Chico-gay-1

Vi a Pablo cuando apenas tenía 16 años. Cabello negro, espeso, callado, boca ancha y sonrisa fácil. Casi no hablaba y se limitaba a acompañar a su padre en sus quehaceres y luego se retiraba. Yo lo saludaba cortésmente y lo miraba de reojo pero nada del otro mundo hasta que un día lo vi nadando en una charca cercana. Flaco, enjuto, una línea de vello fino entre el pecho plano.

Dos años y medio después estaba yo esperando que trajeran una carga de materiales y me saluda este tipo como de 1.89 de estatura, delgado pero fibroso, con un cabello espeso, negro y unos dientes blancos grandes y brillantes. Era Pablo, ya mucho más grande, mucho más desarrollado y con su característica sonrisa de labios gruesos, piel curtida de trabajar en el sol, oscura y brillante. Sus manos eran callosas, con dedos largos y gruesos. Cejas pobladas y barbilla cuadrada y lampiña.

Inmediatamente me incorporé y fui a saludarlo efusivamente. No pude dejar de notar que sus jeans gastados y flojos no disimulaban el paquetote que se gastaba. Toda la mañana estuve “supervisando” el acarreo de los materiales y buscaba cualquier excusa para estar lujuriándolo, tomándole fotos escondidas e imaginándome como llevarme ese penco de hombre a la cama.

Pasó el día y ni el teléfono pude sacarle.

Justo una semana después me avisan que necesitábamos nuevamente materiales y volví a estar pendiente. Llegó Pablo y volví a sentarme a echar cuento con él. Cargaba una camiseta rota, sudada, se le veían los pelos de la axila y el ombligo sobresaliéndole. Su cuerpo se movía como si fuera un gato, flexionándolo y sudando, la verdad es que ya estaba yo mareado de tanto verlo.

Ahora si le pedí el teléfono. Me comentó que ese mismo día salía de vacaciones y que iba a quedarse con una amiga pero que le cancelaron. Enseguida aproveché para decirle que si quería esperara hasta que yo me desocupara y lo llevaba a su casa. Mandé a buscar un six pack de cervezas y se las regalé. Cuando nos íbamos me aseguré de que fuera él solo conmigo. Apenas se subió al auto sentí su olor. Había estado sudando todo el día y se disculpó por eso. Lo que él no sabía es que ese tufo a macho joven me arrecha de sobremanera, demasiado. No podía evitar mirarlo. A pesar de tener solo 18 años se veía tan sexy, tan macho y sobre todo, tan inexperto.

Me daba un poquito de temor lanzármele sin haber chequeado si iba a aceptar mis avances. Fui lento, conversando cada vez de sexo y aventuras. Por supuesto que no tenía mucha experiencia pero muchas ganas de experimentar. A medida que íbamos llegando a su casa me puse más directo y le propuse que nos fuéramos a otra parte “más tranquila”. El entendió de una vez lo que le estaba proponiendo y me dijo que NO! Cuando estábamos llegando a su casa me dijo que le gustaría probar pero que no le dijera nada a nadie, la clásica.

Nos fuimos a un motel cercano, uno un poco caro. Apenas entramos me le pegué a sobarle la verga por encima del pantalón. Uff, que olor a macho más rico. Sudor con hormonas adolescentes. Cabello largo y abundante. Tuve que empinarme para meterle la cara entre sus axilas. Él se dejaba tocar y pronto pude sentir la verga poniéndose dura y subiendo como una culebra por sus pantalones flojos. Se quedaba quieto pero se dejaba tocar y acariciar. Cuando nos tiramos en la cama pude quitarle su camiseta y lamer sus tetillas, cubiertas por un fino vello negro y áspero. Metí mi cara entre sus axilas mientras le acariciaba la verga y tenía ganas de revolcarme en este cuerpecito duro y delicioso. El me agarraba las nalgas con firmeza pero todavía con algo de respeto. Le fui quitando la correa, el pantalón y luego el pantaloncillo. Se le marcaba la cabezota de la verga y le colgaban los huevos de una manera espectacular. Metí mi mano y sentí todavía un calzoncillo estilo pirata y luego una mata de pelo increíblemente hirsuta y áspera, que le cubría todo el pubis, los huevos y parte del culo.

Cuando estábamos los dos desnudos la blancura de mis nalgas contrastaba con sus nalgas escurridas y flacas, oscuras. Nos entrelazamos con fuerza y comenzamos a tocarnos con desesperación. La pinga de Pablo era gruesísima, cabezona, circuncidada y roja. Me coloqué a su lado y comencé a mamarlo lentamente, pasándole la lengua suavecito y el sólo se quejaba bajito mientras intentaba hacerme la paja torpemente.

En un rato pude tragarme suficiente de su verga para sentir lo gruesa que era. Cada vez que él se movía un poco yo sentía que me atoraba. Le comencé a sobar los huevones. En un momento hasta le mordí suavecito entre los vellos y aspiré su aroma. Hicimos un 69 y se metió mi verga en su boca con un poco de curiosidad y la lamió como si fuera un barquillo. Yo le agarré la cabeza y lo dirigí hacia mis huevos. Este chico tenía un talento natural para mamar. En un rato estábamos los dos bañados de sudor y nos metimos a la ducha. Después de 10 minutos restregándonos, tocándonos, apretándonos y yo pasándole el dedo por el culo velludo nos regresamos a la cama.

Ahí me lubriqué el culo, que por cierto lo tengo siempre rasurado, y me fui acomodando la pinga en la entrada, guiándolo para que me la metiera suavemente hasta que sentí que la cabezota había abierto el camino para que me metiera la verga venosa y jugosa. Pablo me agarró las nalgas y las apretaba y meneaba contra su pinga. Casi sentía como me iba estirando el ano, cada vez que me metía el huevo yo me quejaba pero con gusto, el tipo me metía la verga y yo suspiraba. La verdad es que me dolía mucho pero el solo hecho de verle la cara de placer, entrecerraba los ojos mientras me metía el huevo cada vez con más ganas. Creo que no habían pasado ni 10 minutos cuando comencé a sentir el chorro de leche entrando en mi culo, sentía las pulsaciones de su pico venoso una y otra y otra vez. Enseguida me terminé de pajear y me vine. Él estaba con los ojos cerrados, disfrutando de mi culo.

Nos quedamos los dos apretados, agitados. Yo dejé que se le bajara el huevo y sentí como la leche me escurría, El culo me ardía pero estoy seguro que se va a acostumbrar a este polvazo.

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