Mi amigo gay me enseña a follar - relatos gay

Mi amigo gay me enseña a follar

Estábamos terminando de colocar nuestras cosas y ponernos el bañador para bajar a la piscina,

que ya estaba funcionando, y darnos un baño antes de comer cuando llegó María.

-El señor quiere que bajes a la biblioteca,

te espera allí. –miré intrigado a Jacobo y este se encogió de hombros como si no fuera con él.

Bajé detrás de María realmente intrigado, en bañador y con una toalla en la mano, me abrió la puerta y sin esperar se marchó. Aunque la mañana ya estaba terminando y el sol en pleno apogeo, los cortinones de las ventanas no permitían que entrara mucha luz.

El abuelo estaba como casi siempre, sentado en su butaca de orejas. Sentí que volvía a mi niñez, cuando algunos días en el invierno frío jugábamos Jacobo,

Bruno y yo sobre la alfombra a sus pies,

él aparentando leer pero vigilante para que no nos acercáramos a la enorme chimenea donde podíamos permanecer de pie.

-Cierra la puerta y acércate. –su bastón descansaba sobre la mesa auxiliar,

el de la bola de madera, no había vuelto a ver el de la empuñadura de plata, el del lebrel destructor.

Abrió sus piernas para que entrara entre ellas,

elevo su mano para acariciar mi mejilla y la deslizó hasta mi ceja, apretó y vi como su cara se contraía.

-Pude haberte matado, tu abuela ha solicitado cita para que te miren en el hospital, quiero saber si esto está bien.

–apoyé mi culo sobre su pierna y me abracé a su cuello.

-Estoy bien abuelo, no me duele nada, mira, no se nota ni se ve.

-Es igual, quiero estar seguro y que te saquen una placa, que me lo confirmen.

–volvía a ser él y dar órdenes, el viejo general, no lo dejaría de ser nunca.

-Ahora, atiéndeme. No vayas a llorar. Hemos tenido que sacrificar a Laila, tu yegua, se rompió una pata que el veterinario no podía curar.

–no lloré pero sentí tristeza y lástima de no volver a verla.

-He adquirido una nueva para ti, te va a gustar, es más joven y nerviosa pero tú ya no eres un niño. Julio la ha montado y dice que podrás con ella.

–o sea que Julio ya lo sabía desde las vacaciones de Semana Santa, y había aguantado sin decirlo para que fuera el abuelo el que me diera la mala noticia. Supuso no obstante una alegría el cambio experimentado por el abuelo hacia Julio, había confiado en él la seguridad de su nieto.

-Gracias abuelo, pero lo siento por Laila. –no había más que hablar, cuando el abuelo acariciaba mi cuello era la señal de que había terminado.

Delante de él no lloré pero se me escaparon las lágrimas camino de la piscina donde ya jugaban Bruno y Jacobo. Me tiré de cabeza para que no me vieran llorar ni señales de mis lágrimas.

-¿Para qué te quería el abuelo? -fue Bruno el que preguntó y les dije lo del hospital y lo de Laila,

a ellos les importó menos, no era su yegua la que había muerto.

Después de comer Julio se reunió con nosotros, tuvimos que adecentar nuestra casita del árbol,

aunque nos estábamos haciendo grandes y era cada vez más complicado moverse, pero nos servía para hablar, hacer bromas, fumar nuestro cigarrito,

por cierto a ninguno nos gustaba el tabaco, queríamos desobedecer las órdenes que venían de arriba,

una forma de rebelarnos y marcar nuestro terreno a los mayores. Y cuando se podía, ahora era más complicado, bebernos unos vasitos de licor.

-No me habías dicho lo de Laila. –sabía la respuesta que obtendría pero quería confundirlo.

-Tu abuelo deseaba que lo supieras por él y ofrecerte la nueva yegua que es preciosa, se llama Rocío y te va a encantar.

Es puro nervio y Marcos la monta todos los días para que se vaya acostumbrando. Sé que no te hará daño, se deja dirigir con una simple orden, en eso es muy parecida a Laila.

Julio tenía más tiempo libre para estar con nosotros, el abuelo contrató a un señor, Marcos, para que ayudara a Rufo.

Rocío, como Julio decía, era preciosa, no por eso dejaba de recordar a mi yegua, y piafó nerviosa levantando sus patas que cayeron con fuerza en el suelo cuando me acerqué a ella.

Rufo la sujetó acariciando su careto blanco, era manchada de blanco y negro predominando este último. Tenía el belfo con babas moviéndolos continuamente nerviosa.

Al lado de Rufo estaba el nuevo empleado que no nos presentaron, me llamó la atención su pose de vaquero, con los pulgares dentro de los bolsillos y las grandes manos enmarcando su paquete, llevaba barba de varios días, me pillo mirándole, me hizo un gesto con los dedos índices de ambas manos, como ofreciendo lo tenía debajo, le miré a la cara y sonreía amistoso.

-Ven Luis, acércate. –la voz de Rufo hizo que dejara de observar al hombre y llegué donde él, puso en mi mano un azucarillo para que le entregara a Rocio.

-Ahora es el momento en que puedes hacerla tuya, acaríciala muy suave. –pasé mi mano por toda su cara, sus asustados ojos cambiaron. Me gustaba, sí, su pelo era suave y lo sentía por Laila, pero Rocío se hacía mi amiga con cuatro caricias en su cara y cuello.

-Sujétala Julio. –éste hizo lo que su tío le pedía y me cogió por las caderas elevándome para que montara por primera vez a Rocío. Sabía que Rufo era fuerte pero no pensaba que tanto.

El paseo esa mañana resultó una delicia aunque aún no nos entendíamos del todo, era puro nervio y volaba en su galope.

Mas novedades se presentaban, Rufo le había comprado un quad de dos plazas a Julio y ahora, en muchos paseos, Bruno y Julio iban en el coche metiendo ruido y nosotros en nuestras yeguas, se volvían locos y a veces salíamos a la vez para perdernos y no saber donde estaban teniendo que regresar solos.

Pasaban menos tiempo con nosotros e iban mucho al pueblo, imaginábamos a qué. Nos pusimos muy contentos cuando Felipe nos llamó para decirnos que le dejaban pasar unos días acompañándonos.

Todo cambiaba, pequeños detalles pero nos íbamos independizando unos de otros.

-Luis, tienes que ir al hospital, he recibido una citación para que te miren el golpe de la cabeza, Rufo te llevará mañana. –a la tarde hablamos Jacobo y yo, podíamos ir en bici, total era una tontería, un capricho del abuelo y convencimos a la abuela que nosotros podíamos hacerlo solos.

Nuestros padres habían marchado como otros años, aunque el viaje de ahora sería de menos días. Después de mucho rogarle e insistirle admitió que ya teníamos edad para hacer ciertas cosas por nuestra cuenta.

A la hora prevista y concertada estábamos esperando a que nos llamaran. Nos atendió una doctora que recordaba de cuando estuve ingresado. Amable hasta el extremo.

-Tu abuelo no vive pensando en tu accidente. –por eso lo habían hecho pasar, la caída de un adolescente alocado por la escalera.

-Esto está duro, como el hierro, no podemos volverlo a su origen pero no pasa nada, si no has tenido molestias sobrevivirás. –se río su propia gracia y nosotros lo hicimos con ella.

-No quiero dejar algo al azar, te haremos una placa para que tu abuelo quede tranquilo y nos deje vivir. –nos entregó un informe que cerró en un sobre y quedamos en volver al día siguiente según sus instrucciones. Resultaría sencillo, con su petición nos presentaríamos y los resultados se los entregarían a ella.

Ya que estábamos allí dimos un paseo por el pueblo sin bajar de nuestras bicis, por curiosidad y para observar a la gente. A los abuelos debió de parecerles bien el informe que les entregamos y también el que la doctora decidiera hacerme la placa.

A la mañana siguiente, y puntuales como el Big Ben, estábamos donde debíamos, esperando nuestro turno, tardaron quince minutos y estábamos libres, los resultados que fueran se los entregarían a la doctora que los encargó y ella los remitiría a casa. Todo sencillo y sin problemas.

Recogimos nuestras bicis y nos encaminamos para coger la carretera de la hacienda.

-Mira Luis, ¿no es aquel…? -delante de una puerta, en la calle, Eduardo estaba descargado de una furgoneta varias cajas que debían pesar mucho y las llevaba dentro de un portal.

Detuve la bici al lado de la furgoneta y esperé a que volviera a salir, Jacobo se pasó unos metros y volvió.

-¿Qué haces?

-Voy a saludarle. –terminaba de hablar y Eduardo apareció, se quedó mirándonos, sin sorpresa.

-¡Hola! –creo que no hacían falta más palabras mi sonrisa lo decía todo. Se pasó las manos por la pernera del jean que llevaba puesto y me extendió la derecha.

-¡Hola! Ya habéis vuelto. -una forma retórica de hablar por decir algo. Las gotas de sudor escurrían de su frente y se pasó la mano por ella.

-¿Te ayudamos a meter las cajas? -debió de hacerle gracia mi ofrecimiento.

-Si entre los dos podéis con una, de acuerdo. -ofreció su mano a Jacobo y éste la aceptó saludándose con un apretón.

Dejamos apoyadas las bicis a la entrada y me acerqué a una de las cajas para cogerla y llevarla al interior, la levanté un poco y resultaba imposible para mí moverla, con la ayuda de Jacobo pudimos y entre los dos logramos meterla a lo que era un portalón que daba a un patio cubierto con el suelo de piedra rodada.

La colocamos junto a las que ya tenía dentro.

-Es mejor que os sentéis mientras termino, me falta poco. –nuestra intención fue buena pero no estábamos constituidos para ese tipo de trabajos, Jacobo se sentó en el peldaño de una escalera que conducía a una puerta tres escalones más arriba y me dediqué a curiosear la estancia mientras Eduardo terminaba de meter las cajas que faltaban.

En una de las paredes había un viejo arcón y a sus lados dos sillones de madera con altos respaldos. En una esquina una especie de alambique de cobre y enfrente de donde se había sentado Jacobo otra escalera y puerta simétrica. Escuché como cerraba las puertas de la furgoneta cuando finalizó su trabajo.

-Ahora os puedo atender, venid conmigo. -Jacobo se levantó y dejó pasar a Eduardo para subir los escalones de esa misma escalera. Le seguimos hasta una sala con una mesa camilla en el centro, dos sofás, y un televisor en una mesa auxiliar además de otros muebles.

-Sentaros, os sacaré un refresco, ¿o qué queréis beber?, tengo cerveza, naranjada. –se le veía nervioso y con ganas de agradar.

-Yo agua, por favor. –miró a Jacobo y este se encogió de hombros.

-Cualquier refresco me vale, naranjada estará bien. -el chico desapareció por una puerta y al cabo de unos minutos volvió. Tuvo que hacer otro viaje para recoger una lata de cerveza para él.

-Sentaros, no estéis de pie. –la temperatura era agradable y había dejado de sudar, me senté en una silla cerca de la mesa camilla y él se sentó en un sofá. Jacobo fue a colocarse a su lado.

Se había tranquilizado y bebía directamente de la lata en cortos tragos.

-Me dijo Julio que le preguntas por nosotros. –incluí a Jacobo para que no se sintiera ofendido. Eduardo se puso rojo, y casi se atragantó.

-Vaya, parece que te seguimos interesando, y pensándolo bien se te ve bien dotado. –Jacobo tiraba a dar y con su mano señalaba el indisimulado bulto en la bragueta del chico.

-¿Te gustaría besarme? -se lo estaba preguntado a la vez que le retiraba la lata de la mano y se sentaba en sus piernas. Jacobo llevaba la iniciativa y cogió la cabeza de Eduardo para plantarle un beso en los labios.

Sus grandes manos se posaron en las caderas de mi primo, y mientras este se movía para sentarse mejor o buscar un buen contacto con el paquete, las fue bajando despacio hasta agarrarle su breve culo encerrándolo en ellas.

-Sí que sabes besar. –se separó para hablarle volviendo urgente a su boca. Así permanecieron unos minutos, Jacobo moviendo su culo y el otro sujetando sus nalgas apretándolo.

La escena me estaba poniendo caliente y froté mi polla por encima de la ropa, me acerqué al sofá, acaricie su cabello, y me incliné para oler su cuello, se notaba su sudor pero no era desagradable, olía a hombre joven con reminiscencias de jabón de tocador. Me apetecía morderle y mis dientes se hincaron en su carne lamiendo.

-¡Ahhh! -le escuche musitar. La boca de Jacobo estaba cerca de la mía y besó el cuello a mi lado, rozándose nuestros labios.

-¿Tendrás una cama donde estemos mejor? -después de hablar se desmontó de sus piernas y colocó su mano sobre el bulto que aprisionaba el pantalón de Eduardo.

-Quiero verte lo que escondes.

-Vamos a mi habitación. –se le notaba agitado y le seguimos, primero Jacobo que se iba quitando la camisa y después yo.

Su habitación era pequeña y la cama grande. –Jacobo estaba descamisado y la tiró en una silla, se colgó de su cuello para volver a besarlo.

-Desnúdanos tú. –en esos momentos era pedir demasiado al chico que le temblaban las manos intentando bajar los pantalones a mi primo. Comencé a quitarme la ropa mientras miraba la escena. A Jacobo le divertía observar el nerviosismo de Eduardo y le ayudó a bajar su ropa con el bóxer incluido.

Ya estábamos los dos desnudos mientras Eduardo conservaba la ropa puesta. Jacobo tiró de mi mano y me abrazó por la cintura uniendo su boca a la mía y tirando de mis nalgas para elevarme abriendo mi culo.

-¿Te gustan tus mariquitas? -miré al chaval, este nos observaba hipnotizado, agarrándose el paquete sin saber qué hacer. Jacobo llegó donde él y se abrazó de su cuello, besándolo y frotando su desnudo cuerpo contra el suyo.

Con dificultad fui buscando entre ellos para alcanzar los botones de la camisa de Eduardo, tenía baste vello en el pecho y se lo acaricié mientras besaba su hombro, empezaba a gustarme su olor y el tacto de su piel cubierta de pelo.

Jacobo se arrodillo y quitó el botón del pantalón bajando la cremallera, no llevaba ropa interior y debió cogerle algún pelo, Eduardo se quejó pero no hizo movimiento para detenerlo.

-Estabas ya preparado. –se rió metiendo su mano para sacar la polla de Eduardo.

-¡Woouuu! Qué pollón más rico tienes oculto. –Jacobo sostenía con sus dos manos una buena verga, no tan larga como la de Julio y de gorda como la de Bruno o más. Tiró de los pantalones bajándolos hasta los pies.

Ya le había visto sus peludas piernas, no esperaba que el vello fuera disminuyendo desde medio muslo y volviera a crecer frondoso rodeando su verga y cubriendo sus, eso sí, enormes testículos.

Jacobo se pasaba la verga por la cara manchándola del líquido que le salía por la descapullada y gruesa punta, metió su cabeza entre las piernas para lamer desde abajo sus huevos, le miraba a veces cuando la boca de Eduardo perdonaba a la mía. Nuestro nuevo amigo entraba en acción abriendo las piernas para dejar acceso a mi primo para que llegara en sus lamidas hasta el culo.

-¡Joder!, estáis buenísimos. –sonreí para mi, su timidez estaba desapareciendo, bajé la mano para agarrar y sentir latir su polla, estaba caliente y notaba discurrir la sangre por sus venas.

Jacobo se puso en pie y abrazados los tres nos besábamos todo el cuerpo, a mi primo le gustaba también el pecho peludo de Eduardo y besaba goloso su tetilla para luego chuparla.

-Estas muy rico, ¿qué vas a hacer con nosotros?, ¿o prefieres que te follemos? -mi primo se estaba poniendo ciego lamiendo sin parar todo lo que antes acariciaba.

-Quiero metérosla por vuestro culito. –Eduardo comenzaba a hablar a la vez que metía su mano entre mis nalgas llegando con sus dedos a mi ano. Antes quería degustar su vega y me arrodillé como ante estaba Jacobo. Vista a esa corta distancia su pene parecía mayor y el ojo de su uretra me miraba maligno tirando una lágrima de precum que cogí con la punta de la lengua.

Sabía muy rica y estaba tremendamente caliente y con las venas muy marcadas recorriendo todo el tronco. Sujeté sus huevos con mi mano derecha, no podía abarcarlos del todo y tiré un poco de ellos comenzando a tragar su polla.

Disfrutaba del su gordo capullo rozando mi paladar, blando cuando lo apretaba con mi lengua. Así estuve metiendo y sacándolo, escuchando sus bufidos de placer cada vez que explotaba en mis labios al salir.

Jacobo tiró de mi para llevarnos a la cama donde caímos revueltos, busqué ansioso el caramelo que mi primo me había quitado y seguí mamando hasta que Jacobo me apartó.

-Déjale, vas a hacer que se corra quiero probar esta polla en mi culito. –se tumbó mirando al techo y le pidió a Eduardo que se la metiera.

-Dame la polla antes de que Luis te vacíe. –el chaval se colocó encima de él cubriéndolo, queriendo meter su verga sin dirigirla, y resbalaba sin acertar en el ano de Jacobo, se le veía alocado besando sin cesar los labios de mi primo, esté sujetó su cintura y empezó a mover el cuerpo para buscar que le verga se embocara en su culo.

Sujete la gorda polla y la coloqué donde debía empujar. Eduardo rugía empujando y arrugando la cintura para proyectar sus caderas con fuerza hasta que su gordísimo glande entró en el culo de su amante.

-¡Espera! Para un momento. –Jacobo parecía sentir el grosor de lo que quería entrar en él y respiraba entrecortado hasta que tiró de los sobacos del follador para que siguiera empujando.

Eduardo termino de entrar y se quedó quieto, muy abierto mostrándome su ano, no se notaba lo que Julio me comentara, parecía un culo virgen de color rosa con pocos pelos en su circunferencia.

Mojé mi mano en saliva y la deposité en su anito que se arrugó queriendo cerrarse.

-¡No!, eso no. –musitó el chico mirando hacia atrás.

-Déjame hacer a mí, te va a gustar. –me miraba con miedo, avancé para besarle en los labios.

-Céntrate en Jacobo y confía en mí. –me tumbé para llegar con mi lengua a su ano y empecé a lamerlo, de arriba abajo, acariciando con mi lengua sus huevos y volver a su ano, ahora pasando la lengua circularmente y punteando.

Lo que antes estaba rígido y encogido empezaba a relajarse y confiado entraba y salía lentamente del culo de Jacobo, éste se impacientaba sin saber lo que pasaba y movía las caderas queriendo más acción, pero a Eduardo le gustaba lo que le estaba haciendo hasta que quise meterle el primer dedo, se sobresaltó pero entró fácilmente, lo saqué para volver a lamer e intentar meter la punta de mi lengua, los dos dedos le penetraron sin dificultad, aunque no se le notara su culo había tragado verga como me dijo Julio.

Eduardo no paraba de de moverse pero dejando su culo abierto para que pudiera actuar en él, le excitaba tocando a veces su verga cuando entraba en Jacobo y lamía sin dejar de penetrar su culo con mis dedos.

Me acerqué acariciando su espalda y bese su cuello.

-¿Estás bien? -sudaba y respiraba con fuerza, me hizo un gesto con la cabeza afirmando. Le besé en el hombro.

-Te la voy a meter, ya estás preparado, tú tranquilo. –tiré un poco de sus caderas para que sacara ligeramente su verga y empinara el culo, y coloqué mi polla en la entrada de su ano acariciando con mi glande la entrada para que se calmara.

Empujé y mi verga se deslizaba sin dificultad dentro de su culo. O su hermano tenía una verga de burro, o era problema de su cabeza el que sintiera miedo, mi polla al menos entraba perfectamente y no se quejó en ningún momento.

Comencé a entrar y salir de él acompasando los movimientos, cuando sacaba su polla del culo de Jacobo se comía la mía entera, hacíamos un trío perfecto, además Eduardo tenía los movimientos que imprimía Jacobo subiendo y bajando el culo para ir a su encuentro.

El coito iba muy lento y resultaba sabroso, el culito de nuestro amigo resultaba calentito y goloso aspirando mi polla al moverse.

Primero se corrió Jacobo y tuvimos que detener nuestra marcha un momento por sus movimientos convulsos, y poco después Eduardo llenaba el vientre de mi primo con su muy abundante leche que no dejaba de salir mientras estrujaba mi verga metido hasta el fondo en su culo, y el último fui yo dejándole lleno de leche.

Jacobo pudo escapar de nuestra pesada carga tirando a Eduardo a un costado, mi polla seguía dentro de él que tiraba hacia mí su culo para que no la sacara.

-¿Volveréis? -su voz sonaba a ruego mientras montábamos en nuestras bicis para volver a la hacienda a comer, y si teníamos tiempo tomar un baño y quitarnos el sudor que bañaba nuestro cuerpo.

-¿Tú qué crees? -le respondía riendo Jacobo. Su forma de ver a Eduardo había cambiado en este escaso lapso de tiempo que pasamos con él en su cama.

-Estás buenísimo pero a mí también me tienes que dejar follarte. –lógicamente se lo decía en broma, había notado que algo extraño sucedía por mi actuación con él y viéndome follarle cuando lo nuestro es que nos la metan.

Pedaleamos bajo el implacable sol cenital y entramos en el agua de la piscina agradeciendo su frescura.

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