El concepto de la homosexualidad ha sido muy diferente a lo largo de la historia según el contexto histórico y social. Efigenio Amezúa, doctor en Sexología y coordinador del master en Sexología de Incisex, de la Universidad de Alcalá de Henares, explica que «el término homosexualidad es de mediados del siglo XIX. Y el término heterosexualidad viene con este, en paralelo. Ambos son dos desaciertos para ocupar debates que suelen ser más acertados y coherentes desde los referentes de hombres y mujeres (o masculinos y femeninos) con sus muchas variantes».

De hecho, si nos remontamos a la Antigua Grecia, la homosexualidad no existía como tal. Así lo relata Moisés Reixach, arqueólogo y autor del blog Arqueología e Historia del Sexo: «La homosexualidad se medía por el binomio activo/pasivo. Lo importante era ser el activo, el dominador, ya fuese con un hombre o con una mujer. Lo mal visto era ser el pasivo, ya que simbolizaba debilidad, sumisión».

La homosexualidad no tenía una connotación especialmente negativa, como la pudo tener en periodos de la historia más reciente. Hay que tener en cuenta que las sociedades no evolucionan de forma lineal, y si algo tenían de positivo los griegos era que, según Reixach, «la sexualidad de las personas no estaba marcada por el concepto del pecado, tan presente en toda la sexualidad del occidente cristiano».

De forma contraria, «en las sociedades antiguas el sexo era una fuerza positiva, generadora de vida, estrechamente vinculado con conceptos como la fertilidad, de vital importancia para todas las sociedades».

La homosexualidad aristocrática

Si bien, en líneas generales, la forma de valorar las relaciones personales se basaban más en la clase social y el rol que desempeñase la persona, sí que había ciertos matices.

«Existían igualmente hombres afeminados e incluso hombres abiertamente homosexuales, que podían ser motivo de burlas e incluso de castigo social», aporta el arqueólogo, que matiza que la clave era si estas relaciones se daban dentro o fuera del denominado «marco de la pederastia aristocrática», en cuyo caso se les podía llegar a expulsar al mundo de la marginalidad o de la prostitución.

Es decir, que las relaciones homoeróticas más aceptadas socialmente se daban en ambientes aristocráticos y militares, «en el resto de la sociedad (mujeres, esclavos, libertos o simples ciudadanos) este tipo de relaciones estaban mucho más perseguidas».

Sobre la llamada «pederastia aristocrática», Efigenio Amezúa aclara la etimología de la expresión. Este se relaciona con el concepto del paideia, que viene a significar educación de los niños y conocimiento, «es decir, cultura y sociedad para ser buenos ciudadanos». El otro gran concepto interesante era el mundo de la Erótica o de Eros, «entendiendo este como un marco de referencia de las relaciones de deseo, lo que los romanos tradujeron por amor».

Amezúa aclara que «pederastia lleva precisamente esas dos palabras (paideia, de paidos, de donde viene pedagogía, pediatría, etc.) y erastia, de eros, el deseo o amor». Teniendo en cuenta esto, el experto insiste en que «había, como sabemos, las relaciones cívicas y dentro de ellas, las de amistad».

«La pederastia era una institución educativa, algo así como una tutoría o padrinazgo. Se nombraba a un adulto como tutor para los años que iban desde el final de la educación escolar y previos a la entrada en sociedad como ciudadanos». Sin embargo, «los griegos no eran ingenuos (y menos, ignorantes); sí que existían incidentes que producían discusiones respecto a esa institución y sus formas de llevarse, que hacían no fuera bien vista por todos».

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Amantes en la batalla

Incluso cuando hablamos de la Grecia Antigua, hay que entender que «no se puede trasladar una visión a toda la cultura griega», aclara Moisés Reixach. Por ello, en cuestión de homosexualidad, «había ciudades con un mayor o menor grado de aceptación de este tipo de prácticas, e incluso ciudades que con el paso de los siglos fueron modificando su actitud hacia este tipo de costumbres».

Una de los entornos donde había una aceptación diferente de la homosexualidad era en las ciudades-estado muy militarizadas, como Esparta o siglos después,Tebas. «A los 12 años se les asignaba un adulto como instructor (paidónomos), responsable de su educación y de inspeccionar sus progresos, especialmente en las habilidades militares».

Estos jóvenes descubrían su sexualidad dentro de este ambiente castrense, ya que apenas tenían permitido el contacto con sus familias y mucho menos mantener relaciones con mujeres, por lo que lógicamente sus primeras experiencias sexuales se daban entre los propios compañeros. «Relaciones, no solo sexuales, sino también afectivas, auténticos lazos de amor y fidelidad entre compañeros de armas», relata el arqueólogo.

Estas relaciones tenían incluso un objetivo estratégico. «Tal vez en este factor resida uno de los componentes más primordiales para volver a un ejército invencible. ¿Quién tendrá más arrojo y ferocidad sino aquel que ha visto a su amado caer por las armas enemigas? ¿Quién se atreverá a mostrarse cobarde y abandonar una batalla si intuye que los ojos de su amante le están observando? ¿Quién no guardará una rígida disciplina y formación en combate si sabe que cualquier error puede costarle la vida a su fiel compañero?». Una lógica que pareció ser muy efectiva.

La homosexualidad femenina

Si puede resultar sorprendente que la homosexualidad fuera aceptada en entornos educativos o militares, lo que no ha cambiado desde entonces es que las mujeres, y por lo tanto la homosexualidad femenina, sigue siendo un mayor tabú que la masculina.

«El rechazo a la homosexualidad femenina era total —recalca Reixach—ya que se consideraba que, en una pareja lésbica, una de las dos mujeres debía consumar de alguna manera la penetración, es decir, debía asumir un papel de hombre que contravenía su propia naturaleza. Por eso, se consideraba una práctica monstruosa, pero no por el sexo en sí, sino por lo que suponía de transgresión del papel social de la mujer».

Esto no impedía que existieran cuerpos de sacerdotisas, «donde se vivían relaciones lésbicas con un funcionamiento similar al de la pederastia militar y existen numerosos testimonios de prácticas de coito lésbico, con dildos o sin ellos. Incluso existen testimonios de comunidades de mujeres (thiasoi) donde podían vivir libremente su sexualidad». Muestra de ello es sin duda, «la maravillosa aportación de Safo de Lesbos», de cuyo nombre procede el término lesbiana, y cuya literatura fue siempre un hito al amor entre mujeres.

Así, a modo de conclusión, Reixach añade que «podemos resumir que su fundamento ideológico estaba basado un concepto de la sociedad muy misógino, donde la mujer era vista como un ser inferior. Además esta institución también se desarrolló en sociedades donde el componente militar alcanzó gran importancia, todo ello hizo que el mundo de los hombres se replegase sobre sí mismo».

Por ello, «lo masculino se convirtió en una escala absoluta para medir lo bello y lo civilizado, la mujer al ser un ser de rango inferior quedaba fuera de estos. Toda una exaltación de lo masculino, de su valor, de su fuerza pero también de su belleza y de su fidelidad».

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