Mis exploraciones sexuales me llevaron a vivir distintas experiencias de placer. Esta que relato ocurrió hace tiempo y quedó en mi recuerdo como muy placentera.

Tenía yo 35 años y desde mi adolescencia venía viviendo distintas experiencias, tanto hetero como homo, zoofilia, masturbaciones solitarias y mutuas, disfrutándolas todas sin igual.

En esa época de mi vida, me había asentado estando en pareja con una chica, sin poder olvidarme de mis deseos homo, aunque hacía tiempo que no lo hacía con ningún hombre.

Un sábado de verano, luego del medidodía, habiendo almorzado en la casa de familiares en una localidad de las afueras de Buenos Aires, regresaba a mi casa y fui a tomar el tren en la estación del lugar. A esa temprana hora, haciendo mucho calor, no había nadie en la estación. Estuve un rato solo, sentado en un banco en el andén y esperando el convoy.

Observo que al andén de enfrente llega en bicicleta un jovencito -no sería mayor de 20 años- que me llamó la atención por su belleza: hermosas facciones, pelo a los hombros muy lacio y un cuerpo bastante musculoso y marcado. Vestía solo un pantaloncito corto y una remera sin mangas, con breteles. Bajó de su bici, la apoyó en la pared y se sentó en un banco, justo frente a mi.

Supongo que se dió cuenta que lo observaba, pues si devolverme la mirada, comenzó a marcar los músculos de sus brazos, varias veces se levantó la remera mostrando su pecho, y repetidas veces se tocó el bulto bien marcado. Como yo insistía con observarlo, esta vez me miró y con su mano empezó a revolver su bulto, como ofreciéndomelo.

Para confirmar su intención, ante su vista -mientras continuaba revolviendo esa bolsa, pasé mi lengua sobre mi labio inferior. El chico entendió el mensaje, se puso de pie, amarró la bici con una cadena, se quitó la remera que ajustó al elástico de su pantaloncito y se dirigió al baño público de la estación, cuya entrada estaba muy cerca de él. Antes de entrar, se dió vuelta y me miró.

Acepté el desafío, muy caliente y dispuesto a no perder esa ocasión luego de tanto tiempo de no hacer nada con un macho. Caminé a través del puente que une ambos andenes, pasé al de enfrente y me dirijí al baño.

Cuando entré a ese sombrío y pestilente lugar, el chico había colgado la remera sobre el borde superior de una puerta, estaba con los pantaloncitos bajados hasta sus tobillos y lucía una tremenda erección de su chota, muy grande y gruesa, que salivaba constantemente mientras se pajeaba.

Parecía un dios indígena con sus pelos largos, su cuerpo perfecto y marcado y ese sexo enorme y húmedo. Al verme a su lado, con su mano tomó todo el paquete (verga erecta y huevos) y lo sacudió como ofreciéndomelo.

Yo siempre odié hacerlo en esos lugares públicos, pues me tensionaba la idea de que alguien apareciera de repente. Por eso, no quise demorar. Acaricié sus huevos y su verga, y lo llevé a que apoyara su espalda en la pared cercana. 

El chico se abrió de piernas y meneaba su cadera como cojiendo. Excitado y apurado, alcé sus brazos y los sostuve en alto, mientras le chupaba con desesperación las axilas velludas y le pasaba la lengua por los músculos, que él exprofeso marcaba más.

Recorrí su pecho con mi lengua, la pasé también por sus pendejos y, ya agachado, comencé a mamarle las bolas y la verga con desesperación, mientras él gemía y se movía. Por momentos, me tomaba la cabeza para detenerme y ser él quien bombeara dentro de mi boca. Su pija estaba cada vez más hinchada, soltando gran cantidad de líquido preseminal que me mojó toda la cara.

Cuando noté que el chico estaba por eyacular, intenté retirar mi boca, pero él me aferró fuertemente la cabeza y me dijo: “te la tragás, acá el macho soy yo”, lanzándome una eyaculación abundante, cuyos primeros chorros llegaron a mi garganta. No me dejó escupir, quería que la tragara.

Para que me mantuviera en cuclillas, puso una de sus piernas sobre mi hombro y me exigió que lamiera de nuevo su verga para limpiarla. Lo hice, pero él a la vez me la pasaba por la cara diciendo en voz baja “tomá, tomá…”. Luego, enseguida, se retiró rápidamente, ya desahogado.

Yo volví a mi casa esa tarde, con mi boca sabiendo a semen de macho joven y lamentando no poder volver a ver nunca más a ese adonis salvaje.

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