La juventud es una etapa donde el deseo sexual domina y manda. Siempre recuerdo momentos que viví a mis 21 años, no planeados, espontáneos y llenos de carga erótica.

 

A esa edad, mientras estudiaba en la Universidad, trabajaba en un Banco. El área donde estaba trabajando se componía de unas 14 personas, de las cuales solamente dos éramos muy jóvenes. Mi compañero de trabajo se llamaba Marcelo, de mi misma edad y también estudiante.



En cuanto nos conocimos nos hicimos bastante amigos, si bien nuestras personalidades eran diferentes: yo era más bien reservado, mientras que Marcelo era muy extrovertido, simpático y mujeriego.



Marcelo estaba de novio con una chica muy bonita, que muchas veces venía a esperarlo a la salida del trabajo. Pero a su vez, él tenía mucho atractivo con las mujeres y no era para menos: además de su simpatía y facilidad de comunicación, era muy bello; muy buenas facciones, robusto, espalda ancha, brazos fuertes y bien marcados. Por supuesto, además de su novia “formal” tenía historias con muchas otras chicas, él me contaba todos sus secretos.



Mi amigo era muy sexual, exuberante, calentón. Siempre pensé que sospechaba de mi ambigüedad, pero aún así me brindaba mucha confianza, al punto de organizar salidas con su novia y alguna amiga de ella.



Por supuesto, mi ya bien consolidada bisexualidad hacía que me sintiera atraído por él, pero el hecho de ser compañeros de trabajo me ponía un obstáculo a manifestarme más, temía algún mal entendido y posterior escándalo que no me favorecería. De tanto conversar con él, noté que cualquier relato de contenido sexual lo encendía mucho.



Había transcurrido así un año juntos, cuando se me presentó una oportunidad y cambié de trabajo. Aunque habíamos acordado seguir viéndonos como amigos, le propuse organizar una salida a modo de “despedida”. Aprovechamos un sábado en que su novia tenía otros compromisos familiares, y los padres de mi amigo –con quienes vivía- estaban de viaje.



Fuimos a tomar unos tragos a un pub, ocasión en la que conversamos mucho y aproveché para contarle anécdotas de contenido erótico sabiendo que ello lo encendería mucho. Luego, le propuse pasar por un teatrucho que me habían recomendado, donde había espectáculos de strip femeninos. Allí fuimos.



El teatrucho era patético y las chicas que bailaban y se desnudaban en el escenario no eran gran cosa, pero todo sirvió para que Marcelo se calentara como un toro. Finalizada la función, al salir advertimos que en el hall del teatrito había dos mujeres maduras –muy pintadas y vestidas en forma provocativa- que discretamente entregaban unas tarjetas e invitaban a un prostíbulo. Marcelo estaba que explotaba de excitación, ya se le marcaba su verga erecta bajo el pantalón. Me insistió que vayamos de putas aceptando esa invitación. Yo me negué, le dije que no teníamos suficiente dinero, que mejor lo hagamos otro día. Él acepto, pero muy contrariado, jadeaba de deseo.



Como ya era tarde, me propuso ir hasta su departamento (aprovechando que sus padres no estaban) para seguir tomando unas copas y no gastar tanto, y ver una película porno. Le dije que sí, y que tendríamos que aprovechar para hacernos una paja. Ante esta propuesta, él se rió mucho y decía que sí, que estaba demasiado acelerado, aunque hizo como que lo tomaba a broma.



Ya en su casa, sacó unas cervezas y preparó la película que tenía escondida –“viviendo con mis padres no es mucho lo que puedo ver”- me decía. Hacía calor, quiso encender el aire acondicionado y le sugerí que no, que no hacía falta, con quitarnos las remeras y quedarnos con el torso desnudo alcanzaría. Y así hicimos.



En los segundos que tardó en quitarse su remera pude ver como se le marcaban los músculos con ese movimiento. Era hermosísimo, y observé que continuaba su verga marcada bajo el pantalón. Mirábamos la película haciendo comentarios, y él se ponía cada vez más caliente. En un momento me dijo: -“tendríamos que haber ido al puterío, estoy que reviento”-. Yo le insistí que sin tener suficiente dinero, era poco lo que hubiéramos podido hacer, que mejor fuéramos otro día mejor preparados.



Mirando la película, en un momento Marcelo empezó instintivamente a tocarse el bulto. Ya que no seguiríamos trabajando en el mismo lugar, sintiéndome más libre, me animé a decirle: “-Marcelo, no te aceleres más, hacétela-“- Él me miró como dudando. Yo volví a insistirle, pero con mucha tranquilidad: -“Si, animate, estamos solos, nadie puede molestar, nos tenemos confianza, es solamente placer”. Me miró y dijo: -“Vos lo vas a hacer también”-; -“mas bien que si”- le contesté. Yo también tenía mi buena erección, pero por razones distintas a las de mi amigo.



Marcelo tomó la iniciativa, se quitó la ropa hasta quedar en slip, ya la cabeza de la verga le sobresalía sobre el elástico de la prenda. Yo lo seguí, pero me desnudé completamente. Al ver eso, él hizo lo mismo.



Mi amigo estaba hermoso, jadeante, ya no miraba la película. Estabámos los dos de pié, mirándonos mientras nos jaleábamos las vergas erectas. Él se la movía cada vez con más fuerza, incluso moviendo sus caderas. Yo me acerqué a él despacio, quedando cuerpo con cuerpo. Marcelo me tomó del hombro con su mano libre y me abrazó, me apretó contra su cuerpo caliente; allí nos apoyamos las vergas y los huevos y comenzamos a frotarnos.



En un instante temí que se interrumpiera todo por un lapso de pudor. Para evitarlo, empecé a chuparle los pezones, el vientre, y seguí bajando hasta arrodillarme y poner sus huevos en mi boca. Marcelo lanzaba gemidos, tomó mi cabeza, hizo que soltara sus huevos y puso toda su verga enorme en mi boca. Se la mamé fuertemente, chupando y mamando al mismo tiempo. Él bombeaba con fuerza sosteniéndome la cabeza, tomándome del pelo, diciéndome cosas calientes e incluso insultos.



“-Me viene, me vienee-“ dijo en un momento, y trató de sacarme la verga de la boca. Yo no lo dejé, me aferré a él con más fuerza y seguí chupando, sintiendo que la cabeza de su pija llegaba a mi garganta. Sentí como su verga bombeaba hasta que empezó a eyacular, lanzando varios chorros de semen espeso y bien caliente hasta llenarme la boca de leche, y para demostrarle que no le pondría ningún límite, la tragué toda.



Marcelo quedó desconcertado, como aturdido, no me decía nada, salvo repetir “-qué bueno estuvo, estuvo muy bueno”-. Nos sentamos en un sillón amplio, los dos desnudos, jadeando. Como él no decía nada, le afirmé: “-Marcelo, te lo debía, yo decidí no ir al puterío y vos no podías quedarte tan caliente. Te quiero demostrar que soy tu amigo, que me tenés para vos, podés hacer lo que más te guste”-. Se rió, me abrazó y seguimos viendo la película. En un momento me comentó: -“estuvo bárbaro, nunca ni siquiera una puta me la mamó así, me hizo gozar tanto”-.



Al poco rato, Marcelo ya había recuperado su erección. Le dije –“quiero darte más”-. Él me contestó: -“Nunca lo hice con otro chico, te quiero coger, ¿te animás, te dejarías?”-. Le respondí que sí, que me tenía para él, que le iba a dar todo.



Me llevó a su cuarto, nos acostamos. Él –con una tremenda erección- se acostó sobre mí, apoyando su sexo sobre el mío, frotándose. Yo con una mano acariciaba su espalda ancha, y con la otra su pelo. En un momento, hice que pusiera su enorme pija entre mis piernas, debajo de mis huevos. Así, cerré las piernas apretando su tronco. Él, seguramente fantaseando que era una vagina, me aprisionó con sus dos piernas y comenzó a darme y bombearme con todas sus fuerzas, pero se detuvo mientras me decía “-No quiero acabar así, quiero cojerte, entregame el culo”-.



“-Sí macho, le dije. Pero lubricate con algo, la tenés muy grande, me vas a romper todo-“. Él se levantó, buscó y trajo lo que pudo: crema para manos. Me coloqué mucha cantidad en mi ano, hice que se cubriera su verga con la crema y le pedí que se acueste boca arriba.



Me senté sobre él, coloqué la cabeza de su verga en mi ano y fui facilitando la penetración. Tenía una pija enorme, hinchadísima, caliente. Sentí un intenso dolor, pero igual –yo muy excitado- seguí empujando para abajo, mientras Marcelo lo hacía en sentido contrario, moviendo su cadera. Llegó a estar toda adentro, parecía que iba a estallar con semejante trozo en mi caño. Marcelo se movía enloquecido, bombeando, apretándome los pectorales hasta hacerme doler, mientras yo lo cabalgaba y me revolvía. Desde esa posición podía ver su hermoso rostro de macho excitado, su pelo, su pecho marcado, sus brazos musculosos, sus axilas velludas, y me calentaba más y más.



En un momento, Marcelo se irguió y sin sacar su verga de mi culo me llevó a ponerme de espaldas, mis piernas quedaron rodeando su cintura. Quería montarme, y en esa posición empezó a bombearme con más fuerza todavía, por la crema y su líquido pre seminal, su enorme pija entraba y salía con rapidez, mientras me hacía sentir el golpe de sus huevos calientes en mi ano cuando la clavaba.



Con un grito, empezó a eyacular, con tanta fuerza que pude sentir cada chorro de leche con el que me fue llenando.



Diré simplemente: permanecí con él hasta el domingo por la tarde. Todo el tiempo estuvimos desnudos, Marcelo me cogió vigorosamente una y más veces hasta que los dos quedamos extenuados. Me decía “-Nunca pensé que me iba a gustar tanto hacérselo a otro macho-“. Cuando me fui de su casa, apenas podía caminar por el dolor de ano, que me quedó muy dilatado.



Desde entonces, con Marcelo comenzamos una relación homosexual a escondidas, bien que fue dificultoso poder vernos, una vez que sus padres volvieron a casa y su novia se reincorporó a su vida. La relación duró algunos meses más, hasta que se cortó como suele suceder en estos casos. Quedó el recuerdo de los fabulosos momentos vividos juntos, y también el semen de macho que colocó dentro de mi cuerpo.

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