Encuentro inesperado
Hace algún tiempo, cuando estaba todavía en Sudamérica, tuve la oportunidad de conocer a un joven, que en aquel momento no pensé que se daría algún encuentro particular entre nosotros, porque él estudiaba bachillerato, y yo tenía veinticuatro años.
Lo cierto es que fue en un pueblo muy pequeño y remoto, donde todos se conocen y se saben los chismes con todo pormenor. Un pueblo donde hacía mucho calor, y el sol hacía a las personas sudar como si se encontrasen dentro de una enorme sauna al aire libre; la piel de cualquier persona allí se brotaba con urticaria debido al inclemente verano perpetuo.
Sin embargo, era un pueblo bastante concurrido y muy visitado, donde viví por poco más de un año. Conocí mucha gente, aunque eran pocos los amigos que yo tenía.
Una noche, me senté frente a una barbería, y observaba todo con calma. La gente entraba y salía, y en ese vaivén llegó él. Él era un muchacho de piel muy blanca, delgado, ojos claros, estatura promedio, y cabello oscuro. No era el perfil de la persona típica del lugar, que generalmente es de rasgos muy africanos, no obstante, este chico era natural de allí. Muy amigablemente saludó a todos, y después de salir de la barbería con nuevo corte de cabello, lo llamé, y no fue difícil entablar conversación con él,
Para no dar pormenores de qué hablé con él aquella noche, pues no lo recuerdo muy bien, él necesitaba ir a otro pueblo, que quedaba al pasar un oscuro bosque. Me ofrecí de compañía. Mi perfil es de una persona alta con seis pies de estatura, piel bronceada, delgado, ojos y cabello oscuro. Yo daba parcialmente la impresión de ser su hermano mayor.
Así aprendí que se llamaba Norman, tenía dieciséis años, y ya estaba cerca a finalizar el bachillerato. Nos hicimos amigos, aunque cuando regresé a América, perdí el contacto con él.
Ahora soy profesor de español en Springfield Missouri. Tengo una buena vida, bastante quieta, aunque de vez en cuando un poco agitada por buenos asuntos laborales que me veo envuelto con el departamento de educación y cultura.
Tengo una rutina de ejercicios, mi cuerpo se ha puesto en forma, no soy un adonis, ni me interesa serlo. Simplemente amo ejercitarme porque es una de mis maneras de drenar estrés.
Han pasado dos años, hoy tengo veintiséis, y me pregunto qué será de la vida de Norman. Logré compartir con él varias veces, y en algunas ocasiones llegamos a hacer ejercicios juntos. Siempre le vi con buen afecto.
Ya estando yo aquí, en América, no sabía yo que tendría un encuentro inesperado, aunque muy grato.
Me encontraba trotando cerca del vecindario donde actualmente vivo, ya el día estaba atardeciendo, en un fin de semana caluroso, pues son días cerca de julio.
Hacía un atardecer dorado, suave, y hermoso. Las calles lucían muy lindas con las enormes casas de madera, que en sus balcones ostentaban una enorme bandera americana, adornando los paisajes de sus céspedes bien cuidados y podados. Yo vestía en aquel momento, ropa deportiva negra. Yo sudaba, e iba distraído en el hermoso paisaje americano, cuando de pronto tropiezo fuertemente con alguien, que me hace caer sentado en la acera medio aturdido por el golpe en el hombro y en la retaguardia.
Al ver esos ojos verdes, me abismé del asombro. ¡Era Norman! Con sus diecinueve años y lucia más alto y delgado aunque muy fibroso por los músculos desarrollados que tenía. Aquella vista me pareció que había visto un ser angélico.
—Norman. ¿Eres tú? —Pregunté incrédulo.
—¡Harold! ¡Mi amigo Harold, que de años que no te veía! —Me respondió asombrado.
—¡Sí que es toda una sorpresa! ¿Cómo has llegado a América? ¿Te has venido a vivir el sueño? —Pregunté bromeando.
—Pues, ya sabes, allá abajo no hay muchas oportunidades, así que, aquí estoy buscando mejores opciones de vida y libertad —dijo reflexivo.
—La dolorosa realidad de nuestros pueblos del sur. —Dije también en tono reflexivo.— Pero ven. ¡Te invito a mi casa, no está lejos!
Trotamos, y a los dos minutos ya estábamos en casa. Inmediatamente preparé té, porque no me gusta el café. Había preparado aquella mañana una masa para bisquits, que aproveche entonces, por mi nueva visita, y los horneé y serví con queso. Nos sentamos a conversar un buen rato allí, en el sofá de la sala de estar. Hablamos de todo un poco. Norman se interesaba por cada cosa que yo le decía, y en algunos temas parecía interesarse al grado de preguntarme más sobre el mismo. Mientras, las horas pasaban.
Cuando tocamos la parte de sexo, se interesó mucho por el tema del sexo oral, tema que a mí también me gusta en particular, aunque no suelo hablar mucho de ello. Hablando de relaciones, le comenté que yo estaba solo, sin nadie que me mirara todavía.
—Tengo una novia —Dijo.— Aunque a veces me frustra, es muy asquienta a la hora de chuparme la pija —dijo en tono un tanto herido.
—Algunas mujeres lo son. ¡Pero anímate! ¡Al menos tienes a alguien! —Lo intentaba consolar.
—Pero es que no sé, Harold, le falta eso a lo nuestro. Me calienta mucho cuando veo las porno, aquellas chicas mamando y tomando leche como unas becerritas, o cuando simplemente le hacen una buena paja al hombre, que se corren en la mano de su novia… ¡Uf! Es para mí de lo más puto caliente que me puedo imaginar. —Decía sobándose su entrepierna.
Noté como aquellos comentarios le generaron una erección, y a mí se me paró también de sólo pensar que tal vez en eso podría ayudar a mi amigo. Pero debía ser cauteloso. Sin embargo, la próxima señal vendría de él mismo.
—Tengo meses queriendo saber que es una buena mamada —dijo.
—Pues en eso te puedo ayudar. ¡Dicen que los hombres la chupan mejor que las mujeres! —Dije bromeando, y solté una risa fingida, aunque lo suficientemente aceptable para ser real.
—¡Ay hombre! ¿Acaso eres marica o qué? Ofreciéndote a mamármela. —Dijo entre risas.
Aquella respuesta hirió un poco mi ego, sin embargo, para continuar la tertulia, sin esperanza de nada más, dije:
—Marica es el que se enamora. Yo no he dicho que me voy a enamorar. —Dije herido.
—Bueno, con una mamada se empieza el curso ¿No? —Dijo burlándose.
—¿A qué no te gustaría tener una mano amiga? —Dije con picardía.
Se hizo un silencio incómodo, creí que Norman se marcharía disgustado con semejante propuesta y quizás no le vería yo más. Pero para mí grandiosa sorpresa, Norman se coloca frente de mí, toma su pija, que está ya dura, y la saca de su pantaloneta, y dice:
—A ver qué tal la chupa mi amigo.
Su pija era, puedo decir, la pija normal, común y corriente, salvo que tenía una pequeña curvatura irregular, y era muy rosada con una enorme vena. La tome con mi mano y la pajeaba acariciándola un poco. Mi amigo soltó un hondo suspiro y sentí su mano en mi nuca empujándome gentilmente la cabeza. Él estaba ansioso de probar mi boquita y yo de saborear su pija, que emanaba un olor a macho que me ponía a mil.
Me levanté del sofá, y comencé a masturbarlo primero lentamente e iba aumentando el ritmo, mi amigo ponía caras de placer que me excitan con solo recordarlas. Le solté la pija y le dije Debes hacer esto completo. Primero tú debes probarla. Pensé que rechazaría pero se colocó de rodillas y tomo mi pija, la sacó de mi corto negro sudado y se la metió a la boca. Primero la chupaba un poco incrédulo, luego iba usando su lengüita que me hacía sentir extasiado. Mi pija no es muy grande tampoco. Escasos 17 cm, pero el grosor compensa la falta de tamaño.
A medida que se iba poniendo más confianzudo más profundo buscaba metérsela a la boca, o se la sacaba y me lamia gentilmente. Con una de sus manos me hacía caricias a mis huevos.
Lo levanté del sofá y le quité su camisilla blanca sudada dejando su pecho y abdomen descubierto, era todo fibra de musculo. Comencé a tocar sus pezones duros, y los pellizcaba gentilmente mientras mi otra mano acariciaba su abdomen, él me pajeaba como un profesional, me estaba ordeñando realmente.
Comencé gentilmente a acariciar sus nalgas duras y a rosar mis dedos en su entrada, que era muy limpia y rosada. Me ensalivé un dedo y lo introduje mientras con la otra mano lo pajeaba. Sus ojos brillaban como una esmeralda en verde fulgor, lo estaba disfrutando, así que lo lancé al sofá donde cayó acostado, me abalancé encima de él y yo iba besando desde su cuello hasta sus pezones. Me encantaban, eran oscuritos. Él gemía y gruñía de placer mientras seguía metiendo mis dedos en su cola.
Le susurré al oído Que linda cola que tienes. Él solamente gimió y se colocó contra mi pija al voltearse me desnudó completamente y comenzó a mamarme la pija de nuevo. La sacó de su boca y me masturbaba con fuerza haciéndome bombear la pija. Finalmente lo volteé, abrí sus nalgas y comencé a intentar entrar mi pija en ese agujerito ajustado. Comenzó a gemir fuerte. Ambos de pies, nos dábamos placer
Al lograr entrar comencé un lento y suave mete-saca que fui aumentando en ritmo hasta ir rápido y ligero. Norman gemía en alta voz, y yo le besaba detrás de la oreja, en un momento determinado sacaba la pija y masturbaba a norman, luego entraba de nuevo en él, en este juego sexual estuvimos un buen rato hasta que finalmente me sentí cerca y salí de él, me quité el preservativo que me puse al entrar en él, y él se bajó a pajearme muy rico y fuerte, terminé bombeando cuatro chorros de leche que dos de ellos pararon a su cara, y lo demás dejó su mano llena de mi lechita.
Lo tumbé en el sofá nuevamente, sus verdes ojos brillaban de lujuria y su rosada pija estaba como una roca. La tomé y comencé a darle una buena mamada lamiendo cada lugar, chupando su cabecita, lamiendo sus huevos, pajeándola metida en mi boca. La chupaba dejando que rosara mi paladar mientras la pajeaba con mi mano, finalmente se vino en un orgasmo fuerte y me llenó la boca de leche que me tomé como perrito hambriento.
Tumbados, desnudos, y sudados, en el sofá Norman exclamó:
—¡Oh vaya que no solo la chupan mejor, hasta cogen mejor y mucho mejor que cualquier mujer! Esto ha sido fenomenal. —Dijo extasiado de lujuria y placer.
Nos quedamos dormidos un rato, al despertar eran casi las nueve de la noche. Se fue apresurado porque debía trabajar mañana temprano, lo mismo que yo. Nos quitamos los números de teléfonos y estamos en contacto para cualquier otro encuentro futuro.
Te puede interesar: Enseñame a besar…