Mentiría si dijera que todos mis encuentros mercenarios en aquella época fueron tan desagradables como con el tío del sacacorchos. Hubo otros que fueron muy gratos y placenteros. No fueron muchos, es verdad, pero algunos hubo. Recuerdo uno en especial, en el que el tío fue muy agradable y atento conmigo. No prodría olvidarme de aquel hombre aunque quisiera, que no quiero. Y no podría, porque fue el primero con quien me atreví a ponerle los cuernos a mi chulo. Si exceptúo aquel ligerísimo escarceo con Pierre en la ducha de casa de Christian cuando volvimos de la sierra hace ya casi año y medio, nunca se me había pasado por la cabeza que pudiera engañar sexualmente a ¨mi angel¨. Nunca pensé que alguien pudiera interesarme lo suficiente como para arriesgarme a montármelo a solas con él, sin que mi chulo lo supiera o me diera su permiso. Hoy, con la serenidad que a uno le aporta el paso de los años, pienso que, necesariamente habría de ocurrir así, pues nadie puede permanecer indefinidamente en el tiempo en una situación tan lastimosa como la que yo tenía en aquellos momentos sin que, tarde o temprano, caiga en las manos de alguien que provoque un giro radical en tu existencia. Para bien o para peor, eso según la suerte de cada cual. En mi caso concreto no fue un giro radical en mi vida, pero desde luego fue para bien, al menos, económicamente. Sí. Este encuentro se produjo antes de que entrara a formar parte del reparto de mis propios beneficios. Y esto ocurrió, en parte gracias a Bill. Yo estaba acostumbrado a los banquetazos y he aquí que un tío además de follarme, y follarme bien, me acaricia, y me trata de lujo. Era un persona generosa, experimentada, que ha vivido mucho, que ha conocido muchas personas, que ha pasado por muchas situaciones. Se interesa por mi vida y me pregunta por mi situación, me da la suficiente confianza como para contársela, y es el primero que empieza a concienciarme, no para que deje las actividades venales, no entra en cuestionamientos morales, sino al contrario, para que saque provecho de ellas, que buena falta me hace. Gracias a él, ya sólo necesitaré de otro impulso, en este caso emocional, para que mi situación de un cambio y al menos, obtenga un beneficio. Sea como fuere el caso es que me encontré, en un frio sábado de finales de otoño, camino de Aranjuez, en un destartalado tren y sentado sobre unos asientos de eskay completamente rajados. Se me había ordenado que fuera vestido con una cazadora de cuero negra, una camisa verde y unos pantalones vaqueros. Era la primera vez que salía de Madrid para realizar una de estas actividades tan lucrativas a las que me tenían dedicado. Llegué a las diez de la mañana a la estación de Aranjuez con una temblaera que hasta las uñas de los pies notaba que se me movían. No sé si tiritaba por aquel frío ártico de aquella mañana o de los nervios por no saber lo que me esperaba a 50 Km de mi ciudad, en este nuevo encuentro. Había pensado que con el paso del tiempo me iría acostumbrando a estas actividades y que todo me lo tomaría con más calma, pero estaba claro que necesitaría que pasara todavía más tiempo. Debía quedarme cerca del puesto de periódicos y esperar. No tardó mucho en aproximarse a mí, un tipo de pelo cortísimo, moreno, delgado y aproximadamente de mi altura. -Hola, ¿eres Alejandro? -dijo -Sí -dije -Yo soy Billy _dijo -Encantado -dije Por la sonrisa con la que me recibió, pretendió ser amable. Yo en cambio reconozco que le contesté con frialdad, pero es que no era para menos dado el ambiente boreal de aquella mañana de otoño. Cuando me dio la mano no dejé de notar que era fina, y que tenía las uñas muy recortadas, para nada parecidas a las del tipo de la gatera.

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