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Mi primera vez

Tenía 12 años cuando esto sucedió. Yo viví toda mi infancia en un pueblito muy chico que se dedica a la ganadería y a la agricultura. Mis papás decidieron un día que como mi hermano y yo no teníamos nada que hacer, nos comprarían algunas cabras para sacarlas a pastar en nuestros ratos libres.

De lunes a viernes mi hermano lo hacía, pues yo estaba en la secundaria por las tardes, los fines de semana era mi turno.

Fue un sábado cuando salí por la mañana con mis cabras. De casualidad me encontré a otro niño que salió al mismo tiempo que yo y nuestras cabras se mezclaron, no las pudimos separar, así que decidimos quedarnos todo el día juntos.

Llegamos al campo en el que iban a pastar las cabras, estaba ya alejado de la comunidad. Yo me sentía muy incómodo con él porque era muy rudo, cuando éramos más chicos me golpeaba en la escuela solo para molestar. Tiene la misma edad que yo, pero siempre me ganaba.

El silencio entre los dos estaba presente, estábamos sentados juntos y para romper el hielo me empezó a hacer preguntas sobre mi escuela, sobre la Internet y otras cosas. Le fui tomando confianza y contestando lo que preguntaba hasta que llegó la pregunta menos inesperada. “¿Eres joto, verdad?” me dijo; yo por supuesto me saqué de onda. La verdad es que desde niño me molestaban con eso los otros niños mayores que yo. Siempre he sido muy nalgón y me toqueteaban pero sin llegar a nada más.

Yo le dije que no era, pero él insistía en que sí, que alguna vez alguien le dijo que yo me dejaba tocar las nalgas. Entonces me dijo que no había problema, pero que me dejara meter su pito, solo una vez y ya. Me sonrojé y le dije que no, que no quería hacerlo. Entonces él me contestó “te la voy a enseñar a ver si te animas”. Se desabrochó el pantalón, se bajó el cierre y se la sacó. Estaba enorme, le medía unos 18 cm de largo y como 8 cm de grueso. Creo que ya estaba caliente porque cuando la sacó la tenía media parada. La verdad es que me encantó vérsela y se me empezó a parar a mí también, pero traté de que no se parara por pena, pues yo la tenía mucho más chica que él.

“Agárramela”, me decía mientras se empezaba a masturbar. Yo no quería, pero me jaló la mano y me la puso encima de ella. Yo dejé la mano ahí, pero sin moverla, entonces él comenzó a moverme la mano. Me puse bien caliente y por mi cuenta se la empecé a jalar yo. Hacía caras de que le gustaba mucho. Después de unos minutos me pidió que si me la podía meter y le dije que sí.

Nos fuimos detrás de unos matorrales para que nadie nos viera si pasaba cerca. Me dijo que se la mamara para que se mojara y pudiera entrarme mejor y lo hice. Me metí como pude su vergota en la boca y comencé a hacer lo que podía. Unos instantes después me dijo que me volteara y me bajara el pantalón. Me di la vuelta, me bajé los pantalones y me puse de perrito.

Él puso un poco de saliva en su mano y me la unto en mi culito. Entonces sentí su cabeza caliente en mi culo y empezó a empujar. Me dolía mucho, así que le pedí que lo hiciera despacio. Poco a poco fue entrando en mí todo su largo y grueso pito hasta llegar al fondo.

Comenzó a moverse de una manera que jamás olvidaré. Me penetró torito. Nuestra sesión de sexo duro aproximadamente media hora. Me la metía y me la sacaba a su antojo y yo disfrutaba ese placer como nunca. Me dijo que ya se iba a venir y le dije que lo hiciera. De repente sentí cómo su pito empezaba a estremecerse en mi culo mientras dejaba toda su leche dentro de mí.

Me la sacó; él, totalmente vaciado y yo, con el culo adolorido, nos quedamos tirados. Después de unos minutos nos levantamos, pues nuestras cabras podrían haberse perdido mientras cogíamos. Le pedí que no le contara a nadie, ya que si mi mamá se enteraba me iba a castigar. Dijo que sí. Volvimos a lo nuestro y como si nada hubiera pasado.

Fue el primer encuentro de muchos más.

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