Aunque hubo otras citas mercenarias en casa de Christian creo que no merece la pena que sean relatadas. Solo quiero aburrir lo justo. Todo es más de lo mismo y no quiero transformar estas páginas en un simple relatorio compuesto de sucesivas situaciones escabrosas. Sirva la experiencia anteriormente relatada como paradigma de las situaciones ulteriores. Cambian los tipos pero las realidades nunca son diferentes. O casi nunca, porque a veces sí, hay que ser justos, aunque pocas, y será en esas pocas y contadas situaciones diferentes en las que me centraré en lo sucesivo. Lo que en principio iba a durar un par de meses duró bastante, pero bastante más, dado lo fructífero del negocio. Al invierno, como no podía ser de otra manera, le sucedió la primavera, después, aquel verano, caluroso y muy lucrativo, el otoño que me encanta siempre, y aquel más pues entro en la universidad, y otra vez el invierno que le recuerdo muy frío y con algo de nieve en Madrid, y quizá otra primavera. Después, entro ya a repartir beneficios, porque formar parte del negocio, lo fui desde el principio. Hay que ver la de tiempo que este delirio mío, esta pasión, me ha robado. Y prefiero que siga así, impreciso, no quiero calcularlo en años, ni atormentarme por ello. Durante todo aquel impreciso tiempo sólo cambió una cosa, y es que empecé a hacer servicios en campo. Y en el campo también. Me empezaron a mandar a las casas de los clientes. Al principio creí que era por no gastar en cervezas, o para que mi chulo no tuviera que andar una hora entera fuera de casa, o dos cuando la cosa se daba bien en ocasiones señaladas, y hasta tres cuando necesitaba dinero y me daba barato, o para que no hubiera riesgos de volcar otra vez el sofá y romper la mesita del teléfono. Pero no. Con el tiempo supe que en las casas de los clientes se me podía sacar un 25 % más. Naturalmente, ellos estaban allí cómodamente instalados esperando la llegada del producto, sin ningún tipo de molestia. Además disponían de mí todo el tiempo que quisiesen. Eso había que pagarlo. En aquel tiempo de entradas y salidas, de idas y venidas, tíos hubo muchos y de variada catadura. Siempre me he fijado primero en el cuerpo de las gentes que en su cara. Prototipos de cuerpos hay muchos, respecto de las caras con que tuvieran dos ojos, dos orejas, una nariz y una boca pareció serme suficiente. Los hubo altos y bajos, gordos y flacos, tanto espigados y huesudos, como enanos y rechonchos, los hubo esbeltos y los hubo desgarbados, con barriga cervecera y simplemente ventrudos, y también gordos grasientos y estilizados de gimnasio, hubo tíos con culos enormes y caídos y otros con el culo bien respingón. No hubo ninguno jorobado pero podría haberlo habido, quizá no di tiempo porque espabilé pronto. ¿Pronto? Después del elenco de siluetas narrado no parece que me espabilara muy pronto, pero si prefiero creerlo así, ¿a quien puede molestar?. En cuanto a las caras no me acuerdo de tanto, solo puedo decir de ellas que nunca hubo ninguno tuerto y no recuerdo tampoco que alguno tuviera dos narices. La primera casa a donde se me mandó acudir estaba en el centro de Madrid cerca de Palacio. Me bajé en la parada de Opera. Durante todo el camino debo confesar que fui animado, e incluso excitado y, vale sí, también cachondo. En absoluto fui compungido, humillado o apenado. ¿Para qué iba a mentir ahora después de todo lo que ya he contado? Tampoco mentiré cuando diga que no sufría de remordimiento alguno. Hacía mucho tiempo ya que había sido despojado de él, eso suponiendo que alguna vez lo tuviera. Al principio del proceso de seducción y hasta que apareció Pierre es posible que algo de remordimiento o pesadumbre existiera pero después enseguida pasó. Entre la ascendencia que mi amo tenía sobre mí, el morbo que la mayoría de las situaciones me provocaba, la lujuria que éstas desataban, y aunque nunca fuera mucho, el placer y el gusto que mi cuerpo obtenían, era suficiente para creer que hasta en el infierno, uno se lo puede pasar bien. Seguro que es divertido, o al menos más divertido que otros lugares que conozco, e incluso que algún otro que, seguro, nunca conoceré. En aquellas salidas a campo no sabía con quién me iba a encontrar, cómo sería el cliente, qué años tendría, ni siquiera sabía cuánto habría pagado por mí, que ya hay que ser tonto, aunque creo que, en aquel entonces, eso ni me importaba, aunque ya se corregiría con el tiempo. Llegaría el día en el que me sentiría suficientemente fuerte como para plantear la situación pecuniaria en otros términos. Para entonces sólo necesitaría además de estar mentalmente más sosegado, de un fuerte choque emocional que respaldara mi decisión y me reafirmara en ella. Claro que para entonces a mi chulo ya le había procurado gran cantidad de dinero, con el único gasto de una cervecita y una mesita de cristal rota de vez en cuando. Nunca sabía cómo se lo montarían los clientes en sus casas conmigo, qué me mandarían hacer, y sin embargo iba, sobre todo en las primeras citas, cachondo todo el trayecto del viaje como una puta perra en celo. Además de la dirección sólo disponía de las instrucciones típicas de siempre, que no debería decepcionarle, que siempre debería comportarme como lo haría con él, que no tuviera ninguna de prisa, y que hiciera todo lo que el tipo quisiera. A todo esto se le añadía una coletilla final de: ¨si no quieres atenerte a las consecuencias¨. Nunca se precisaban cuales serían estas consecuencias pero yo por si acaso no tentaba a la suerte El morbo de la situación supongo que estaba en que la sumisión y la dominación ya llegaban a un punto de entrega sin reservas, en la que ni siquiera se precisaba la presencia física del ser dominante para que el sumiso se plegara a todos sus caprichos. Bastaba con que el dominado lo tuviera presente en la cabeza en todo momento, o en el inconsciente. Que creyera que el amo pensaba en él mientras realizaba la chapa. Que se excitaba pensando en ello. Era estar tan enganchado, con cadenas invisibles e inmateriales, que no requerían de la vigilancia permanente del dominante. El dominante está tan seguro de su poder que es inconcebible otra situacion diferente a la planteada por él. Y yo reconozco que a medida que pasaba el tiempo encontraba cada vez más placer y más satisfacción, en el sometimiento y en la humillación, por eso no necesitaba de su supervisión para comportarme como él quisiese. Y tengo que decir también que no obtenía menor satisfacción provocándole. La situación de acudir a las casas de los clientes me excitaba en extremo. No sé cual era la razón de ello, quizá saber que era dominado hasta el punto de abrasarme y de hacer, todo lo que iba a hacer, sin que me forzaran físicamente. Ni siquiera necesitaba de la presencia de mi chulo para sentir que era dominado sin piedad. Tampoco tenía muy claro el por qué de tanta excitación. La única diferencia estaba en que no me follaban en la casa de mi chulo, me follaban en otra casa, y quizá era lo desconocido, la menor seguridad, el salir de la rutina, qué sé yo……. En esa primera cita fuera, cerca de Palacio, cuando salí del metro y miré mi reloj me desalentó comprobar que faltaba un cuarto de hora todavía para las diez de la mañana. Me habían exigido que fuera muy puntual. Era demasiado pronto, qué ansia por mi parte, cualquiera que no conociera mis actividades pensaría que estaba muy necesitado de rabo. Me tomé un café en un bar de la plaza, muy bonito, que hacía esquina, estaba inquieto pero no por ningún temor, más bien a la expectativa. Y efectivamernte creo que me creé, yo solito, unas expectativas que eran poco realistas. Y hay que ser tonto pues ya llevaba bastantes meses corriendo. Por fin llegó la hora, bajé, temblando, unas escaleras cutrísimas que daban a una calle más cutrísima aún y llegué a la casa en cuestión. Llamé al portero automático del portal, menos mal que no le había físico, me habría muerto de vergüenza. No sé porque se le llama así, físico, al portero de carne y hueso de toda la vida. Qué importa, al fin y al cabo, dicen que todo es física en esta vida. Todo no, pues también hay metafísica aunque esa no interese a nadie, y también química, aunque esa no me interese a mí, al menos hoy. No, hoy sólo me interesa la física. Empezando por la atracción, y la estampa y acabando por la potencia. Físico o no, nadie me contestó cuando llamé al portero aunque la puerta se abrió que era lo único importante. No encontré luz de escalera alguna por lo que busqué a tientas el ascensor. No había así que subí al quinto a pata. Entre el cuarto y el quinto descubrí en el entresuelo una puerta semiescondida que era el ascensor. Bueno ya da igual, seguí subiendo y llamé a la única puerta que había en la planta quinta. Tardó en abrirse casi un minuto y me pareció una eternidad. -Hola, me llamo Alejandro y vengo de parte de….. -Sí, ya, ya. Pasa. El quinto piso aquel correspondía a un ático, no muy grande, con todos los techos inclinados, que a la mínima te pegabas un buen coscorrón. En la cocina era imposible estar so pena de correr el riesgo de acabar con tortícolis. En fin, no era tampoco mi intención. Desde los pequeños ventanucos se podían ver todos los tejados de Madrid. Se veía también gran cantidad de gatos que deambulaban de un tejado a otro y apareciendo y desapareciendo por mil agujeros. Era una visión supercutre de Madrid, la verdad, pero hay mucha gente que le gusta. No sé, a mí desde luego, no. El dueño de la gatera aquella era un hombre delgado y no muy alto, de esos de edad impredecible, probablemente entre treinta y cuarenta años, ojos azules, pelo rubio y con un montón de rizos en la cabeza. Un detalle que era imposible que se me pasara por alto, es que tenía las uñas de las manos exageradamente largas, como esas que llaman de cernícalo lagartijero. También era inglés y profesor en la misma academia de Chris aunque en distinta sede. Siempre he pensado que hay demasiados profesores de inglés que entienden y aunque no tengo base científica alguna para hacer esta afirmación, se entenderá que no sea extraño que piense así después de leer estas páginas. Conocí a varios de aquellos profesores, a algunos administrativos, e incluso a algunos alumnos,pocos, de la tal academia, todos ellos del más variado pelaje, pero a quien en verdad me habría gustado conocer habría sido al encargado de recursos humanos de aquella empresa, al que los seleccionaba, sí. Debía ser un lince para encontrar a semejante fauna. El tipo de la gatera me pasó al salón y con una frialdad que a mí mismo me sorprendió empecé a desnudarme mientras me sacaba los zapatos y esperaba a que se me indicara el lugar donde quería que se llevara a cabo el servicio. -¿Te apetece tomar algo? ¿Una cerveza o una copa?