Me veo obligado a dar un salto en el relato de varios meses. No porque parara la actividad ofÃdica, que en absoluto, sino porque ésta era más de lo mismo, más de lo visto hasta ahora. Repetición del mismo tema, esto es, sexo y sexo, con la misma gente, trÃo tras trÃo, con pocas variaciones, es decir, desprecio tras desprecio, y, la verdad, buena gana de aburrir con lo mismo. El dominante necesita, no sólo saber que lo es, sino que necesita demuestrarlo en cada momento. Y el sometido sentirlo para evitar rebelarse. Hay dos maneras de mantener la dominación o por la fuerza o por las dádivas. Quienes no están muy seguros en su rol dominante logran sus fines provocando miedo en el sometido. El pavor que provocan logra en quien lo sufre la entrega total, única manera de conseguir que realice aquello que buscan. El miedo incluso puede ser a la ausencia de dominio. Pero se puede dominar también por autoridad provocando la entrega del otro por admiración. Puede ser ésta al carisma, a la belleza, a la inteligencia, a la sabidurÃa y a cien cosas más. Yo habrÃa preferido someterme siempre por las dádivas asà fueran en forma de cariño, morbo, carne o simple gusto, pero mirando hacia atrás, tengo que reconocer que me ha tocado más de lo primero que de lo segundo, aunque de todo ha habido. Creo que fue por todo lo anterior, además de que ambos necesitábamos tomar el aire, que en mi proceso de seducción por Christian, éste dio un paso más y empezamos a abandonar las cuatro paredes de su casa y buscamos otros ambientes. Por decirlo de alguna manera amplió el espectro tanto espacial, como personal y temporal. En pocas palabras, que me folló en otros sitios, me folló otra gente y para una cosa y otra yo necesité más tiempo. Los fines de semana empezaban a parecerle poco para estar a su disposición. El proceso de seducción exigÃa que estuviera listo para él 24 horas/7dÃas a la semana. Pero no sólo debÃa pensar en él las 24 horas del dÃa todos los dÃas, que eso ya ocurrÃa, sino que mi disponibilidad tenÃa que ser total, aunque no me viera. Y por supuesto debÃa trabajar para él, cosa que empezarÃa a ocurrir en sentido estricto en no muchas semanas. Pero en el punto que me ocupa ahora, estar disponible, significaba la realización de pequeñas acciones que me obligaban a pensar en él a todas horas. Algunas, no lo voy a negar, eran placenteras, pues me obligaban a masturbarme sin correrme a una determinada hora del dÃa, ni cinco minutos antes ni cinco después, o me obligaba a depilarme, o a ir sin ropa interior a los sitios a los que me ordenaba ir, o a llevar en el culo durante todo el dÃa uno de esos tapones que me obligaba a comprar y que no me dejaba pensar en otra cosa, nada más que en su rabo. Otras acciones eran neutras pero bastante incordiosas como estar en casa a esperar una llamada telefónica una hora antes de que se produjera y a lo peor, ésta ni ocurrÃa. Otras acciones, en cambio, eran una auténtica tortura pues suponÃan desplazamientos y acciones, incluso ilegales. Trabajar para él, en ese momento, podÃa suponer, comprar libros o revistas en los quioscos de explÃcita temática homosexual, que él no se atrevÃa a comprar, y que luego rara vez me abonaba. O, como en verdad ocurrió, podÃa consistir en sustraer pequeños objetos de valor en grandes almacenes que previamente me indicaba. O desplazarme hasta el Rastro y a otros lugares, a comprarle varios talegos de costo a la vez. O podÃa consistir en ir a comprar extraños artilugios sexuales, que yo no sabÃa ni de su existencia, ni siquiera de nombre, a cualquier sex-shop, poppers incluidos, o lencerÃa femenina a cualquier tienda. O lo que más terror me daba: ir solo a descubrir y a explorar, como él decÃa, de noche los lugares al aire libre donde los tÃos van a ligar y a follar con otros tÃos. Se me puede creer si digo que para mÃ, todas estas pruebas a las que mi dueño me sometÃa, y que tan beneficiosas le resultaban a él, además de ser una humillación constante y total, constituÃan un auténtico suplicio. Tengo que confesar en honor a la verdad, pues a eso me he comprometido, que estas pruebas para mà eran mucho peor que el hecho de prestarme a otros, o compartirme con otros o prostituirme con otros. Estos hechos puedo catalogarlos de viles o canallas, lo que quiera, pero no implicaban tan alto grado de vergüenza o de miedo como el que me obligó a pasar con algunas de las otras prácticas. Ir a las citas apañadas por él, y una vez asumida y aceptada la degradación que esto suponÃa, implicaba para mà un grado de sumisión tal que me ponÃa a cien sólo de pensarlo. Además, el morbo que acompañaba a la acción en sÃ, y que a veces me hacÃa ir superempalmado, sin saber siquiera cómo era el cliente con quien me lo iba a montar, podÃa compensar en parte cualquier trastorno. Al principio, como todo, fue dificil, me costó un poco e iba un poco nervioso a esos trabajos pero con el tiempo aprendà a realizarlos sin ningún tipo de riesgo y, aunque se perdió el morbo inicial aprendà a aprovecharme de ellos en mà propio beneficio. Pero ir a mangar al Corte Inglés para él, o comprar en los Sex-shop, o ir a pillar droga o ir a explorar la Casa de Campo de noche eran para mà ejercicios especialmente traumáticos a los cuales no me acostumbré fácilmente. Me desplazaba a todos estos sitios temblando, sudaba, jadeaba, iba, en definitiva, muerto de miedo. Mi dueño me obligaba a todo esto sólo en su propio beneficio, hoy bien puedo decir sin miedo a equivocarme, que no habÃa por su parte ni el más mÃnimo morbo. Sólo vulgar utilitarismo. Igual me habrÃa utilizado para llevarle un vaso de agua, o para comprarle los tomates. Entonces, en verdad, no sé, no sé, si yo de todo esto era consciente, o no querÃa ni saberlo. Como consecuencia de estos trajines conocà a todos los camellos que vendÃan marÃa y hachÃs en los alrededores del Rastro, los antros y tugurios donde me dejaban la coca en el váter, las covachas de mala muerte donde compraba los poppers. Hubo un tiempo en que se empeñó en que le consiguiera peyote porque le habÃan dicho que aquello era la leche y que ponÃa cantidad. En aquel entonces en Madrid no habÃa quien conociera semejante cosa y no sé, si incluso hoy, lo habrá. Y tambien estuvo aquella tonta historia del sapo, de no sé qué paÃs, que si le chupabas, supuestamente, te daba un colocón alucinógeno de la hostia, a no sé cuantas pelas el lametón. Esta historia, de no haber sido tan triste mi situación habrÃa tenido hasta gracia. Mi estravagante amo se enteró de que alguien criaba en su casa un sapo del desierto de no sé donde y que era homosexual. No el sapo, el dueño. O quizá también el sapo, no sé, porque dejarse dar tantos lametones…….. Cuando un dÃa por fin llegamos a la citada casa, el pavo en cuestión se habÃa pirado a su paÃs, imagino que el mismo del sapo. De haber estado el menda todavÃa en Madrid me deberÃa haber cambiado durante un rato por el sapo. Yo a disposición del pavo para que hiciera conmigo lo que quisiera, y mi angel con el sapo dándole de lametones. A eso se habÃa reducido entonces mi valor. Yo, al menos, me sentÃa al mismo nivel del sapo y cualquiera que me hubiera conocido entonces, habrÃa alucinado conmigo, al menos tanto, como lamiendo al sapo. Pero donde mi dueño más supo utilizar su inlujo sobre mÃ, en donde más me pervirtió, fue en obligarme a realizar pequeños hurtos en su propio beneficio. Como un nuevo Oliver me mandaba a los grandes almacenes a sustraer cosas de pequeño tamaño que habÃa previsto de antemano, como frascos de colonia de marca, carteras de piel, dispositivos electrónicos, y mil cosas más. La primera vez fue un trauma pero confieso que, una vez superada esa prueba, las veces siguientes fue todo más fácil. En unas navidades le decoré toda su casa con bolas y borlas robadas. Pero tantas veces va el cántaro a la fuente que acaba por romperse y yo me confié demasiado. En una ocasión mi dueño me mandó hurtar una pluma estilográfica de una conocida marca. Mientras merodeaba confiado por el lugar, no me di cuenta de que dos tios de seguridad estaban por los alrededores. Cuando tenÃa ya la pluma en el bolsillo siento que dos tÃos me agarran cada uno por un brazo y me llevan a un pequeño cuarto. Yo quiero morirme de la vergüenza. Dentro del cuarto me mandan sacar todo lo que tengo en los bolsillos. Uno de ellos se va. El otro tras ver la pluma espera que saque algo más. Le digo que no tengo otra cosa que sólo he cogido eso. Me pide el Carnet de Identidad y empieza a tomarme los datos, me pide el número de teléfono y todavÃa mantengo la sangre frÃa como para dárselo falso. A continuación y sin levantar mucho la voz me dice: – Mira, chaval, saca todo lo que tengas en los bolsillos y en otras partes, si no quieres que te desnude aquà mismo y salga todo. – ? Yo, aún cuando estaba muy asustado, fue oir eso de desnudarme y entré a considerar la posibilidad de que la cosa pudiera solucionarse de otra manera. Tampoco lo tenÃa del todo claro, pero recuerdo que fue la primera vez que le miré fijamente a los ojos. Estos no me dijeron gran cosa para tampoco và animadversión en ellos. Con cara de cordero degollado y rojo todavÃa por la vergüenza de la situación, tuve una caÃda de ojos de esas que, si el del enfrente la entiende o entiende, ya se lo dice todo sin necesidad de más datos. Volvà a enfrentar mis ojos a los suyos, y ya estos me parecieron mucho mas amigables. El segurata estaba bastante bien, era moreno, con el pelo corto y el cuerpo bien formado. SÃ, debÃa tener un cuerpo precioso. Volvà a bajar los ojos lentamente y a fijarlos en su bragueta. Aunque miraba como de solayo, el segurata no pudo por menos de darse cuenta de mi intención. – ¿Que pasa, que prefieres que te desnude yo antes de sacar lo que has robado? – No tengo más, de verdad, se lo juro- digo yo en tono lastimero, casi sollozante, mientras mi mano de manera ostentosa se va a la cintura del pantalón y desabrocha el botón. – Mira, esto lo podemos arreglar sin necesidad de que tus padres se enteren de las actividades a las que te dedicas en tus ratos libres. No querrás que tus padres se enteren de esto, ¿no? Yo, negué con la cabeza, sin dejar de mirarle a los ojos mientras me decÃa esto. Cuando me decidà a bajar la vista fue para mirar su paquete que notaba por momentos era cada vez más prominente. Pero el tÃo era muy lento y no acababa de decidrse de una manera directa. – No tengo más cosas, puedo desnudarme si usted quiere, pero no tengo más, de verdad- y según digo esto me abro los botones de la bragueta con un fuerte tirón. Mi vista ahora esta abajo, en su paquete, y cuando la alzo, en mi mirada deberÃa ver, si no es tonto, que le estoy preguntando si quiere que me siga desnudando. Ahora era obvio tanto mi empalme como el suyo. Dejo caer los pantalones sobre mis pies y ya todo depende de lo que decida él. – ? Se acerca a mÃ, y me echa mano a mi rabo inhiesto mientras cierra el cerrojo de la puerta del cuarto, yo cierro los ojos y en verdad me estremezco, tanto tiempo esperando, y sobre todo la incertidumbre del momento, es lo menos que me puede ocurrir, no levanto la cara, lo hace él, mientras me la acaricia, me besa, me da unos lenguatazos hambrientos a los que yo respondo devorando su lengua y sus labios, me interesa excitarle mucho y rápido, no puedo reprimir que me tiemblen las piernas, lo nota, me empuja suavemente contra la pared estrujando mi cuerpo contra ella, noto su miembro erecto y todavÃa dentro del pantalón, su mano entra en mis calzoncillos y me agarra mi verga superdura, trato de mover mi pelvis adelante y atrás, pero es dificil, entre él y la pared no hay mucha opción, no obstante lo intento, le saco la camisa del pantalón y se la subo para descubrir su pecho y sus tetas, no es fácil pero lo consigo, y le acaricio el pecho y la espalda, en verdad tiene un cuerpo precioso, le meto mano dentro del pantalón y le palpo el culo, noto que le gusta, tambien echo mano a su bragueta e intento abrÃrsela, siento que me comporto como una auténtica zorra, él se deja hacer con mucho gusto, me impresiona el tamaño de su miembro todavÃa dentro del calzoncillo, pero cuando se la saco al aire me gusta todavÃa más, es cabezona, con un gran glande sonrosado, se la acaricio de arriba abajo, incluyendo en el recorrido de mi mano a sus huevos, yo a pesar del tiempo transcurrido ya, sigo con mi temblor irrrefrenable, aunque él trata de tranquilizarme con besos y caricias, yo no estoy preparado para tomar iniciativa alguna, espero a que él decida lo que quiere hacer conmigo, el manda, aún cuando sea el que cobra, yo estoy para obedecer pues debo pagar en carne mi falta, y por lo que aprecio no lo hago del todo mal. Ya con su rabo fuera y mis ojos sin quitarle la vista de encima, por fin se decide a ponerme de rodillas, lo hace sin brusquedad, y yo reconozco que estoy encantado de haber resulto la delicada situación en la que me encontraba de esta manera, y además no me desagrada su rabo, aunque es grande, y tengo dificultades de tenerlo en la boca, a él le encanta cómo se lo trajino, y se mueve impulsándolo dentro de mà con delizadeza. De repente se para y me levanta del suelo, diciéndome: – Mira, tÃo, aquà no estoy tranquilo. No vivo lejos, ¿que te parece si nos vamos a mi casa? Allà estaremos más cómodos y disfrutaremos más. – Vale- le digo yo, encantado de salir de aquel establecimiento sin ningún tipo de problema – Tengo que hablar primero con mi compañero, tú, vÃstete y esperame en la puerta. Me quedo con tu carnet por si acaso – Aquello me jodió pero nada podÃa hacer. Me vestà y ya fuera me indicó en qué puerta tenÃa que esperarle. Asà lo hice. No mucho tiempo después sale mi segurata vestido de paisano. Me sorprendo y como que me descolocó un poco. No es que no me gustara, no, es …… pues que era diferente. El lo nota y me dice: – Que pasa ya no te gusto en vaqueros, o ¿qué?. – SÃ, sÃ, simplemente que me has sorprendido un poco, sólo es eso. ¿Dónde tenemos que ir?. – No vivo muy lejos de aquÃ, no tardaremos, sÃgueme. Efectivamente, su casa no estaba muy lejos, en una de las calles del barrio de Las Letras. Recuerdo que era una casa oscura y antiquÃsima, de suelos y escaleras de madera y que todo crujÃa al menor movimiento. Recuerdo también que era un piso altÃsimo y sin ascensor. Cuando llegamos como que no te quedaban muchas ganas de juerga. Empezó el amigo a meterme mano pero yo estaba para entonces bastante frÃo y hubo que calentarme un poco. Tuve además la osadÃa de pedirle mi carnet porque me habÃa jodido que se quedara con él. – Oye, vamos a follar y hacer lo que tu quieras, de acuerdo, pero me gustarÃa que me devolvieras ya el carnet. Creo que es lo justo, ¿no?. – Me parece razonable- me responde muy educado, entregándomelo. – AsÃ, yo estoy más tranquilo y todo irá mejor – le respondo guardándomelo – Aunque tengo tu teléfono- me dice – Ya lo sé- le respondo yo. Eso me fastidia de él, pues aunque sé que el número se lo di mal, me jode el intento de chantaje. Bastante tenÃa con el otro, aún más cabrón, como para que me aparecieran otros imbéciles con las mismas artes. Tras estos percances menores fue dificil para mà entrar en calor. No se me olvidaba que estaba allà respondiendo por algo, el ambiente era frÃo y no invitaba nada, el tÃo tras lo del carnet y el teléfono me pareció un poco capullo, y el caserón aquel era propiamente como la mansión de Frankenstein con su par de aldabas y todo. Aquello era dificil para la pasión. Pero pagué, y creo que bien pagado, pues pocas cosas faltaron para complacerle. Al fin y al cabo esa era la cuestión. Realicé mi representacion lo mejor que pude y supe. Con el tiempo actuarÃa mucho mejor, todo se aprende. El tÃo supongo que notó que no habÃa la misma pasión que en aquel cuarto estrecho y más bien oscuro, pero no se puede tenerlo todo en esta vida. Me pidió que volviera y yo prometà volver. En el colmo de la ironÃa le dije incluso: – Si notas que tardo, no dudes en llamarme por teléfono y preguntar por mÃ. ¿De acuerdo? – Descuida, lo haré – me dice el nota Desde siempre he considerado a ésta experiencia como mi primera chapa