Solía comenzar con una propuesta: “¿vemos una porno?”. Lanzaba la idea alguien de forma casi anónima, y sin que nadie pronunciase un rotundo “sí”, se aceptaba la invitación. Había un consenso silencioso en el que todos participaban. Se elegía una casa a la que ir e inmediatamente después se desempolvaba aquel viejo VHS de los padres guardado entre revistas o libros, camuflado a cualquier mirada ajena, que escondía una película porno grabada de la televisión, probablemente emitida a altas horas de la madrugada. Hoy, en cambio, todo se solucionaría con un video de internet. Una película porno heterosexual, es preciso recalcar. Y en torno a sus imágenes, todos los jóvenes adolescentes nos reuníamos, sentados en sillas o sofás, y nos masturbábamos a la vez, en un proceso de descubrimiento del otro.

¿Heterosexuales descubriéndose?

Durante años pensé que solo lo había vivido yo, pero al llegar a la universidad y conocer más gente de otros lugares, siempre necesitaba lanzar una pregunta: “¿tú también…?”. Y sí, él también. Y todos. Descubres que esta práctica colectiva es más común de lo que parece, que muchos adolescentes se reúnen a masturbarse juntos sin importar la sexualidad, y que este hecho se queda como un recuerdo difuso en la memoria, como algo más soñado que real. Algo en lo que es preciso indagar para sacar a la luz.

Yo, como homosexual, tenía bien claro mi objetivo al asistir a esas reuniones. Era por propia excitación. Pero en su momento no entendía por qué el resto de compañeros heterosexuales también querían estar allí. En realidad nadie sabía muy bien por qué estaba ahí y por qué participaba en las masturbaciones grupales, pero nadie se quería ir. Era el lugar y momento que uno deseaba vivir.

Seguramente sea esa bisexualidad potencial que a menudo puede asociarse a la adolescencia lo que lleve a que nadie haga ascos a estas reuniones. Pero, sobre todo, es la necesidad de descubrir la sexualidad con alguien de tu mismo sexo, con alguien que pueda servir de modelo y ejemplo, lo que hace que los hombres adolescentes se reúnan en torno al televisor o la pantalla del ordenador. Todos están allí para ver qué hacer y cómo hacerlo, y muchos aprendían entonces a masturbarse, pues estas reuniones servían en gran medida como clase improvisada sobre el autoplacer.

 

Aunque también es el momento de las comparaciones, y es entonces cuando nacen ciertas mitologías a partir de los penes más grandes (y también con los más pequeños) del grupo. Y con los más desarrollados de acuerdo al paso por la pubertad: el que ya tiene vello, el que eyacula más, se convierten casi en semidioses dentro del círculo de la masturbación. Aunque cueste creerlo, estas mitologías sobreviven a la adolescencia y es fácil seguir asociando esas imágenes de endiosamiento a las personas ya adultas. La relación, aunque sea normal, siempre incluye esa proyección, porque lo que se vive en la adolescencia a veces permanece con más fuerza en la memoria.

Homosexuales descubriendo

Mi mayor desconcierto era tratar de explicar por qué, de súbito, mis amigos heteros querían masturbarse en torno a una porno. Pero cuando uno está descubriendo su sexualidad con apenas 13 años y le ofrecen la oportunidad de poder unirse a esa reunión, lo último que se te ocurre es rechazarla. Yo era el primero en intentar asistir a toda la programación de pajas comunales que se hacían en mi pueblo. En una edad en la que la heteronorma es dominante y en la que uno no se atreve todavía a salir del armario, estas reuniones servían como primer contacto con un cuerpo que se desea y que no es el propio. Se trata de un contacto en distancia, casi furtivo, y que obliga a cierta discreción: a mirar sin parecer que se mira (si bien la curiosidad está aceptada en el grupo). Y, sin embargo, es algo que permite derribar ciertas barreras de aceptación en la cuestión de la sexualidad.

Obviamente, con el paso de los años he preguntado a mis amigos homosexuales cómo vivían estas extraños círculos que se formaban de manera espontánea. Y todos llegan a la misma conclusión: nadie entiende muy bien cómo se creaba, quién daba la idea y quién la apoyaba, pero ellos siempre trataban de estar puntuales allá donde se convocase. Siempre manteniendo una cierta ambigüedad en la relación con los amigos heteros. Pero ante todo, la respuesta es clara: en lugares cerrados, como en el pueblo donde habitaba, o en situaciones en las que la homosexualidad todavía no está normalizada, las masturbaciones grupales servían como el primer despertar de la sexualidad. Como un aprendizaje del cuerpo del otro para poder, después, volcarlo en las relaciones sexuales y afectivas.

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