¿Alguna vez has ido al dentro de Coyoacán? Si no has ido, se encuentra en la ciudad de México y efectivamente es muy bello, las fuentes, iglesias, centros culturales y por supuesto la comida.
Pepe era de ahí, era un chef que sin duda alguna estaba más que bien, parecía un chico sacado de revista, aunque claro era de closet.
Pepe era de esos chicos con tez blanca, unos ojitos café oscuro, cabello castaño y una barbita que lo hacía ver muy lindo.
Era delgado, guapo y con un falo delicioso.
Cabe mencionar que con Pepe no fui a un hotel, ya que él me invitó a su casa.
La cita querido corazón, fue un domingo por la tarde ya que sus papás no se encontraban en casa.
Tomé un taxi y llegué alrededor de las 19:00 horas hasta la puerta de su vivienda.
Él me recibió con un fuerte abrazo ya que llevábamos algunas semanas conversando por WhatsApp, pero debido a sus viajes no podíamos vernos, y una vez que me tuvo en sus brazos pude respirar el aroma de su colonia mesclado con su olor de hombre.
Al entrar a su casa él terminaba de comer y me ofreció una copa de vino y un poco de sushi, yo no lo acepté ya que no suelo aceptar algo sin saber la procedencia.
Así que él se apresuró a comer y yo le hice compañía, él era un hombre solo a pesar de tener 27 años.
Su casa era muy bella, grande y lujosa, pero sobre todo tenía un jardín bastante amplio y hermoso.
En cuanto terminó de comer me tomó de la mano como a un niño pequeño y me llevó hasta su habitación que era inmensa.
Pepe cepilló sus dientes mientras yo tímidamente lo esperaba sentado a los pies de su cama.
Cuando regresó me levantó y enseguida metió su lengua experta en mi boca, que esperaba con ansias y reaccionaba muy cortés a sus dulces labios.
Por supuesto era más alto que yo, tomó mis nalgas entre sus manos y me atrajo hacia su cuerpo, besó mi cuello, mis orejas y bajó a mi pecho.
Me quitó la camisa, desabrochó mi cinturón y trazó una línea de besos desde mi oreja hasta mi pelvis.
Desabotonó mi pantalón, tiró con sus dientes de mi ropa interior y sacó mi miembro abultado.
Él lo miraba sorprendido, lo inspeccionaba y cerraba los ojos cuando lo olía, lo sentía en sus mejillas y le daba probaditas con la lengua hasta que de pronto lo absorbió todo, lo tragó con fuerza provocándole arcadas y con sus manos tiró de las mías para que las colocara detrás de su nuca y siguiera el movimiento.
Al parecer le gustaba que lo asfixiara con mi mano y mi pene, le gustaba sentirlo en su garganta y yo por mi parte sentía su campanilla rozar el tronco de mi pene.
No terminé en su boca a pesar de que me la chupó por mucho tiempo, pero después él me separó las nalgas y metió sus labios y su lengua caliente en mi trasero estrecho, al igual que metió su nariz en mi ano para provocarme un placer diferente mientras con otra mano alcanzó mi pene para poder masturbarlo
Era mi turno de brindarle placer y retribuirle lo que él había hecho por mí, así que lo tiré en la cama, lo monté y comencé a quitarle su ropa, toda, sin ropa interior y cuando vi su miembro estaba hinchado, largo y rosado, con un glande que lo hacía ver como un hongo grueso.
Las venas se le marcaban y por un momento pensaba en lo tieso que podía estar y lo que me iba a doler.
Así que lo tomé entre mis labios y acuné su miembro en mi boca, saliva y lengua.
Comencé a chuparlo, lamerlo y al igual que él había hecho, lo introduje todo en mi boca.
–Vaya así que te cabe todo pequeño – dijo él.
– ¿Acaso no era lo que tú querías? – contesté.
–Claro, pero por tu aspecto tímido que das pensé que no lo harías—contestó Pepe.
–Estos penes no se ven a menudo, debo disfrutarlo y saborearlo tal como tú lo hiciste—y seguí mamando su pene.
Atraía sus caderas hacia mi boca y con sus manos atraía mi nuca hasta que me indicó que lamiera su ano, y yo deslicé mi lengua bajando por su perineo hasta llegar a él.
Metí mi lengua suave y pude notar su respiración acelerada, metí uno y dos dedos en su cavidad y comencé a mamar su miembro, al parecer eso le gustó, hasta que me tomó por los brazos y me volteó hacia la cama, me empinó y me ofreció unas cuantas nalgadas, yo gemí de placer y comencé a sentir mi trasero caliente.
Él por su parte se colocó un preservativo en su enorme miembro y comenzó a meterlo poco a poco.
Debo decir que cada centímetro lo recibía con afición, ya que era muy grande y sus venitas las podía sentir en las paredes de mi ano.
Escupió saliva en su pene para poder meterlo más hasta que estuvo dentro todo, así él tomó mis caderas y me cogió con una dulzura pero con rudeza, ambas mescladas y sólo se escuchaba el sonido de su pelvis y mis nalgas al chocar.
–¿Así te gusta pequeño?—dijo.
–Me encanta, sólo ve más rápido y azótame un poco más – repliqué jadeando.
Pepe hizo lo que le ordené y me comentó que no tardaría mucho en venirse.
Y así fue.
A los 10 minutos de eso se vino en mi espalda, así es, depositó su dulce néctar de hombre por toda mi espalda para después lamerla.
Me secó con una toalla de él y se limpió las comisuras de los labios, ya que tenía su propio semen escurriendo de ellos.
Me volteó para ver y sonrió cuando se escuchó un claxon y él se asomó por la ventana.
Evidentemente eran sus padres, él se acercó a mí, me besó y nos cambiamos rápido.
Tomó dinero de su cajón y me lo dio para pagar un taxi de regreso a mi casa.
Fue cuando me comentó que sus papás no sabían que él era gay y que probablemente lo echarían a la calle si se enteraban.
Así que decididos nos dirigimos hacia la puerta trasera de su casa y pudimos salir.
Él me acompañó hasta el centro de Coyoacán donde me tomó de la mano y me besó como si fuéramos novios, la tarde nos miró encantada, sus manos y su cuerpo me pedían más pero infortunadamente querido corazón yo tenía que irme aunque su carita me pedía más tiempo.
En fin, terminé subiéndome en el taxi y nunca más lo volví a ver.
Claro que me enteré tiempo después que él andaba con una chica para disimular ante sus padres sus verdaderas preferencias.