¿Te vienes a mi casa?

 ¿Te vienes a mi casa?

A Julio le encantaba que le miraran. No por guapo ni por atractivo.

Le gustaba que le miraran follando. Por eso le encantaba hacer tríos, no sólo por poder así llevar a cabo prácticas que en dúo serían impensables,

como una doble penetración o un trenecito, sino porque además le ponía a mil compartir un ano con otro, follándoselo por turnos mientras que los dos activos permanecían de rodillas frente a un pasivo abierto para ambos, o dejar que el compañero follador le sujetase las piernas del que se dejaba penetrar, mientras éste miraba atentamente cómo Julio abría con su verga aquel orto húmedo deseoso de ser follado.

Por eso a Julio también le gustaba de vez en cuando pasarse por la zona de cruising más visitada de entre aquéllas que conocía ubicadas dentro del término municipal de la capital de su provincia, localizada en un parque enclavado a las afueras de la ciudad, cuyas mesas y bancos de madera se convertían, después de soporte de comidas y meriendas por el día, en auténticos camastros donde maromos de toda edad y toda índole follaban tras caer la noche.

Entre merenderos y pinares era más que fácil encontrar, especialmente en las noches del fin de semana, tipos con los que compartir experiencias sexuales anónimas, a las que se podían unir otros maromos interesados en la práctica o, como a Julio le gustaba, mirones que se acercasen tímidamente para, ganando confianza, terminar sacándose el rabo y pajeándose mientras observaban grata y complacientemente la escena sexual.

En semejante situación se hallaba Julio cuando se percató de la presencia de un joven, de edad presumiblemente similar a la suya, mirando atentamente cómo taladraba con su verga el culo de un bisex que, tras confesarle que llevaba meses sin que un tío le reventase el ano, deseaba sentir un rabo duro dentro de él.

Julio no se lo pensaba en cuanto tenía oportunidad y le daba a aquéllos que se lo pedían la caña con que sabía de sobra les podía compensar.

Caña era lo que le estaba dando al rapado con barba de una semana que le había puesto el culo en pompa, mientras se apoyaba en uno de los árboles que constituían el paraje.

Julio, tras de él y agarrándole por sendos hombros, le embestía con toda la fuerza imaginable, logrando golpear con sus huevos la zona perineal del contrario, mientras que su nabo taladraba sin parar el interior de su conducto anal.

Unas pisadas en la hierba le advirtieron de la presencia de una tercera persona.

El muchacho, moreno de pelo corto y con camiseta de tirantas, propia para la calurosa noche de verano que les envolvía, miraba con atención la follada mientras se manoseaba los genitales por dentro de sus bermudas.

Julio miró al joven y dirigió su vista hacia aquella entrepierna que pedía con ansias querer salir de su jaula de tela.

Volviendo sus ojos hacia la cara del chaval, cruzó su mirada con la de éste.

El mirón se bajó entonces su pequeño pantalón, comprobando Julio la completa erección de aquel miembro engrandecido en base al espectáculo que él mismo estaba protagonizando.

Aquello le ponía más cachondo aún, y comenzó a golpear más y más al pasivo que se dejaba penetrar delante de él.

Las miradas de Julio y del visitante se volvieron a cruzar.

Julio le comenzó a sonreír, advirtiendo que el chaval se ruborizaba. Le hizo un gesto con la cabeza, para que se acercase, pero el voyeur parecía querer observar la faena desde una distancia prudencial. «No importa», pensó Julio. «Me pone igualmente. No creo que tarde en correrme…». Así se lo comentó al pasivo cerca del oído.

-¡Dale, dale, cabrón, y córrete dentro de mí! ¡Préñame tío!

La respuesta del bisex no hizo sino acelerar más las ganas de Julio de correrse.

Apenas unos segundos después, sentía cómo su verga expulsaba su néctar lechoso, llenando el condón que cubría su falo dentro de la cavidad anal que había querido explorar.

El pasivo gimió más y más. La eyaculación le estaba viniendo también.

-Menudo polvazo tío. Estuvo genial. Venga. Hasta otra.

El pasivo se despedía tras subirse bóxers y vaqueros mientras que Julio, tirando lejos de sí el preservativo usado, se limpiaba los genitales.

Miró de nuevo hacia el lugar donde había permanecido apostado el joven voyeur. Ya no había nadie.

«Vaya», pensó. Le hubiera gustado saber si se había corrido también. No tardaría su curiosidad en tener respuesta.

Cuando echaba a andar hacia el coche, se percató de la presencia del joven apoyado sobre un árbol cercano a aquel otro pino que había servido de sujección a la pareja folladora. El joven le miró fijamente, y Julio decidió acercarse a él.

-Te gusta mirar, ¡eh! ¿Te ha gustado el espectáculo?
-Mucho tío. Follas muy bien.

Julio se percató de la mirada picarona del que le respondía. Aquel chaval parecía querer algo más que mirar.

-¿Te gustaría que te follase a ti? ¿Eres pasivo?
-Soy versátil, y me encantaría sentir esos pollazos que le estabas dando a ese otro tío para que me hicieses correr a mí también.
-Pues no hay más que hablar.

Julio le sonrió y se acercó a comerle la boca.

El joven se dejó besar una y otra vez. Las manos de ambos se dirigían a la entrepierna del contrario, mientra sus bocas se enlazaban cada vez con más pasión. Julio acarició dentro de las bermudas del compañero un cipote que crecía mientras palpaba con sus dedos aquel falo del que corría el prepucio entre sus yemas, sintiendo cómo un húmedo glande engrosaba por segundos.

Su propia verga parecía querer simular a la que tocaba, recuperándose del trabajo a la que la había sometido minutos antes en cuanto las manos del contrario habían logrado asirla.

-Joder, qué dura se te ha vuelto a poner, y eso que acabas de echar un polvazo.


-¡Jeje! Claro, sobre todo si un chico guapo como tú la acaricia tan bien como tú lo estás haciendo.

-¿Te vienes a mi casa? No vivo muy lejos y estoy solo este finde. Mis padres se han ido unos días de viaje.

Julio no se esperaba aquella proposición.

Por un lado, aceptar la propuesta significaba marcharse de la zona de cruising y renunciar a posibles nuevos encuentros.

Pero aquel chaval le estaba gustando, e ir a su casa le podría proporcionar salir de la rutina sexual de follar al aire libre, e inclusive poder charlar y conocer más a la persona con la que iba a compartir sus necesidades más instintivas.

Aceptando, marchó tras él.

-Si voy a ir a tu casa me gustaría saber cómo te llamas.
-Claro tío. Me llamo Gabriel. Puedes llamarme Gabri. ¿Y tú?
-Julio. ¿Y qué edad tienes?
-Veintinueve. ¿Tú?
-¿Cuántos me echas?
-No sé, creo que menos que yo, ¿no?.
-¡Jeje! Alguno más… Tengo treinta y uno.
-Pues parece que tuvieras veintisiete o veintiocho.
-Gracias tío.
-Nada chaval. Con esos polvazos aparentas más juventud. Y estás genial.
-Ahora disfrutarás tú de esos polvazos. ¿No quieres?
-Uf… Lo estoy deseando tío.

Julio y Gabri alcanzaron la zona de aparcamiento mientras charlaban. Acordaron seguirse en coche uno tras el otro hasta el unifamiliar donde Gabri tenía su residencia.

Apenas diez minutos después ambos se comían de nuevo la boca mutuamente, esta vez nada más entrar en la vivienda y apenas traspasado el umbral de la casa en cuya entrada, y sobre una pared, Julio había acorralado a Gabri para besarle apasionadamente mientras ambos volvían a meterse mano por todo el cuerpo.

Gabri indagaba inpacientemente dentro del pirata vaquero que cubría la mitad inferior de su compañero.

Julio acariciaba el abdomen y los pectorales de Gabri, fáciles de palpar bajo aquella menuda camiseta azulada que cubría apretada y sensualmente el torso bien formado del chaval.

Separando momentaneamente los labios del congénere, Julio despojó a Gabri de su camiseta para, tras tirarla al suelo, desvestirse él privándose de la suya y de sus piratas.

Sólo unos bóxers negros, con goma color mostaza, quedaron cubriendo su cuerpo, abultados por el mástil que se había formado en su entrepierna gracias a la situación y al manejo con que el contrario había accionado su viril resorte carnal.

Gabri le miraba desvestirse sin perder detalle mientras, con la mano derecha dentro de las bermudas, sobaba su engordada verga.

Julio, ya en ropa interior, se lanzó de nuevo hacia él y, sin dejar de comerle la boca volvió sus manos al cuerpo del compañero, agarrando fuertemente sus nalgas por dentro del corto pantalón.

Sendos torsos desnudos se sentían en unión.

Julio comenzó a dejar de saborear los labios de Gabri para comenzar a comerle el cuello, consiguiendo arrancar ligeros gemidos del receptor que confirmaban la aprobación de la acción.

Bajando lentamente por su cuerpo, lamía sus pezones, su pecho, sus axilas, su abdomen, hasta terminar con la cara frente al pubis del congénere.

Julio, tras mirar desde su agachada posición a Gabri a los ojos, comenzó a bajar lentamente las bermudas de aquél, sorprendiéndose al descubrir que no había ropa interior que salvar, saltando frente suya el vergajo que poco antes había visto ser pajeado por su dueño acalorado por descubrirle en plena acción sexual.

Julio, sin titubear, agarró con su mano derecha aquel erecto falo para, tras descapullarlo manualmente, introducírselo en la boca.

Advirtió el dulce sabor del intenso líquido preseminal que emanaba de aquella fuente carnal.

El olor que desprendía aquel apéndice sexual se le antojaba intensamente masculino. Apenas con suavidad en principio, comenzó a succionar con más y más ganas la verga de Gabri, que entraba y salía de sus fauces al compás de su movimiento de cabeza.

Gabri entró en la realidad de la que parecía haber quedado exento embaucado por las sensaciones surgidas desde su zona genital, para sacar su pene de la boca de Julio y terminar de despojarse de las bermudas que habían quedado alojadas a la altura de sus tobillos.

Ante la vista del compañero desnudo, Julio se desprendió de sus bóxers. Ambos maromos se presentaban uno frente al otro sin indumentaria alguna. Se vieron entonces sencillamente como dos hombres con ganas de disfrutar el uno del otro.

Gabri, cogiendo de la mano al compañero que tenía frente a él, le solicitó.

-Ven.

Cogidos los dos jóvenes de la mano, Julio se dejó conducir por Gabri a través de las estancias de la casa, subiendo las escaleras hasta entrar en una gran buhardilla que ocupaba la totalidad del plano del hogar en la tercera y última planta del mismo.

Gabri encendió una lámpara de pie que, junto a un sofá, amueblaba la sala permitiendo ojear el interior de la misma.

Julio observó frente a sí una inmensa habitación acondionada conjuntamente como sala de estar y dormitorio, constituido por sofás y sillones en derredor de una gran chimenea, alcanzados por la luz de las cercanas farolas que desde el exterior lograba iluminar tenuemente el espacio habitacional, bajo cuyos ventanales una mesa con ordenador tenía cabida. Al fondo, una puerta dejaba suponer la existencia de un baño, habilitado junto a la cama matrimonial que cerraba la estancia.

-Ponte cómodo Julio.

Gabri dejó al compañero deambular por la habitación mientras se dirigía hacia el PC.

Mientras Julio miraba sin mucho entusiasmo la sala, se sentó cómodamente en uno de los sofás más cercanos a la computadora donde Gabri, tras rebuscar entre carpetas informáticas, activó un programa lector de música.

La sala que hasta ahora había estado en silencio comenzó a quedar envuelta con la música chill-out que Gabri había puesto para amenizar la situación, cuyas notas musicales parecían querer moverse al ligero compás de la cortina que, movida por la brisa estival, entraba en la sala una vez abierta por Gabri una de las ventana en pro de airear aquel cuarto caldeado por el calor que la había sitiado toda la tarde.

Con el ardor que ellos iban a desprender, pensó, era suficiente.

Julio, recostado sobre el respaldo del sofá, acogió a Gabri cuando éste se acercó hacia él.

A horcajadas el visitante sobre el ya allí apostado, sendos jóvenes volvieron a acoplar sus labios sobre los del contrario, mientras que Gabri cogía a Julio por los hombros, y éste aprisionaba al primero encadenando las manos sobre su zona lumbar.

Las dos vergas erectas parecían querer asociarse también, chocando una contra otra. Gabri se percató sobre este roce genital y asió con su mano derecha sendos falos a la vez, pajeándolos a la par mientras que los escrotos de los dos jóvenes se frotaban al unísono.

-¿Te apetece un sesenta y nueve?- le preguntó Julio a Gabri al oído.

-Claro tío. Contigo me apunto a todo.

Gabri se levantó y Julio se tumbó boca arriba a lo largo del mueble.

-Ven tío. Ponte encima mía, pero al revés.

Gabri sabía cómo hacer un sesenta y nueve, pero no le importó dejarse llevar por su invitado.

Colocó su zona genital sobre la cara de Julio, mientras alcanzaba con su cara la verga del contrario. Gabri comenzó a mamarla suavemente.

Julio, por el contrario, no tardó en comerla con ansia, succionando aquel cipote hasta lograr que entre las comisuras de la boca llena de polla de Gabri se oyese escapar algún gemido aprobatorio.

Fue entonces cuando Julio, sacándose la verga de Gabri de la boca, se escupió sobre los dedos índice y corazón de su mano derecha y, dirigiéndolos hacia el ano del compañero, comenzó a palparlo, a tocar la entrada de aquel esfínter que sabía deseaba ser inspeccionado por la larga estaca que le colgaba a él de entre las piernas.

Cuando metió sin avisar un dedo en la cavidad, de golpe, Gabri soltó un completo gemido que provocó la salida del nabo de Julio de su boca.

Pero Julio sabía que aquello le estaba gustando al congénere que le había abierto las puertas de su casa, y siguió intentando abrir ahora la portada trasera donde le aguardaba un tesoro de placer traspasado el porche anal.

Metía y sacaba con fluidez su índice, para seguidamente introducir los dos apéndices dediles a la vez.

Los gemidos de Gabri iban en aumento. Julio no se contuvo más e hizo por que Gabri se sentase sobre su cara.

Donde antes estaba poniendo los dedos, ahora ponía la lengua. El músculo de su boca intentaba abrir aquel conducto mientras lamía sin cesar aquella porción del cuerpo ubicado en paralelo sobre él.

El calor de sendos organismos se mezclaba con la humedad que chorreban a la par las dos zonas púbicas de sendos maromos.

Julio separó las nalgas de Gabri de su cara mientras daba un cachete en una de ellas.

-Tráeme un condón tío. Necesito follar este culo ya.

Gabri obedeció sin rechistar.

En uno de los cajones de la mesa del ordenador tenía guardados algunos ejemplares.

Cogió uno de ellos y volvió al lugar donde Julio permanecía tumbado boca arriba, con el mástil de su entrepierna cual telescopio avizor.

-Pónmelo cabrón.

Gabri volvió a obedecer.

-Ahora, siéntate encima mía. Siéntate sobre mi polla.

Gabri, de cuclillas sobre la pelvis de Julio, comenzó a introducirse lentamente la verga de éste en su interior, apuntada hacia su orto y sujeta por su dueño con la mano.

El ano del pasivo emprendió la ingesta de aquel nabo, mientras se abría dilatadamente al paso del rabo deseoso de taladrar aquel conducto interior.

Cuando ya estuvo toda la polla metida dentro, hizo señal a Julio para que no se moviese.

Deseaba sentir aquel tesoro masculino dentro de sí.

Tras unos segundos de sexual meditación, comenzó a moverse sobre el pubis del activo, montando sobre su entrepierna.

Julio se dejó cabalgar, pero gustaba también de ser él quien llevase el ritmo.

Tras permitir a Gabri disfrutar libremente de la embestida que le había brindado, comenzó a clavarle bajo su propio compás su cipote, logrando arrancar del congénere una serie de gemidos que aumentaban en voz y número cuanto más rápido golpeaba con su verga el culo del contrario.

Agarrando a Gabri de por los hombros, hizo que éste se girase sin dejar de mantener su vergajo metido dentro de él.

Con el pasivo dándole ahora la espalda, Julio comenzó a incorporarse hasta lograr estar de rodillas sobre el sofá, con Gabri delante suya. Agarrándole nuevamente por los hombros, como tuviese al bisexual del parque, comenzó a petarle más y más.

-Así es como te gustaba verme follar, ¿verdad cabrón?

-Sí tío. Me encanta. Dame, dame más cabrón. ¡Fóllame y reviéntame el culo!

Julio se movía con una intensidad poco conocida incluso para él.

Aquel chaval le estaba poniendo a mil, y quería darle todo lo que le estaba solicitando.

Al cabo de un par de minutos, notó que la eyaculación estaba cercana.

Sacando la verga del culo de Gabri, retiró rápidamente el condón y comenzó a pajearse afanosamente.

Gabri se sentó sobre el sofá con su compañero delante, esperando a ser regado por aquel líquido lechoso que había logrado hacer germinar dentro de los testículos del otro maromo.

-¿Dónde quieres que te la eche, cabrón?

-Córrete en mi polla, tío.

Apenas hubo dicho esto, Gabri sintió cómo la lefa de Julio caía sobre sus genitales.

Advertía gustosamente cómo las gotas de semen caliente mojaban su abdomen, resbalando hacia sus ingles y por el tronco de su polla, cercana también a la explosión orgásmica.

Gabri recogió con su mano el néctar masculino caído sobre su cuerpo, y mojando con el semen su polla, continuó con el pajeo de la misma hasta lograr eyacular también.

Julio, como recompensa, se agachó para besarle profundamente.

-¡Uff! ¡Qué bueno cabrón! ¿Te apetece una ducha?

Julio aceptó la oferta. El calor de la follada y de la habitación le habían dejado empapado de sudor.

-Vente- le pidió Gabri mientras, tras levantarse del sofá, le ofrecía su mano.

Julio agarró la mano del compañero y con él se dirigió al baño que en la misma buhardilla formaba parte de la estructura arquitectónica del lugar.

El agua resbaló sobre ellos mientras se frotaban mutuamente sus cuerpos con las manos, encajando sus labios en los labios del contrario.

Ya en el coche, Julio vio que en el móvil estaba recibiendo un whatsapp.

Le había dado su número de teléfono inalámbrico a Gabri, a petición de éste.

“Me ha encantado. Me gustaría muchísimo repetir”, rezaba el mensaje. Julio contestó inmediatamente: “Cuenta con ello”.

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Un comentario:

  1. Rafael

    agosto 31, 2021 at 7:41 pm

    Me gustaría tener mi primera experiencia soy maduro pero siempre e tenido en mi mente saber que se siente tener una verga dentro y que me hechen la le he dentro

    Responder

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