Sin poderlo retrasar más, me toca relatar ahora cómo fue la primera vez que un tío pagó por mí. Los recuerdos de aquellos hechos, como los de otros que siguieron, me gustaría que quedaran reflejados en estas páginas de la mejor manera posible, de la forma más fidedigna y honesta. Creo que podré hacerlo sin obviar ningún detalle, pues me he comprometido a ello. Todo lo recuerdo bien. No resulta nada fácil olvidarlo. Aunque ha pasado ya el tiempo suficiente como para que aquellos hechos hubieran podido olvidarse, puedo decir, sin equivocarme, que no están ni siquiera confundidos. Aquel día, y por diferentes razones, se quedó grabado en mi memoria. Todo lo recuerdo tan nítidamente como si hubiera ocurrido hoy. Resulta sorprendente, pues el tiempo pasa y casi todo se diluye y desdibuja, todo, tanto lo bueno como lo malo, pero todo lo que sucedió aquel día, lo recuerdo bien, la clase de tipo, su pinta, su nombre, su manera de proceder, todo. Me acuerdo hasta del día, un lunes de febrero por la tarde. Christian me había citado por teléfono muy apresuradamente en su casa para esa tarde. Cuando llegué y vi que Pierre no estaba me sorprendió un poco pero no le di mayor importancia. Ya llegaría y si no, quizá sería mejor, pues hacía mucho tiempo ya que no me lo montaba a solas con quien a partir de aquella tarde sería ya para siempre…..mi chulo. Cuando llegué me senté en el sofá, me ofreció un vaso de agua y empezó a hablarme de sus dificultades económicas. Me dijo que en la academia ya no podía hacer horas extras, me hizo un relatorio de los muchos gastos que tenía, me habló del alquiler del estudio, y finalizó diciéndome que yo tenía que ayudarle. Me quedé bastante sorprendido pues él sabía perfectamente cual era mi situación económica, era estudiante y tenía lo justito. -¿Yo? Pero tío, si yo no tengo pasta. No tengo ni para prestarte. ¿Cómo quieres que yo te ayude? -Sí. Sí puedes ayudarme de alguna manera. -Pues no sé, dime cómo- le respondo, sin imaginar sus pérfidos fines -Será sólo durante un par de meses hasta que en la academia volvamos a hacer horas extras, ¿vale? -Vale, pero ya me dirás tú, cómo, porque no entiendo cómo puedo ayudarte. -Sólo tienes que hacer lo que yo te diga. ¿De acuerdo? -Vale En éstas estábamos cuando suena el timbre de la puerta. Christian miró por la mirilla, a la que Pierre siempre llamaba Judas, no sé porqué. Creí que sería él, pero no. En su lugar apareció otro tipo, cuyo nombre recuerdo perfectamente, pero buena gana de que sea mencionado aquí. Poco o nada aportaría al relato. Su nombre digo. El primer cliente que utilizaría mis servicios vino cargado de chatarra. Gruesas cadenas y collares en el cuello, dedos ensortijados hasta en los pulgares, pulseras en ambas muñecas. Los anillos de plata eran de calaveras y de aguiluchos y otras lindezas semejantes. El tiempo tampoco ha hecho perder nitidez a este detalle, ni a mi primera impresión que no fue buena. Su rostro era ancho, fuertes mandíbulas, los dientes grandes y blanquísimos, amplias fosas nasales que se dilataban y abrían al respirar, ojos azules como los topacios azules, pero fríos, pobladas cejas, amplia frente, y pelo rubio, pero casi rapado. Masticaba chicle de manera ostentosa. Era enorme aunque bien proporcionado. Lo que más llamaba la atención era su espalda. Cuadrada. Sus brazos le colgaban separándose del cuerpo por la fuerte musculatura. Sus manazas eran enormes y los anillotes agrandaban el efecto. Su andar era pesado y sólo chapurreaba el español. Cuando entró apenas me miró, sólo una ligera mirada, lo justito para comprobar que yo era un tío y hacerse una idea somera de mí. Creo que se lo habría montado con un chimpancé de haber sido eso lo que hubiera habido allí. El cuadrúpedo habló con mi chulo, en inglés, unos cuantos minutos durante los cuales no me moví del sitio. Aceptó mis servicios casi con displicencia hacia mí, acordaron dos mil pelas por un completo, y dejando bien claro que me comprometía a realizar lo que él quisiera. Yo no abrí la boca, ni para negar ni para afirmar y ni mucho menos se me pasó por la cabeza la posibilidad de rebelarme contra semejante transacción. Aquellas dos mil pelas fueron la tasación por mis servicios, y el tiempo se estableció en una hora. Aunque, por supuesto, tampoco habría ningún problema si se entretenía un poco y la cosa duraba un poco más. Yo no debería tener ninguna prisa. Y no la tuve. Vi como le entregó las pelas a mi chulo y éste, tras mirarme brevemente, inició el ademán de marcharse. En una súplica que ya me recordaba otra situación, le dije: -No te vayas,- por favor, -No, no- dijo el tipo aquel, con voz rara, como medio gangosa o por el chicle en la boca, o por ser extranjero, no sé

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