y me sentía como si tuviera una chucha entre las nalgas. Esos dedos rugosos, callosos, rudos, me abrían con suavidad pero aun así sentí como me raspaban cuando entraban y salían. La verdad es que me sentía como una perra en celo. El olor a marihuana, el alcohol, el sudor y el calor nos tenían a todos arrechísimos.

Me fijé que Julio y José estaban pajeándose mutuamente mientras Ariel se fue acomodando entre mis nalgas y trataba torpemente de culearme. Me fui acomodando hasta que sentí como me ensartaba. Por suerte su pinga era la más pequeña de todos, larga y doblada pero delgada así que me entró en el culo resbaloso.

Apreté y apreté y Ariel me daba pipí como si fuera a demorar toda la vida. Suavecito, rápido, suave, rápido, seguía bombeándome. Regresó José y me puso su verga en la boca. Chupé de nuevo mientras trataba de mantenerme en equilibrio mientras estos chucha de su madre me daban huevo. De vez en cuando me nalgueaban para ver como mis nalgas rebotaban y eso los calentaba más. Demoró ese culeo como 7 minutos hasta que se vino con tanta leche que volví a sentir ese ardor rico.

Me sentía tan cansado y tan arrecho que me fui a acostar agotadísimo. No sé qué hora era, no sé quién era, pero uno de los muchachos regresó al cabo de un par de horas y me escupió entre las nalgas y siguió dándome verga, yo solo me quedé tirado, con las piernas abiertas y levantando el culo mientras este bestia me daba tuco parejo. Se demoró tanto que ya casi ni sentía nada de lo abierto que tenía el culo, lo volado de la marihuana y el alcohol. El man me mordió la espalda y me hizo como 5 chupetes, me arañaron las nalgas y al final quedé sin ganas de sexo por más de un mes.

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