Nos despertamos muy tarde por la mañana. Es el día en el que nos tenemos que volver a Madrid. Yo estoy muy relajado, aunque quizá, debería decir flojo. Quienes hayan sufrido de crisis de nervios, de epilepsia o de ataques similares saben a lo que me refiero. Durante un tiempo después de la crisis se encuentra uno en un estado entre debilitado y relajado, y deprimido, como con miedo a que vuelva a ocurrir lo mismo otra vez. Ellos se despiertan con evidente miedo hacia mí pues ni me tocan. Me tratan con más miramiento del que han tenido nunca, casi con mimo diría. Me preguntan cómo me encuentro, si he dormido bien, si estoy en condiciones de levantarme. Yo alucino. No puedo dar crédito. Creo que me hago un poco el remolón, como aprovenchándome de la situacion. Deciden levantar la tienda de campaña ellos solitos para que yo siga descansando. Muy bien, lo hago. Ahora parezco ser yo el viborón. Está claro que debo utilizar más este tipo de situaciones.

Una vez desmontada la tienda me dejan al cuidado de todas las cosas mientras ellos suben al puerto para bajar el coche y comprar algunos bocatas en el bar. Tardarán un rato largo. Yo me tumbo entre las mochilas y saco un cigarro. Cuando se van me pongo un jersey pues parece que hace algo de frío y voy a sentarme cerca del riachuelo en la misma piedra donde me atrapó la serpiente.

Miro a mi alrededor y tengo la impresión de haber estado en este lugar al menos un año. ¿Cúantas cosas no han sucedido?. Me parece que hasta la hierba está más alta y más verde y que, incluso, por el río baja más agua. Me gusta el rumor del agua por el riachuelo. Durante mucho tiempo cada vez que escuchaba el correr del agua, incluso aunque fuera el de una simple fuente, me he acordado de ese lugar. He vuelto allí otras muchas veces, desde luego en otras circunstancias y con otra gente más interesante, y más querida y apreciada, y siempre me he detenido a oir el mismo susurro. También he podido comprobar que ya no hay ni rastro de culebras en ese lugar.

Por fin volvieron mis sensibles dueños. Nos cominos los bocatas y tras fumarnos unos cigarros y charlar un rato, cargaron ellos solitos con mochilas y tienda al coche. Qué diferencia con relación al primer día. Tendré que seguir alicaído y con cara lánguida y  mustia.

En el coche me senté en el asiento trasero, detrás de Pierre. Ya puestos en camino, noté la mano de éste que me tocaba la pantorrilla disimuladamente para que Chris no le viera. Me dejé hacer porque me hizo gracia. Yo seguí la broma y empecé a acariciarle la cadera. Le saqué la camisa y noté como él se cruzaba de brazos y colocaba la cazadora encima de sí para que el otro no viera nada. Seguí acariciandole. Le empecé a meter un dedo y noté que metía la tripa hacia dentro para facilitarme la tarea. Sentí los pelos de su pubis y me excité. Y él también. Tiré de ellos pretendiéndole hacer algo de daño, quien sabe si queriéndole devolver parte del sufrimiento que me habían hecho pasar a mí. Le gustó esta intimidad sólo entre nosotros dos. Cuando me atreví a meter parte de mi mano en sus pantalones noté su rabo tieso como un palo. Sólo pude tocar el glande pero imaginé todo lo demás. Saqué mi mano por miedo a que Chris nos viera pero ya Pierre se quedó con tremenda calentura.

No tardó mucho en volverse y palparme la entrepierna para excitarme. Me dejé hacer. Ahora todo era evidente para Chris que nada pudo hacer al ir conduciendo. Pero sí decir a Pierre, riéndose:

-Mira que es zorrón, tío. Basta un sobatón para ponerse como una puta zorra salida sin macho. Basta una simple mirada para ponerlo a nuestra disposición. Para hacernos lo que dispongamos. Ya te lo dije el primer día, que era bueno, un ejemplar sin desperdicio y que podríamos hacer con él lo que quisiéramos. Te dije la verdad, ¿no?.

Y claro que era verdad, me tumbé con la pelvis hacia delante y la espalda en el asiento trasero para que Pierre me magrearan bien . Me abrió la bragueta, me sacó mi bicho y se estuvo divirtiendo con él durante bastante trayecto, mientras escuchaba a mi amo decirme cosas similares a las anteriores y que sólo podían excitarme más y más. Y me dejé meter su dedo corazón, previamente lubricado con su saliva, y me presionó con él la próstata dibujando un abanico con su movimiento, y a la vez el pulgar me apretó por fuera en los huevos, la ingle, el pubis también dándole suaves meneos……… Todo esto le encantaba………y a mí también.

Llegamos a Madrid bastante pasado el mediodía. Chris sugirió que nos fuéramos a su casa para ducharnos porque, según él, yo tenía una pinta guarro después de cuatro días sin ducharme que olía a lo que era, un cerdo.

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