Úsame tío
Me llamo Manu, tengo 22 años y vivo en un pueblo pequeñito de Guipúzcoa.
Vivo con mis padres en un piso que se encuentra en el centro, y mi tío también vive en este pueblo,
en el caserío donde se criaron mi padre y sus hermanos, entre ellos, este tío.
Actualmente estoy estudiando en la universidad y me cuesta concentrarme en mi casa, por lo que suelo ir a nuestro caserío,
por el tamaño que tiene y porque es fácil encontrar un sitio tranquilo ahí.
Mi tío es un hombre soltero, de 62 años, robusto y muy reservado sobre su vida privada.
Cuando le comenté mi idea de empezar a estudiar en el caserío, que es su casa al fin y al cabo, me dijo que no había ningún tipo de problema,
que me recibiría encantado, pero que le avisara cuando iba a ir para no llevarse un susto.
Desde el momento que empecé a estudiar en el caserío,
todo fluía muchísimo más y mi rendimiento académico mejoró. También empecé a trabajar por las tardes y organizar mi vida.
Una tarde, media hora antes de mi hora de trabajo, me llamaron para cancelar el trabajo que tenía ese día y decidí ir al caserío a estudiar.
Dejé el móvil en casa para poder concentrarme mejor, y fui hacia el caserío. Por el camino me di cuenta que no había avisado a mi tío pero no le di mayor valor.
Cuando llegué al caserío, toqué el timbre para que, al entrar, mi tío no se llevara un susto.
No recibí respuesta y pensando que estaría dormido o fuera, subí las escaleras y entré con mi llave.
Al cruzar la puerta escuché unos sonidos raros que venían por el pasillo.
Me fui acercando y me di cuenta que los sonidos venían de la habitación de mi tío. Cuando me acerqué lo suficiente me di cuenta de que la puerta estaba medio abierta y me puse a mirar.
Lo que vi me dejo tan estupefacto como celoso.
Mi tío estaba desnudo, de pie, con una chupa de cuero, con el miembro erecto.
Delante, de rodillas, se encontraba una chica de 18 años, que luego descubrí que era acompañante de lujo, atada por los brazos y los pies, con pinzas en los pezones.
En ese momento, por primera vez en mi vida, vi a mi tío como a un hombre sexuado.
Para sus 62 años, mantiene un cuerpo bastante bonito, extremadamente velludo y con un miembro que, aunque de largura no es un caso aparte, es extremadamente grueso.
Pensando todo esto, me di cuenta de que estaba celoso de la chica, quería ser yo la persona que estaba sometida por mi tío.
Cuando me di cuenta de eso, decidí irme y pensar sobre lo que había recién presenciado.
Pasé mucho tiempo pensando en ello, investigando, utilizando esa imagen como fantasía para masturbarme, y me di cuenta de que reprimir esas sensaciones no era nada más que engañarme a mí mismo.
Por lo tanto, decidí empezar a ir a casa de mi tío más veces sin avisar, con la esperanza de encontrar algo parecido algún día.
Pasaron muchas semanas, la estrategia de aparecer sin avisar se convirtió en rutina, pero nunca ocurrió nada raro.
Empecé a mirar más de la cuenta al caserío, y veía que mi tío seguía contratando a señoritas de compañía y con bastante frecuencia.
Sabía de conversaciones con mis padres que mi tío no estaba en una disposición económica muy grande,
por lo que me costaba entender por qué gastaba sus ahorros en esto.
Un día, alrededor de dos meses más tarde de mi primera visita sin avisar, aparecí al caserío con la mochila cargada de libros y entré con naturalidad.
Me di cuenta de que la televisión estaba encendida, y desde el reflejo de la puerta de cristal del salón, observé una película porno sadomasoquista.
Concluí que mi tío estaría delante, viéndolo.
Me acerqué al salón, y cuando asomé la cabeza, no podía ver a mi tío por culpa de la posición del sofá.
Por lo tanto, seguí adelante y me acerqué bastante a su lado. Ahí estaba, totalmente desnudo, dándose placer.
Mi llegada no pasó desapercibida y al percatarse de que yo estaba allí, se quedó bloqueado por unos 10 segundos mirándome, y yo miraba todo su cuerpo y su cara de sorprendido.
Después de ese tiempo, con movimientos bruscos, se tapó con un cojín. Decidí irme.
Me costó despedirme de esa vista, pero me acerqué a la puerta del salón y sentí que mi tío apagaba la televisión.
En ese momento sentí la necesidad de poner las cartas sobre la mesa, me di la vuelta y le dije a mi tío:
– Conozco tu situación económica, al igual que conozco que recibes visitas de chicas de compañía repetidas veces durante cada semana.
A mí me parece estupendo que cubras tus necesidades, pero no quiero que por ello entres en crisis.
Déjate de eso, y úsame a mí para desahogarte, tío.
Sin mirarme a la cara, se levantó, se vistió y se dispuso a marchar.
Fue una sensación muy fría, me di cuenta de que esa oferta cambiaría negativamente nuestra relación para siempre.
Cuando llegaba a la puerta, sin mirarme a los ojos, cogió mi mano, tiró de ella, y me llevó adelante en el pasillo del caserío hasta su habitación.
Por primera vez en ese periodo de tiempo me miró a los ojos, y en un tono contundente, me formuló la siguiente pregunta:
– Manu, esta pregunta te la haré una única vez. Intuyo que sabes lo que me gusta, por lo tanto,
¿estás preparado para ser usado por mí? Me van cosas bastante duras.
– Sí tío, cuando te digo que me uses, te lo digo de verdad.
– De acuerdo, Manu – me dijo con su tono contundente pero con una sonrisa esbozada en su cara.
Me gustó ver por primera vez a mi tío salir de ese caparazón tímido y serio que venía mostrando hasta el momento.
Para mi sorpresa, en vez de tirarme a la cama, mi tío empezó a empujar el gran armario de su habitación.
Mientras el armario iba moviéndose a la izquierda, apareció una puerta detrás de ella.
En mi vida había visto esa puerta y me creó una gran incertidumbre. Mi tío abrió la puerta con una llave y me invitó dentro.
Cuando entré a la habitación, estaba totalmente a oscuras y esperé a mi tío para que me guiará.
Me llevó unos metros adelante y me encontré con un tipo de estructura cuadrada de piedra que llegaba hasta mis tobillos, con un cojín encima.
Yo seguía sin ver absolutamente nada. Mi tío me invitó a quitarme la ropa y, cuando lo hice, me hizo ponerme de rodillas en el cojín de la estructura de piedra.
Se acercó a mis manos, las ató con unas esposas de metal y puso algo en las esposas, no sabía lo que era pero era de metal.
Aún con la luz apagada, mi tío empezó a recitar un discurso un tanto turbio:
– Yo, J. A. M., a ti, a mi sobrino Manu, te nombro único y exclusivo esclavo de esta sala, de manera que mientras tu sigas viniendo voluntariamente a ella, nadie más vendrá.
Yo te bautizo. ¿Das tu consentimiento?
– Lo… doy – respondí titubeante.
Esperé a que algo ocurriera mientras me encontraba de rodillas en silencio, sin saber lo que iba a ocurrir.
De repente, un líquido caliente empezó a chocar con mi frente, desplazándose continuamente por mi cara y todo mi cuerpo.
No me podía creer que el bautizo de mi tío era algo tan literal como una ducha con su pis.
Abrí la boca, dejé entrar todo el líquido, jugaba con ella para tirarla después.
Mi tío se dio cuenta de ello y me obligó a tragar su pis repetidamente.
Para entonces, me sentía una auténtica zorra, dispuesto a todo para complacer a mi tío.
Cuando su orina dejó de brotar, lo sentí alejarse de mí, y comencé a escuchar un sonido de una cuerda que se estaba moviendo.
Después de unos segundos, sentí que esa cuerda tiraba a mis esposas para arriba.
Para cuando me di cuenta, me encontraba colgado del techo con los brazos en alto, totalmente desnudo, y fue entonces cuando realmente me sentí el esclavo de mi tío.
Mi tío encendió la luz, y me quedé totalmente anonadado por todo lo que tenía alrededor.
Me di cuenta que estaba colgado en el techo mediante una polea que mi tío había empleado para ponerme allí.
La luz tenue fucsia alumbraba cada rincón de esa habitación, y me percaté de todos los instrumentos de tortura que tenía mi tío;
fustas, látigos, cuerdas en forma de horca para practicar la hipoxifilia, colocados todos en vidrieras con luces.
También había varios cajones, pero aún desconocía lo que había dentro de ellos.
Mi tío abrió una de las vidrieras y sacó unas pinzas de metal.
Se acercó a mí, y empezó a tocarme todo el cuerpo con esas pinzas.
Sentía escalofríos, mi miembro estaba totalmente erecto, la incertidumbre de lo que sería de mí esa tarde me mantenía tremendamente caliente.
Tras tocar cada rincón de mi cuerpo con esas pinzas frías, las abrió y las colocó en mis pezones.
Sentí un dolor agudo, muy punzante, pero era a la vez tremendamente placentero.
Mi tío empezó a agitar las pinzas, y el dolor se triplicó, exactamente de manera ecuánime como el placer.
El sometimiento de mi tío y la sumisión que implicaba mi postura estaba haciéndome sentir tremendamente caliente.
Mi tío percibió mi impaciencia y se acercó a otra vidriera.
Sacó una fusta de varios flecos de cuero, se acercó y se colocó detrás de mí.
Empecé a sentir cómo cada uno de los flecos cosquilleaba mi culo.
En el momento que sentí el último fleco alejarse de mi culo, era totalmente consciente de lo que venía a continuación.
Tras escuchar el sonido de la fusta romper el aire, sentí cómo azotaba mi nalga izquierda.
No me esperaba semejante azote y todo mi cuerpo se movió, acompañado de un gemido que salió de mis entrañas.
Me azotó cuatro veces más con una intensidad constante.
Aunque mi culo me picaba y sentía dolor, el morbo de la situación hacía la experiencia tremendamente placentera.
Mi tío, aún vestido, vino delante de mí y se plantó mirándome de manera penetrante.
– Manu, valora del 1 al 10 el dolor que estás sintiendo.
– 8 – susurré.
Mi tío se alejó de mí, volvió atrás y lo siguiente fue una tremenda paliza que me dio con la fusta.
Fueron 15 golpes, terriblemente duros. Sentía un dolor tremendo en mi culo, pero igualmente, me gustaba como mi tío se había apoderado del todo de mi cuerpo.
Repitió su último comportamiento, vino frente a mí y me preguntó el grado de dolor que estaba sintiendo:
– 9 – le respondí.
– Mejor – susurró – pero quiero llegar al 10. Al llegar a 10, quiero que grites un código: “Pergo” – desconocía el significado de esa palabra pero no puse objeción.
Se acercó a uno de sus cajones, y sacó una daga, dorada y con esmeraldas en la base.
Se acercó a mí, y colocó la punta en mi cuello.
De manera semejante a las pinzas, empezó a deslizar la parte puntiaguda de la daga por cada rincón de mi cuerpo.
Sentía una adrenalina tremenda, mi miembro seguía totalmente erecto y unas ganas tremendas de seguir siendo sometido por mi tío.
Tras recorrer cada pedazo de piel de mi cuerpo con esa punta metálica, la dejó y comenzó a bajarme al suelo.
Me dirigió a tumbarme en una cama de masaje, me hizo tumbar boca arriba y bajó la altura de la cama hasta sus muslos.
La cama llegaba hasta mi cuello, por lo que mi cabeza quedaba al revés, boca abajo, colgada. Por fin llegó el momento que tanto esperaba.
Mi tío se quitó la ropa, y de una estocada metió su miembro grueso erecto hasta el fondo de mi boca, y la mantuvo ahí durante un rato.
Empezó a follar mi boca con todas sus fuerzas, mis ojos lloraban, tenía repetidas arcadas, pero mi boca fue bombeada durante varios minutos. Sentía el salado sabor de su líquido preseminal.
Después de un largo rato siendo violado por la boca, sacó su miembro e hizo levantarme.
Me llevó a otra cama y me puso a cuatro patas. Se acercó a otro cajón y sacó un antifaz, se acercó a mí y me lo puso.
Después de eso, escuché la puerta de otro cajón abrirse y cerrarse, y se acercó otra vez a mi. Su mano tocó mi cara, y me dijo:
– Te voy a poner un bote en la nariz, es una droga llamada popper, lo único que tienes que hacer es esnifarlo, ¿De acuerdo?
Nunca había escuchado del popper, pero asentí con la cabeza.
Escuché el chirrido de un bote abriéndose y un olor terrible de compuesto químico se apoderó de mí.
Siguiendo las órdenes de mi tío, esnifé del bote que estaba ubicado en mi nariz.
Lo que sentí en ese momento fue inexplicable.
Sentía muchísimo calor en la cara, y me sentía totalmente excitado.
Quería ser violado por mi tío a pelo, lo único que me importaba en ese momento era el rabo de mi tío, necesitaba tocarme pero no podía.
Era el nivel de excitación más grande que había sentido en toda mi vida.
Me daba igual hacer cualquier cosa, con tal de hacer; necesitaba mamar, sentir un rabo en mi ojete, ser zurrado…
Mi tío alejó el bote de mi cara, se agacho y me dijo:
– Esto te lo hago porque eres mío, Manu. Nunca lo olvides, eres mi posesión.
Se acercó sus labios a los míos, y cuando estaba a punto de besarme, se separó y escupió mi cara. Se levantó y lo escuché alejarse.
De repente, sentí como mi ojete se desgarraba, se rompía, con la estacada que mi tío, sin lubricante ni condón, me había dado de golpe.
– Pergo! – grité.
Aunque yo le indiqué el grado de dolor que estaba sintiendo, el cual era insostenible, mi tío no paró de bombear ni ojete.
– Pergo!
Suplicaba que parara, pero mi tío no cedía, seguía petándome con fuerza.
La experiencia estaba siendo totalmente dolorosa, pero tremendamente placentera.
Me sentía un objeto sexual, creado para saciar las necesidades de mi tío. Aun así, yo insistía:
– Pergo… Pergomm!… Permmm… Pmmm… mmmm
El dolor se fue atenuando, y un placer increíble comenzó a producir escalofríos por todo mi cuerpo.
Mi tío me acercó otra vez el bote de popper a la nariz y esnifé a tope. Comencé a sentir el placer de las estocadas de mi tío de manera triplicada.
Sentí que estaba acercando al orgasmo, al clímax, pero como no estaba tocándome el pene, ese camino al orgasmo estaba siendo largo, pero terriblemente placentero.
Mis gemidos aumentaban, y de la misma manera lo hacían los caderazos de mi tío.
Cambió de movimiento, y en vez de follarme de manera continua, sacaba y metía su rabo entero repetidamente en mi culo.
Me estaba muriendo de placer y por primera vez en mi vida, sin haber tocado mi pene ni una vez, me corrí mientras mi tío me penetraba.
Aun así, mi tío siguió bombeando durante un buen rato hasta que sentí como su semen caliente llenaba mis entrañas.
Cuando terminó, se mantuvo dentro de mí hasta que su rabo perdió la erección.
Me sentía tremendamente dolorido, cansado, sudado y también raro al mirarle a mi tío a la cara tras esa experiencia.
Nos quedamos mirándonos por unos segundos, y fue él quien se atrevió a dar el paso de hablarme:
– ¿Te sientes bien?
– Estoy cansado y muy dolorido – le respondí con mi tono de voz agotado.
– ¿Pero te ha gustado? – noté preocupación en sus palabras.
– Sí tío, me ha gustado, pero en un momento el dolor ha sido excesivo, y aunque haya gritado “Pergo” has seguido haciendo lo mismo – le respondí exhausto.
– Has sido tú mismo quien me ha pedido que siga.
– Pero, ¿Qué dices? – no entendía a qué se refería – Si me has dicho que grite eso cuando estaba en el punto de dolor máximo – le dije.
– Manu, Pergo es una palabra en latín que significa continuar. Me estabas pidiendo a gritos que continuara, y yo he atendido tu petición.
– Eres un cabrón – le respondí en tono jovial.
Me vestí y cuando me dispuse a abandonar la sala, me agarró de la mano y me miró profundamente a los ojos.
– Manu, ¿Quieres continuar a ser mi sumiso, mi esclavo? – me preguntó -.
Tuve la respuesta muy clara en cuestión de milésimas:
– Pergo.
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