Hola, estimados amigos.
Comparto con ustedes mi relato erótico más reciente. Saludos para todos, que ya estén bien y se vayan reincorporando a nuestra vida habitual.
SABOREANDO A UN FUTURO MEDICO
Mauricio Adalid Campos N.
Soy un hombre maduro de alrededor de 49 años. No soy un galán, pero trato de conservar mi presencia física. Ya luzco algo de canas, las que me conceden cierto atractivo, pues noto que ocasionalmente me observan con detenimiento. Soy moreno claro, y como dije, pelo entrecano, ojos cafés y complexión regular. Me atraen los hombres de entre 18 y 28 años, que estén preparándose profesionalmente o ya tengan alguna carrera, pues con ese nivel tienen mayor facilidad de palabra y pueden hablar de múltiples temas, lo cual es muy agradable.
Hace poco conocí, casualmente, en un transporte público, a un hombre joven y apuesto, a quien llamaré Gustavo, por razones de discreción y seguridad para ambos. El recién cumplió los 24 años y estaba lleno de vitalidad. Físicamente medía 1.70 y su complexión era delgada, pero con músculos incipientes, fibrosos, como consecuencia del arduo trabajo de campo al que se dedica. Su piel morena clara. El pelo lacio le caía suavemente con un corte regular. Sus ojos cafés claro resaltaban al verse rodeado de una ceja regular y unas pestañas bien desarrolladas. Su nariz regular enmarcaba unos labios delgados, apetecibles, que pedían a gritos ser devorados en apasionados besos.
Debido a que tuvo necesidad de comprar diversos enseres para el campo, fertilizantes y herramientas, viajó a mi ciudad desde su lugar de origen, en plena Sierra Madre del Sur. Por casualidad coincidimos en ese transporte local, compartiendo el asiento y comencé una conversación ligera sobre el clima, que nos abochornaba por las altas temperaturas. Y me comentó que no estaba acostumbrado al calor, poque él vivía en el campo.
Me preguntó sobre algunos lugares para comprar sus materiales y le di una buena información que le fuera útil.
Nuestra plática versó sobre su lugar de origen, que es de clima templado rodeado de bosques de pino, con arroyos diversos y un río que se va alimentando con esos afluentes, hasta hacerse caudaloso para finalmente ser usada en las poblaciones y ciudades de las partes bajas de nuestra entidad. Y sus siembras casi son para autoconsumo. Le comenté que tenía facilidad de palabra y se expresaba muy bien. Me respondió que acababa de terminar su preparatoria en la capital del estado y quería seguir preparándose en medicina, pero no supo cuando distribuyeron las fichas, por lo que decidió quedarse en su pueblo, ayudando a su padre en las labores del campo, en espera de una oportunidad para el próximo ciclo escolar en nuestra universidad autónoma.
Por mi parte, le platiqué a que me dedicaba, precisamente apoyando a ejidos y comunidades para hacer algunos proyectos productivos que mejoraran su calidad de vida, lo que le pareció muy interesante. Le comenté que trabajaba en mi casa, en un desarrollo condominal que cuenta con áreas verdes y alberca, siempre bien cuidados.
– En mi pueblo, me dijo, solamente tenemos un río, pero siempre he soñado con nadar en una alberca, como en las películas.
– Pues cuando gustes me agradaría recibirte para que te des un buen chapuzón o nades el tiempo que quieras. Vivo solo, pues hace poco enviudé y mis hijos ya tienen vida propia, radicados en diversas partes, aunque se mantienen en contacto conmigo. Y en mi condominio, los vecinos solamente vienen en vacaciones.
– Oiga, se ve que es usted buena onda. Tengo que regresarme hoy mismo con mi compra, pero le doy mi teléfono y nos mantenemos en contacto por WhatsApp. Las llamadas de celular casi no entran en mi pueblo, pero la mensajería sí.
Intercambiamos nuestros números y quedamos con la propuesta de que me llamaría para ver como andaba de tiempo y poder bajar de su pueblo.
Pasaron dos o tres semanas sin comunicarse. Pero cuando lo hizo, me dijo que ya estaba pensando bajar, pero que el transporte de la sierra no es frecuente. Salen en la madrugada y se regresan a medio día, así que eso lo limitaba mucho.
– A menos que usted me recibiera unos dos días y me dejara dormir en un rinconcito. Llegaría temprano y me regresaría al día siguiente a media mañana, para alcanzar el transporte.
– Gustavo, no te preocupes. Mi casa es tu casa y puedes estar en tiempo que gustes.
– Gracias, don Mauricio. Le aviso la próxima semana que días puedo bajar para visitarlo.
Le respondí de inmediato:
– Cuando gustes. Solo te pido me avises unos dos días antes para ajustar mis actividades y no salir de la ciudad y poder atenderte.
– Gracias de antemano, don Mauricio. Luego me comunico.
Por fin se cumplió la fecha prevista y cuando estuvo a mi ciudad, le orienté para que llegara fácilmente a un punto de encuentro, donde le recogería para llevarlo a mi casa.
Desde que nos saludamos, lo hizo con un firme apretón de manos y sonriente. Se mostró muy contento porque quería meterse a la alberca. Como ya he comentado, en su pueblo hay río, pero no albercas.
Primero lo llevé a que almorzara, pues estaba seguro que traería buen apetito, ya que debió salir de madrugada. Lo llevé a una fondita donde consumimos antojitos de nuestra rica cocina mexicana.
Luego nos trasladamos a mi domicilio, donde quedó fascinado por la alberca y sus transparentes aguas. Le hice entrega de una bermuda que le compré días previos, para que se sintiera a gusto en la alberca. Me agradeció el presente con una linda sonrisa.
– ¿Me lo puedo poner?
– Desde luego Gustavo, es tuyo.
Y ni tardo ni perezoso, se metió al baño para cambiarse, dejando en la sala una mochila que traía consigo. De inmediato nos salimos a una pequeña palapa que está junto a la alberca, donde coloque un par de sillas, para estar a la sombra del abrazador sol que ya hacía de las suyas. Encendió la radio de su celular con música de banda para escucharla mientras jugaba solo y yo lo veía. De inmediato se metió a la alberca y estuvo un buen rato chacoteando alegremente. Salía para correr buscando impulso para aventarse sus clavados. Pasaron largos minutos en los que disfrutaba como niño con juguete nuevo.
– Métase, don Mauricio. Me invitaba.
– No puedo, porque estoy al pendiente de mi teléfono por las llamadas de mis clientes.
Me comuniqué a una tienda cercana, para hacer un pedido de cervezas, pensando en que tanto ejercicio le provocaría sed. Primero no quería, porque “no tomaba”, pero luego sólito me pedía o entraba a la casa por las chelas al refrigerador.
Se veía muy bien en traje de baño. Cuando salía para hacer sus clavados, se le marcaba un buen paquete que bailoteaba cuando tomaba impulso, y yo lo observaba. Y la sed hacía estragos y tomaba sus cervezas como agua, para refrescarse. En una de esas, entre comentarios le señalé el voluminoso paquete y dije:
– Con eso que cargas, puedes hacerte rico.
Al escuchar mi comentario, sonrío con picardía y siguió sus juegos acuáticos.
Tomando mis providencias, también solicité alimentos a un restaurancito cercano, los que llegaron un par de horas después, por lo que entramos a la casa, se dio un baño y pasamos a comer.
En la sobremesa se aventó varios bostezos y le dije que se subiera a la recámara a descansar. Le encendí el aire acondicionado y lo dejé solo. Me puse a trabajar un poco, para aprovechar el tiempo, y al rato fui a ver como se encontraba.
Estaba bien dormido con los brazos tras la cabeza, bien relax y su paquete se notaba mucho. Me senté a su lado para verlo un poco de cerca. La tentación fue mucha y le acaricie el rostro, sin que despertara. Le pase la mano por el pecho y no pude evitar llegar a su estómago y le roce su paquete, suavecito, cuidando que no despertara.
– Hummmmm!!! Que rico.
En una de esas, lo miro al rostro y… ¡tenía los ojos abiertos!
Me observa y pregunta:
– ¿Le gusta?
Que podía decirle: Si. ¡Estas bien bueno y guapo!
Ni tardó ni perezoso se desató el cinturón, se bajó el cierre y me mostró aquellito al natural… Pa su mecha, ¡que dimensiones¡: ¡largo y grueso!
– Lléguele pues. De esto no hay todos los días…
Hola, estimados amigos.
Comparto con ustedes mi relato erótico más reciente. Saludos para todos, que ya estén bien y se vayan reincorporando a nuestra vida habitual.
SABOREANDO A UN FUTURO MEDICO
Mauricio Adalid Campos N.
Soy un hombre maduro de alrededor de 49 años. No soy un galán, pero trato de conservar mi presencia física. Ya luzco algo de canas, las que me conceden cierto atractivo, pues noto que ocasionalmente me observan con detenimiento. Soy moreno claro, y como dije, pelo entrecano, ojos cafés y complexión regular. Me atraen los hombres de entre 18 y 28 años, que estén preparándose profesionalmente o ya tengan alguna carrera, pues con ese nivel tienen mayor facilidad de palabra y pueden hablar de múltiples temas, lo cual es muy agradable.
Hace poco conocí, casualmente, en un transporte público, a un hombre joven y apuesto, a quien llamaré Gustavo, por razones de discreción y seguridad para ambos. El recién cumplió los 24 años y estaba lleno de vitalidad. Físicamente medía 1.70 y su complexión era delgada, pero con músculos incipientes, fibrosos, como consecuencia del arduo trabajo de campo al que se dedica. Su piel morena clara. El pelo lacio le caía suavemente con un corte regular. Sus ojos cafés claro resaltaban al verse rodeado de una ceja regular y unas pestañas bien desarrolladas. Su nariz regular enmarcaba unos labios delgados, apetecibles, que pedían a gritos ser devorados en apasionados besos.
Debido a que tuvo necesidad de comprar diversos enseres para el campo, fertilizantes y herramientas, viajó a mi ciudad desde su lugar de origen, en plena Sierra Madre del Sur. Por casualidad coincidimos en ese transporte local, compartiendo el asiento y comencé una conversación ligera sobre el clima, que nos abochornaba por las altas temperaturas. Y me comentó que no estaba acostumbrado al calor, poque él vivía en el campo.
Me preguntó sobre algunos lugares para comprar sus materiales y le di una buena información que le fuera útil.
Nuestra plática versó sobre su lugar de origen, que es de clima templado rodeado de bosques de pino, con arroyos diversos y un río que se va alimentando con esos afluentes, hasta hacerse caudaloso para finalmente ser usada en las poblaciones y ciudades de las partes bajas de nuestra entidad. Y sus siembras casi son para autoconsumo. Le comenté que tenía facilidad de palabra y se expresaba muy bien. Me respondió que acababa de terminar su preparatoria en la capital del estado y quería seguir preparándose en medicina, pero no supo cuando distribuyeron las fichas, por lo que decidió quedarse en su pueblo, ayudando a su padre en las labores del campo, en espera de una oportunidad para el próximo ciclo escolar en nuestra universidad autónoma.
Por mi parte, le platiqué a que me dedicaba, precisamente apoyando a ejidos y comunidades para hacer algunos proyectos productivos que mejoraran su calidad de vida, lo que le pareció muy interesante. Le comenté que trabajaba en mi casa, en un desarrollo condominal que cuenta con áreas verdes y alberca, siempre bien cuidados.
– En mi pueblo, me dijo, solamente tenemos un río, pero siempre he soñado con nadar en una alberca, como en las películas.
– Pues cuando gustes me agradaría recibirte para que te des un buen chapuzón o nades el tiempo que quieras. Vivo solo, pues hace poco enviudé y mis hijos ya tienen vida propia, radicados en diversas partes, aunque se mantienen en contacto conmigo. Y en mi condominio, los vecinos solamente vienen en vacaciones.
– Oiga, se ve que es usted buena onda. Tengo que regresarme hoy mismo con mi compra, pero le doy mi teléfono y nos mantenemos en contacto por WhatsApp. Las llamadas de celular casi no entran en mi pueblo, pero la mensajería sí.
Intercambiamos nuestros números y quedamos con la propuesta de que me llamaría para ver como andaba de tiempo y poder bajar de su pueblo.
Pasaron dos o tres semanas sin comunicarse. Pero cuando lo hizo, me dijo que ya estaba pensando bajar, pero que el transporte de la sierra no es frecuente. Salen en la madrugada y se regresan a medio día, así que eso lo limitaba mucho.
– A menos que usted me recibiera unos dos días y me dejara dormir en un rinconcito. Llegaría temprano y me regresaría al día siguiente a media mañana, para alcanzar el transporte.
– Gustavo, no te preocupes. Mi casa es tu casa y puedes estar en tiempo que gustes.
– Gracias, don Mauricio. Le aviso la próxima semana que días puedo bajar para visitarlo.
Le respondí de inmediato:
– Cuando gustes. Solo te pido me avises unos dos días antes para ajustar mis actividades y no salir de la ciudad y poder atenderte.
– Gracias de antemano, don Mauricio. Luego me comunico.
Por fin se cumplió la fecha prevista y cuando estuvo a mi ciudad, le orienté para que llegara fácilmente a un punto de encuentro, donde le recogería para llevarlo a mi casa.
Desde que nos saludamos, lo hizo con un firme apretón de manos y sonriente. Se mostró muy contento porque quería meterse a la alberca. Como ya he comentado, en su pueblo hay río, pero no albercas.
Primero lo llevé a que almorzara, pues estaba seguro que traería buen apetito, ya que debió salir de madrugada. Lo llevé a una fondita donde consumimos antojitos de nuestra rica cocina mexicana.
Luego nos trasladamos a mi domicilio, donde quedó fascinado por la alberca y sus transparentes aguas. Le hice entrega de una bermuda que le compré días previos, para que se sintiera a gusto en la alberca. Me agradeció el presente con una linda sonrisa.
– ¿Me lo puedo poner?
– Desde luego Gustavo, es tuyo.
Y ni tardo ni perezoso, se metió al baño para cambiarse, dejando en la sala una mochila que traía consigo. De inmediato nos salimos a una pequeña palapa que está junto a la alberca, donde coloque un par de sillas, para estar a la sombra del abrazador sol que ya hacía de las suyas. Encendió la radio de su celular con música de banda para escucharla mientras jugaba solo y yo lo veía. De inmediato se metió a la alberca y estuvo un buen rato chacoteando alegremente. Salía para correr buscando impulso para aventarse sus clavados. Pasaron largos minutos en los que disfrutaba como niño con juguete nuevo.
– Métase, don Mauricio. Me invitaba.
– No puedo, porque estoy al pendiente de mi teléfono por las llamadas de mis clientes.
Me comuniqué a una tienda cercana, para hacer un pedido de cervezas, pensando en que tanto ejercicio le provocaría sed. Primero no quería, porque “no tomaba”, pero luego sólito me pedía o entraba a la casa por las chelas al refrigerador.
Se veía muy bien en traje de baño. Cuando salía para hacer sus clavados, se le marcaba un buen paquete que bailoteaba cuando tomaba impulso, y yo lo observaba. Y la sed hacía estragos y tomaba sus cervezas como agua, para refrescarse. En una de esas, entre comentarios le señalé el voluminoso paquete y dije:
– Con eso que cargas, puedes hacerte rico.
Al escuchar mi comentario, sonrío con picardía y siguió sus juegos acuáticos.
Tomando mis providencias, también solicité alimentos a un restaurancito cercano, los que llegaron un par de horas después, por lo que entramos a la casa, se dio un baño y pasamos a comer.
En la sobremesa se aventó varios bostezos y le dije que se subiera a la recámara a descansar. Le encendí el aire acondicionado y lo dejé solo. Me puse a trabajar un poco, para aprovechar el tiempo, y al rato fui a ver como se encontraba.
Estaba bien dormido con los brazos tras la cabeza, bien relax y su paquete se notaba mucho. Me senté a su lado para verlo un poco de cerca. La tentación fue mucha y le acaricie el rostro, sin que despertara. Le pase la mano por el pecho y no pude evitar llegar a su estómago y le roce su paquete, suavecito, cuidando que no despertara.
– Hummmmm!!! Que rico.
En una de esas, lo miro al rostro y… ¡tenía los ojos abiertos!
Me observa y pregunta:
– ¿Le gusta?
Que podía decirle: Si. ¡Estas bien bueno y guapo!
Ni tardó ni perezoso se desató el cinturón, se bajó el cierre y me mostró aquellito al natural… Pa su mecha, ¡que dimensiones¡: ¡largo y grueso!
– Lléguele pues. De esto no hay todos los días…
¿Qué podía hacer? Tuve que ceder a la tentación…. Me esmeré y le di una buena mamada, recorriendo todo lo largo de esa bestia, y golosamente, le besaba y succionaba sus huevitos. Luego se movía como si me estuviera follando por la boca. Le bajé entretanto, los pantalones y su ropa interior, quedando a la vista un par de piernas delgadas con ciertos músculos. Al lamer sus testículos, me concentré en bajar hacia el rinconcito de placer, donde me esperaba un rosadito anillo, el que chupaba con avidez, acción que en ningún momento impedía, pero que le arrancaba gemidos de placer. Colocaba sus manos en mi cabeza y me empujaba hacia él.
Regresé recorriendo con mis labios su vientre, su pecho y succionándole los pezones. Me abrazaba con fuerza. Llegué a su cuello que acariciaba con mi lengua, llegando un momento a tener nuestros rostros muy cercanos.
– ¿Quiere que lo bese? Me preguntó.
– Si lo deseas, desde luego. Le contesté.
Y nos fundimos en un delicioso beso, primero suavemente y poco a poco aumentó de intensidad, hasta que nuestras lenguas se cruzaban y succionábamos mutuamente.
Me tomó de la cabeza y me empujó hacia su palpitante pene del que salía abundante precum, para que siguiera dándole la mamada de pronóstico. Saboreaba ese agridulce lubricante natural, que sabía a gloria. Me imagino que todo lo anterior había elevado tu nivel de excitación, ya que después de unos minutos percibí como se endurecía y palpitaba y vibraba más esa fabulosa verga, que con intensos espasmos arrojó su abundante reserva de semen, del que no dejé escapar una gota.
Como siempre, después de la tempestad viene la calma y quedamos recostados un rato, con nuestros cuerpos rozándose. Yo vestido y en calcetines, y el bien desnudito. Me recosté en su regazo y escuchaba los rítmicos latido de su corazón, que poco a poco volvía a la calma.
Le pregunté:
– ¿Ya lo habías hecho con un hombre?
– No. Ni con una mujer. En mi pueblo casi no estaba y en la capital tenía una novia, a la que casi no veía. Me dediqué más al estudio.
– Y como te desahogas. Porque el cuerpo tiene sus necesidades y hay que apoyarle, le comenté.
– Pues solamente me masturbo de vez en cuando, pero casi siempre tengo trabajo y no lo hago, para no debilitarme.
– Pues espero que esta experiencia te haya gustado, pero no te claves en esto. Búscate una novia para que te apoye, pero no te comprometas. Cuando tengas relaciones protégete. Un embarazo echaría a perder tus planes de crecimiento profesional.
– Si me gustó y cuando usted quiera, lo repetimos, pero no nos vayamos a enamorar.
Por la noche salimos a dar una vuelta y pasamos a cenar. Lo dejé que descansara pues al día siguiente tendría que regresar a su pueblo temprano, para alcanzar el transporte.
Sin embargo, cuando despertamos, se levantó y se acercó a mi lado. Me ofreció su mástil, ya erecto, colocándolo al alcance de mis labios. Ni hablar. No me iba a hacer de la boca chiquita y acepté disfrutar del rico manjar juvenil. Se recostaba sobre mi cuerpo y se movía rítmicamente para penetrar mi boca. Le mamaba los huevos y regresaba al pene. Saboreaba el rico lubricante que expelía y apretaba su cadera hacia mí. Aumentó su ritmo y recibí una abundante eyaculación, la que nuevamente aproveché íntegramente. No cabe duda que la juventud es un lindo tesoro.
Después del almuerzo, vio su reloj y recogió sus pertenencias. Se despidió agradeciendo mis atenciones. Obviamente, le recordé las puertas abiertas de mi casa, para cuando quiera venir de nuevo, lo que agradeció sonriendo con alegría y prometió llamarme para avisar de su siguiente visita.
Después de esa muy recordada ocasión, se mantuvo en contacto por mensajería, con breves saludos y deseándonos lo mejor. Un día me dijo, hablándome de tu, ya en confianza:
– Quiero bajar para estar contigo. Que me hagas lo que quieras…. Te extraño.
Y me mandó unas fotos de su anaconda… totalmente erecta. En una de ellas se veía claramente la salida del precum por la excitación que sentía.
– Ya me está babeando, nada más de acordarme lo que hicimos. ¡Traigo muchas ganas de besarte!
– Le contesté: ¿Neta? ¿De a kiko o de lengüita?
– De los dos, me contestó de inmediato.
– Órale. Nomás no te agüites a la meta hora, le advertí.
– Jejeje, no. Ya lo he pensado mucho.
– Pues yo, le digo, quiero mamar tus huevitos otra vez y lamer más abajo. Que sientas rico.
– Uffff… exclamó: ¡Ya estuvieras! ¡Un beso negro si quiere, Jejeje
– Muy emocionado le dije: Te lo doy con mucho gusto. Suavecito y meter la lengua en tu hoyito.
– Si, Lo dejare que haga todo lo que usted me quiera hacer. concluyó
Por lo que ven, nuestro próximo encuentro promete estar muy excitante. Ya les platicaré lo que suceda.
Búsquenme en Facebook como Mauricio Adalid o escriban sus comentarios a mis correos: mauricioadalid7807@hotmail.com soymauricioadalid7807@outlook.com Me encantará recibirlos y darles respuesta oportuna.
Luego se movía como si me estuviera follando por la boca. Le bajé entretanto, los pantalones y su ropa interior, quedando a la vista un par de piernas delgadas con ciertos músculos. Al lamer sus testículos, me concentré en bajar hacia el rinconcito de placer, donde me esperaba un rosadito anillo, el que chupaba con avidez, acción que en ningún momento impedía, pero que le arrancaba gemidos de placer. Colocaba sus manos en mi cabeza y me empujaba hacia él.
Regresé recorriendo con mis labios su vientre, su pecho y succionándole los pezones. Me abrazaba con fuerza. Llegué a su cuello que acariciaba con mi lengua, llegando un momento a tener nuestros rostros muy cercanos.
– ¿Quiere que lo bese? Me preguntó.
– Si lo deseas, desde luego. Le contesté.
Y nos fundimos en un delicioso beso, primero suavemente y poco a poco aumentó de intensidad, hasta que nuestras lenguas se cruzaban y succionábamos mutuamente.
Me tomó de la cabeza y me empujó hacia su palpitante pene del que salía abundante precum, para que siguiera dándole la mamada de pronóstico. Saboreaba ese agridulce lubricante natural, que sabía a gloria. Me imagino que todo lo anterior había elevado tu nivel de excitación, ya que después de unos minutos percibí como se endurecía y palpitaba y vibraba más esa fabulosa verga, que con intensos espasmos arrojó su abundante reserva de semen, del que no dejé escapar una gota.
Como siempre, después de la tempestad viene la calma y quedamos recostados un rato, con nuestros cuerpos rozándose. Yo vestido y en calcetines, y el bien desnudito. Me recosté en su regazo y escuchaba los rítmicos latido de su corazón, que poco a poco volvía a la calma.
Le pregunté:
– ¿Ya lo habías hecho con un hombre?
– No. Ni con una mujer. En mi pueblo casi no estaba y en la capital tenía una novia, a la que casi no veía. Me dediqué más al estudio.
– Y como te desahogas. Porque el cuerpo tiene sus necesidades y hay que apoyarle, le comenté.
– Pues solamente me masturbo de vez en cuando, pero casi siempre tengo trabajo y no lo hago, para no debilitarme.
– Pues espero que esta experiencia te haya gustado, pero no te claves en esto. Búscate una novia para que te apoye, pero no te comprometas. Cuando tengas relaciones protégete. Un embarazo echaría a perder tus planes de crecimiento profesional.
– Si me gustó y cuando usted quiera, lo repetimos, pero no nos vayamos a enamorar.
Por la noche salimos a dar una vuelta y pasamos a cenar. Lo dejé que descansara pues al día siguiente tendría que regresar a su pueblo temprano, para alcanzar el transporte.
Sin embargo, cuando despertamos, se levantó y se acercó a mi lado. Me ofreció su mástil, ya erecto, colocándolo al alcance de mis labios. Ni hablar. No me iba a hacer de la boca chiquita y acepté disfrutar del rico manjar juvenil. Se recostaba sobre mi cuerpo y se movía rítmicamente para penetrar mi boca. Le mamaba los huevos y regresaba al pene. Saboreaba el rico lubricante que expelía y apretaba su cadera hacia mí. Aumentó su ritmo y recibí una abundante eyaculación, la que nuevamente aproveché íntegramente. No cabe duda que la juventud es un lindo tesoro.
Después del almuerzo, vio su reloj y recogió sus pertenencias. Se despidió agradeciendo mis atenciones. Obviamente, le recordé las puertas abiertas de mi casa, para cuando quiera venir de nuevo, lo que agradeció sonriendo con alegría y prometió llamarme para avisar de su siguiente visita.
Después de esa muy recordada ocasión, se mantuvo en contacto por mensajería, con breves saludos y deseándonos lo mejor. Un día me dijo, hablándome de tu, ya en confianza:
– Quiero bajar para estar contigo. Que me hagas lo que quieras…. Te extraño.
Y me mandó unas fotos de su anaconda… totalmente erecta. En una de ellas se veía claramente la salida del precum por la excitación que sentía.
– Ya me está babeando, nada más de acordarme lo que hicimos. ¡Traigo muchas ganas de besarte!
– Le contesté: ¿Neta? ¿De a kiko o de lengüita?
– De los dos, me contestó de inmediato.
– Órale. Nomás no te agüites a la meta hora, le advertí.
– Jejeje, no. Ya lo he pensado mucho.
– Pues yo, le digo, quiero mamar tus huevitos otra vez y lamer más abajo. Que sientas rico.
– Uffff… exclamó: ¡Ya estuvieras! ¡Un beso negro si quiere, Jejeje
– Muy emocionado le dije: Te lo doy con mucho gusto. Suavecito y meter la lengua en tu hoyito.
– Si, Lo dejare que haga todo lo que usted me quiera hacer. concluyó
Por lo que ven, nuestro próximo encuentro promete estar muy excitante. Ya les platicaré lo que suceda.
Búsquenme en Facebook como Mauricio Adalid o escriban sus comentarios a mis correos: mauricioadalid7807@hotmail.com soymauricioadalid7807@outlook.com Me encantará recibirlos y darles respuesta oportuna.