Llegamos al puerto de Cotos a las 11 de la mañana en el destartalado coche de Christian. Bajando por la carretera que lleva a Rascafría, en la tercera o cuarta curva a la izquierda bajaba un riachuelo que, ascendiendo en paralelo con él, tras unos minutos, de una nada suave pendiente, se llegaba a una especie de calvero oculto, muy recóndito y reservado de no muy fácil acceso. Yo conocía aquel calvero de haber ido con amigos a  acampar. Amigos con los que yo había dicho a mi madre que también me iría esta vez.

En el centro del calvero se podría plantar la tienda y con la vegetación muy túpida alrededor estaríamos muy tranquilos porque sería muy difícil que alguien llegara hasta allí. Cerca del calvero bajaba el riachuelo que tenía una pequeña cascada y una poza. No bajaba mucha agua pero la poza se mantenía llena y sería suficiente para lavarnos.

Teníamos comida, priva y costo suficiente para cuatro días y baterías para la radio, y tabaco y lubricante y mucha, mucha testosterona suelta.

Por lo visto el sábado anterior, estaba claro que yo sería el centro del bocadillo del trío pero lo sería para lo bueno y para lo malo.

Llevamos las mochilas y la tienda hasta la curva en cuestión y ellos se volvieron al puerto a aparcar el coche; volvieron al cabo de veinte minutos. Cuando llegaron cada uno cogió su propia mochila y a mí me dejaron la mía, la tienda, la comida y demás tratos. Yo me quejé obviamente porque la subida al calvero era pronunciada.

Christian se acercó y echándome mano al paquete me atrajo hacía sí. Con la otra mano me agarró del pelo y me echó la cabeza hacía atrás. Ese día mi dueño estaba especialmente guapo con unos vaqueros superajustados y una camisa medio desabrochada que me ponían cantidad. Con mi cabeza hacía atrás y mirándome con ojos de ansía, oí:

-Cada uno lleva lo suyo. Vas a coger la tienda, tu mochila, la comida y vas a ir abriendo la marcha. Al fin y al cabo los trastos son tuyos y de la comida te encargarás tú.

Pierre me ayudó cogiendo la radio pero la verdad, no fue de gran ayuda la cosa.

-Pero por favor, -dije yo- soy el menos fuerte de los tres, no me podéís hacer esto, el sitio está lejos todavía, gimoteé

Christian me contestó

– Lo vas a llevar tú y si no puedes haces dos viajes, y si no quieres nos vamos y te quedas aquí solito.

Yo había  estado pensando mucho en lo que haríamos durante aquellos cuatro días que teníamos por delante para nosotros solos. Efectivamente fui el centro de la juerga, pero me tocó currar mucho. Tardamos una eternidad en llegar, yo sudaba, me detenía, me sentaba, proseguía, me desequilibraba, siempre a riesgo de caer.

– No tiene apenas fuerza, dijo Pierre

– ¿Que no? -le contestó mi dueño- sácate la polla y verás si tiene fuerzas o no. ¿Quieres que lo comprobemos?

A mí me entró el pánico !No me harían comerles la polla en el medio del claro antes de llegar¡ No, no, teníamos que llegar cuanto antes el calvero. Sacando fuerzas de flaqueza en un último esfuerzo llegamos sin incidentes mayores.

La superficie que rodeaba la tupida arboleda no era muy grande pero podríamos plantar la tienda y hacer la vida fuera si no hacía mucho frío

Cuando llegamos caí rendido, solté todo y me tumbé en el suelo, sobre la hierba, con la tienda como almohada. Miraba a mi dueño que estaba especialmente guapo como ya he dicho, pero fue Pierre quien se tumbó a mi lado y empezó a palparme la bragueta y a besarme apasionadamente. Cuando abrió los botones pudo comprobar que efectivamente no llevaba calzoncillos y que estaba muy empalmado. Comprobado esto, me dejó la polla al aire y siguió besandome mientras yo miraba a mi dueño como pidiéndole permiso para poder hacer aquello.

Pierre, como buen francés, besaba de puta madre. Sus besos eran cálidos, profundos, sonoros, tenía unos labios supercarnosos y una lengua muy juguetona. Me besó durante mucho tiempo deleitándose en el beso, acariciándome mientras yo seguía mirando a “mi angel”, cuya cara era todo un poema. Los celos estaban marcados en élla y yo estaba contento de que tuviera celos de mí. Pero estaba equivocado o quizá sólo a medias porque, desde luego, celos sí tenía.

Aquella escena, además, le debió parecer de “truchas” (*) porque se levantó e hizo ademán de marcharse. Pero al hacerlo pisó una boñiga de vaca que por allí había. Nosotros soltamos una tremenda carcajada, desde luego la de Pierre más estruendosa que la mía, pero la ira del más deseado se cebó sólo en mí. Se volvió furioso mientras Pierre no paraba de reir, se quitó la zapatilla y me dijo:

– Que pasa que lo encuentras divertido, ¿eh? pues vas a limpiarla ahora mismito con la lengua

Se me borró la sonrisa de los labios y miré alternativamente a mi dueño, a Pierre y a la zapa llena de mierda, sin querer entender lo que me decía. Pierre tenía una cara de asco peor aún que la mía. Cuando inicié el movimiento de alzar el brazo, Pierre le dijo:

– Venga tío, sólo ha sido una broma. No va a comerse eso, ni de coña, y menos delante de mí

A continuación me ordenó que fuera a lavarla a la cascada. Yo trinqué la zapa antes de que alguien se arrepintiera y en unos segundos estaba en la poza lavandola.

-Uffffffff de buena me he librado pensé

Cuando volví no sé de qué hablaban pero lo hacían muy amigablemente. Me tumbé otra vez al lado de Pierre que enseguida empezó a magrearme y a besarme. Yo miré a “mi angel” para ver si todavía estaba enfadado conmigo.

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