monaguillo

Estaba yo entrando a una iglesia para asistir a  una misa de aniversario. Llegué temprano, me senté afuera a chatear un rato y esperar en la sombra a que abrieran la capillita.  No bien llegué veo pasar a dos chiquillones, de unos escasos 18 añitos.

Uno negrito, cabello al rape y carcajeandose con otro blanquísimo, pálido, menudito y con cara de niño malo. Mediría si acaso 1.68 y le calculé unos 60 kilogramos. Inmediatamente mi mirada se posó sobre esas nalgas que se asomabam por los calzoncillos fuera del jeans, Iban caminando sin prisa, directo hacia la parte posterior de la iglesia.

Me llamó mucho la atención del chico blanquito, no porque fuera guapo sino por su actitud. Para estar en la Iglesia a esa hora y entrando por la parte posterior solo podía significar que o trabajaban allí o iban seguido. Su actitud y vestimenta no eran para nada apropiada para un lugar tan… formal. Jeans rotos y desgastados, con los calzoncillos afuera, zapatillas de color rojo sangre y una camiseta con una banda de rock moderna. Cabello  espeso, negro, desordenado, largo de un lado y corto del otro. Sus nalguitas no eran grandes ni exageradas pero se le marcaban muy sexis. Manos con dedos largos, brazos delgaditos y un estilo juvenil y maloso que lo hacía interesante.

Comenzó la misa y oh mi sorpresa, los monaguillos eran los dos chiquillones. Mientras todo el mundo se concentraba en sus rezos yo me hacía una paja mental imaginándome esos labios rosaditos y delgados succionándome la verga, casi podía sentir mi cara metida entre esas nalguitas afiladas, oliendo sus axilas para aspirar ese aroma juvenil y deportivo, me retorcía mentalmente pensando como yo le apretaría las nalguitas para sentirlas entre mis manos. Por supuesto que llegó un momento que nuestras miradas se cruzaron y el se mantuvo impasible pero no dejaba de notar mi insistente, penetrante y lasciva observación que hacía de él. Tenía el cabello peinado hacia atrás, mojado para que no se le notara tanto el corte tan desigual pero definitivamente desentonaba en ese ambiente.

Terminó la misa y yo estaba a full activado, mi mente volando, llena de lujuria. Me fui a mi casa pensando en ese chiquillo pero a los días ya se me fue pasando la fantasía.

Como dos meses después estoy sentado esperando a una reunión en un colegio católico muy reconocido y ahi estaba, el mismo chico de la iglesia. Iba vestido con el uniforme de limpieza, uno de esos de una pieza, largo, y que le quedaba grande. Estaba limpiando el patio y cuando lo ví me emocioné mucho, solo de pensar que en otro lugar lo veía de nuevo despertó mis bajos instintos de nuevo.

Comencé a pensar cómo llegarle hasta que se me ocurre preguntarle donde quedaba el baño. Me indicó y cuando regresé le pregunté, así como quien no quiere la cosa, que si él no era monaguillo en la parroquia  tal. Me contestó que a veces ayudaba pero ya casi no iba porque estaba trabajando. Se llama Mark. Tiene 19 años. Vive en San Sebastián, no estudia. Se acaba de graduar de la secundaria. Wao, me sorprendo como va soltando todo mientras barre.

Entre charla y charla llegó el momento que me atendieran y le di mi tarjeta para que me llamara por “cualquier cosa”.  Esos momentos en los que me siento que estoy cazando una presa nueva se me acelera el corazón pero me mantengo tranquilo, pensando en la nueva movida y sin empujar las expectativas para no darme mis estrellones.

Volví al colegio una semana más tarde y ahí estaba Mark, el monaguillo metido a jardinero. Lo volví a saludar rápidamente y le hice seña que me diera una llamadita. Era viernes y el sábado suena mi celular con una perdida de un teléfono público. Luego otra llamada y cuando contesté, Mark preguntándome que si lo podía llamar a su cel porque no tenía saldo.

Lo llamé y quedé en recogerlo en un lugar no muy lejos. Comenzó a llover, un aguacerote que inundaba las calles. Ahí estaba el chico, parado afuera de la estación del metro y mojado, como un gatito callejero.  Se subió a mi carro y se echó a reir, como si fuera una gracia que estuviera mojado. Le pregunté que que le pasaba y me indicó que se le había perdido la cartera con su tarjeta del metro y se le ocurrió llamarme para ver si lo auxiliaba. Yo ni corto ni perezoso le digo que en mi apartamento tengo una tarjeta extra y  ya que estábamos cerca, podia ir a buscarla.

Llegamos a mi edificio y nos bajamos. Yo mirandolo con unas ganas que no me disimulaba. Apenas entramos me le voy encima y lo agarré contra la pared y lo levanté para meter mi cara en su cuerpecito mojado, tenía un olor a sudor, humedad y hombrecito. Me pegué a su cuerpo y sentí como su verga chocaba contra la mía. Ni siquiera intercambiamos palabras, sabíamos a lo que íbamos.

– Oye, me dice, me vas a ayudar?

– Dale. tu no te preocupes por eso.

Le voy quitando la ropa mojada y le comienzo a lamer el cuello, los brazos, las orejas y meto mi cara en sus axilas. Ufff, que rico, que olor tan delicioso, un chico con humor de chico y tan manejable.

Yo mido 1.75 y peso más de 75 kilos así que con cada agarrada lo levantaba sin problema.  Comencé a apretarlo, tal como había soñado. Le zurré la espalda con mis manos y me fijé que le iban quedando las marcas claras en su espalda blanca, pálida.

El solo levantó las manos y se dejaba tocar y acariciar.  Nos encueramos del todo y  me lo llevo al sofá de la sala. Le paso la mano por la verga. larga y flaca y sin un solo pelito,. Se rasuraba todo, como es la moda . MI pinga estaba un poco velluda así que el contraste era delicioso.

Le agarré la verga y me la metí en la boca.Comencé a mamársela salvajemente, tragándomela hasta casi hacerme vomitar. Mientras tanto le sobaba las bolas, suavecitas, sin vellos, pálidas. Cada vez que me metía la pinga hasta el fondo de mi garganta, Mark suspiraba y gemía., como si nunca le hubieran hecho eso. Me agarraba la nuca y me obligaba a mantener la verga hasta que la sacaba llena de baba.

Eso lo hice mientras le hurgaba las nalguitas, se las abria y apretaba con muchas ganas, con lujuria, lascivia, sintiendo cómo su líquido preseminal amenazaba con ahogarme.  En ese momento me sentía tan arrecho, tenía unas ganas tan grandes de sentir esa leche caliente que me dejé culear la boca hasta que el chorro de semen inundó primero mi lengua y luego se me salió por los labios. Leche espesa, caliente, leche de adolescente que me ponía a mamarle el palo en mi propia sala.

Me sorprendí de la cantidad, la viscosidad, el olor, el sabor y se veía tan gruesa, con rayas blancas y cremas, como si no se hubiese venido en varios dias. De hecho no era blancuzca sino casi amarillenta. Llegó un momento que se desbordaba tanto que la escupí y ví como marcaba un manchón en el piso.

Nos fuimos a bañar, con mucho jabón y agua caliente. Creo que la mamada no duró ni 10 minutos pero había sido tan intensa que me sentí cansado, abrumado, extenuado.

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Un comentario:

  1. mnm

    diciembre 27, 2019 at 2:35 am

    nnnnnnnn

    Responder

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