En la Grecia Clásica, y sobre todo en Atenas, los hombres y las mujeres no se unían en matrimonio por amor, sino que negociaban su tipo de relación sin más intención que la de procrear. De hecho, cada uno tenía una función pública muy distinta que respetar y mantener. La mujer no podía salir de su casa ni dedicarse a otra labor que no fuese cuidar a sus hijos. Por otro lado, el hombre se pasaba el día en el centro cívico de Atenas (dominio exclusivo masculino) donde se veía con otros hombres. La bisexualidad era un hecho en la Atenas del siglo V a.C.
Mientras que las mujeres permanecían recluidas dentro de los límites infranqueables de sus hogares, los hombres actuaban como “guardianes de castidad”. Esta función la podía desempeñar o bien el marido o el padre de la susodicha. Los hombres temían por la ilimitada capacidad sexual de la mujer, por eso consideraban que controlarlas en ese sentido evitaría que llegaran incluso al adulterio. La supuesta “energía sexual inagotable” femenina aterrorizaba al género masculino ateniense.
Todo esto tenía una explicación: Sue Blundell, autora de Women in Greece, cuenta cómo la llegada a la pubertad de una mujer implicaba un supuesto descontrol en sus cuerpos. Cuando empezaban a menstruar debían casarse para “sanar” su apetito sexual. Hay, incluso, escritos médicos de la época que proponen el matrimonio como el remedio para calmar el adulterio genético femenino. Tal era la mentalidad que el propio Platón llegó a comparar el útero con un animal violento, peligroso e insaciable.
El día de la boda era el peor día en la vida de una mujer. Desde la infancia sabían que cuando llegaran a la pubertad tendrían que casarse. Paula Perman, profesora de estudios clásicos en la Universidad de Texas, asegura que los padres de las niñas las llegaban a casar con tan solo 10 años de edad, con un hombre mucho mayor que ellas. Y desde ese preciso momento, tuvieran la edad que tuvieran, eran conscientes de que su único deber en la vida a partir de ahí sería el de producir bebés varones atenienses.
Los hombres no esperaban ni amor, ni amistad, ni sexo placentero por parte de sus mujeres. Eso, de hecho, podían esperarlo en compañía de otros hombres. Así, Grecia fue la primera en aceptar abiertamente la homosexualidad. Los gimnasios de la acrópolis era el lugar donde los hombres acudían desnudos. Así, la palabra gimnasio proviene de la palabra griega gymnos, que significa desnudez. Si una ciudad no tenía gimnasio no se consideraba ciudad. Fue en estos lugares donde los hombres iban a contemplar la belleza de los cuerpos de otros de su mismo sexo. Lo que empezó siendo un afán por prepararse y entrenarse para la labor militar, evolucionó a una especie de culto al cuerpo. Había incluso concursos de belleza.
Los hombres más mayores solían buscar ese tipo de relación sexual con adolescentes. Este tipo de relaciones estaban aceptadas ya que el más mayor servía de mentor para el adolescente, ayudándole a integrarse en la civilización. Aunque las relaciones con los niños pequeños estaban prohibidas, a las chicas si se las consideraba aptas para el matrimonio desde los 10 años.
El sexo femenino era considerado inculto, limitado y encerrado, por lo que recibían poca compañía de sus maridos. Las únicas mujeres que podía ofrecer sexo a la vez que conversación y amistad a los hombres eran las prostitutas. Sin embargo, no fue hasta el siglo IV a.C. que la prostitución se convirtió en el primer atisbo de romance heterosexual. Friné, una prostituta, amante y musa favorita de Praxíteles, fue la impulsora de este despertar. A finales de este siglo, se produjo una revelación por parte de la mujer ateniense que reclamaba libertad fuera del aislamiento doméstico. Se puede decir que esta musa, que solía ser la inspiración para esculpir a Afrodita (la Diosa griega del amor), dio la vuelta a un siglo lleno de prejuicios.
A partir de este momento las mujeres solo debían cumplir 10 años de aislamiento en sus hogares, hasta que sus hijos hubieran crecido. Además de la evidente ampliación de libertad, a los hombres también les dejó de preocupar tanto su papel en la sociedad y comenzaron a interesarse más por su vida familiar y amorosa con sus esposas. Y poco a poco, los matrimonios atenienses fueron asemejándose al concepto de matrimonio de la actualidad.
Fuente: